Cine de monstruos
Huyendo de los Carnavales –lo que resulta prácticamente imposible por estas fechas en la capitá– busco refugio en las salas de cine, la mayoría de ellas notablemente vacías gracias a los bromistas de la máscara.
CLÁSICOS
Veo: El hombre lobo. La protagoniza Benicio del Toro y pese a sus limitaciones no salgo lo que se dice defraudado de la sala. El filme respira –pero dentro de un orden– el afán revisionista que llevó hace unos años a Francis Ford Coppola a recrear su Drácula de Bram Stoker romántico y también a Kenneth Branagh a hacer casi lo mismo con su frustrante y excesiva Frankenstein de Mary Shelley.
Afortunadamente, El lobo hombre de Joe Johnston (cineasta que cuenta en su filmografía con un simpatiquísimo filme para niños llamado Jumanji) es casi una puesta al día del clásico protagonizado en la aullante noche de los tiempos por Lon Chaney Jr., actor que murió alcoholizado y que se pasó los últimos años de su vida apareciendo en películas de quinta categoría para mantener relajado su castigado hígado.
Cuando llego a casa sorteando a las máscaras veo en dvd El hombre lobo de George Waggner con guión de Curt Siodmak y no salgo de mi asombro mientras me pregunto el cariñoso respeto que la nueva versión de 2010 tiene hacia ese clásico de cine de monstruos de la Universal.
LOS QUE SE INCUBAN
La cinta blanca es otra de esas películas que devoran mis ojos que quieren estar cerrado al potaje carnavalero.
Y me pasa una cosa curiosa. En la sala a ocuras escucho llamadas de silencio de los espectadores a unas señoras sentadas unas tres filas delante de donde me encuentro. La razón es que están pertrechadas de bolsas con salados varios y su crunch rompe el silencio que exigen el resto de los espectadores que asisten a la proyección.
Confieso que me da pena por esas señoras. Noto que apenas mueven un dedo para llevarse una papa frita a la boca. Por otro lado, confieso también, me tranquiliza no oír su molesto y depredados masticar. Así que por una vez gana esa inmensa minoría de la que tanto hablo. En este caso la de los puristas del cine.
“No están muertos” reflexiono mientras me sumerjo en la inquietante historia que narra con precisión de cirujano germano Michael Haneke.
Pese a su tono excesivamente literario les cuento que salgo de la proyección con esa imagen perturbadora del mal que derrama el cineasta alemán en pantalla. Unos dicen que se trata casi de un ensayo sobre el nacimiento del nazismo en cultura tan civilizada como la que parió a Goethe. Yo prefiero verla como una inteligente revisión de esa obra maestra del cine fantástico que es El pueblo de los malditos.
Y LOS QUE LLEVAMOS DENTRO
Y hoy, sábado, me sumerjo con espíritu abierto en Shutter Island, de Martin Scorsese. Y salgo entusiasmado y con sensación de haber visto un clásico puesto al día. Habrá muchos a los que no le guste esté macabro viaje a la locura que propone el director de Uno de los nuestros pero a mí me deja noqueado y lo que es mejor, muy reconciliado con Scorsese tras su espectacular pero vacía Infiltrados.
Leonardo DiCaprio está además gigantesco, y el filme inquieta, despista, te arrastra mientras no dejo de preguntarme qué es mejor: vivir como un monstruo o morir como un hombre bueno.
No he leído ninguna novela de Dennis Lehane, pero vistas las excelentes adaptaciones cinematográficas que se han hecho de sus obras (Mystic River, Gone Baby Gone y ahora Shutter Island) ya va siendo que me sumerja en su turbulento universo.
Salgo del cine con un amigo.
Los dos visiblemente conmovidos.
Mientras bajamos para llegar a la estación del tranvía se cruzan las primeras máscaras de la noche carnavalera. Uno de los disfrazados suelta un chiste y hasta me río aunque ahora mismo no recuerde por qué.
Tengo algo de frío. Así que espero a que llegue al tranvía con la cabeza puesta en la película de Scorsese.
Y eso es bueno.
Vaya si es bueno para alguien que estaba renunciando ver cine donde hay que ver cine.
Lástima, mascullo, que sea tan endiabladamente caro.
Saludos, reconciliados, desde este lado del ordenador.