Buenos días, noche
Insisto en que algo se está moviendo en los territorios de lo que podríamos denominar nueva novela canaria. Este movimiento (¿?) lo integran escritores que ya han sido publicados y también debutantes que con sus obras están aportando su granito de arena a las literaturas de esta periferia archipielágica. Lo mejor, como ya dejé reseñado en este mismo blog, es que su legión de autores tantea todos los géneros imaginables, huyendo afortunadamente de las miradas ombliguistas que han caracterizado nuestro remoto pasado de papel.
Terminé hace unos días Al sueño polar de golondrinas, de Álvaro Marcos Arvelo, y con la cabeza todavía imbuida en su mundo, les aviso que esta novela se lee de un tirón. No hay momento para el descanso… Te metes dentro, la vives.
Planteada como un largo monólogo, la excusa argumental de Al vuelo polar de golondrinas es un hecho real protagonizado por un grupo de presos republicanos condenados a pasar los días de la rebelión militar del 36 en una prisión norteafricana y su espectacular evasión. Pero esta trama, o subtrama, sólo es el barniz de un relato que explora otras historias quizá mucho más interesantes para el lector y pergeñada de frases con hondo calado literario.
A bote pronto, consultado al azar el volumen editado en la colección Narrativas de ediciones Idea, se me ocurren: “La belleza no es algo que esté ahí fuera para unos pocos elegidos que saben dar con el tesoro en el muladar”. O “¡Y claro que tenía miedo! Pero a cada uno de nosotros nos está reservado un momento del que no podemos escapar sin que éste nos transforme para siempre”. No puedo renunciar a transcribir también la frase con la que se inicia este relato, esta extraña odisea hacia una redención que parece casi imposible: “Soy un cobarde. No soporto el dolor, Amadou. La sola visión de la sangre me marea. Toda mi vida he huido de los compromisos por temor”.
Pese a su densidad, Al sueño polar de golondrinas no es una novela difícil. En este relato en el que se mastica sinceridad y en el que su moribundo protagonista se confiesa a un inmigrante de nombre Amadou (o no), se percibe algo así como una necesidad de epifanía y de contar en boca de su protagonista el quién soy con todas sus aristas.
Ambientada en Puerto Santo, territorio mítico en el que Marcos Arvelo desarrolló también su primer ejercicio literario, El pasaje (1995), y que podría ser una suerte de Santa Cruz fusionado con la hermosa geografía lisboeta, Al sueño polar de golondrinas (versos de Pedro García Cabrera) es una de esas obras que desarman y descolocan, que exige al lector atención para bucear sin máscara de oxígeno en la realidad de su personaje. Un actor que a ratos se vuelve antipático y algo cínico, pero que necesita confesar su verdad. Ofrecer una versión de los hechos que el peso de la Historia ha terminado por desplazar a los territorios de la leyenda.
Esta es una novela de hombres y no de héroes. Quizá aquí radica su mayor grandeza y la involuntaria lección no sé si moral que el escritor pretende transmitir a sus lectores: todos somos capaces de épicas. El valor sólo existe en el pecho de los que una vez quisieron ser hombres.
Saludos, aquí fumando espero la llamada que más quiero, desde este lado del ordenador.