Usted puede ser el asesino (IV)
I.- EL GORRIÓN CAIDO
Sam Waldo se encontró al volver de la barra con los dos botellines de cerveza que la mesa que ocupaba la mujer de voz aterciopelada estaba vacía. No hizo un drama porque se esperaba algo así. Se preguntó, no obstante, cómo demonios podía haber salido del local sin que se hubiera dado cuenta.
Se sentó en la misma mesa mientras Claudio exigía a los clientes que fueran aligerando para cerrar. Waldo dio un trago de la bebida, muy gélida, que resbaló por su garganta despertando sus instintos de fumador. Rebuscó en los bolsillos del pantalón con la esperanza de encontrar un paquete arrugado de cigarrillos y tuvo la sensación de que los dioses del vicio conspiraban para hacerlo feliz cuando sus dedos toparon con uno bastante arrugado.
Le quedaban tres. Encendió uno.
La puerta del garito se abrió y entraron dos hombres altos. Uno tenía el pelo de punta y el otro liso, ambos llevaban espejuelos. Claudio les gritó desde la barra que el bar estaba cerrado pero los dos tipos no le hicieron caso. El del pelo liso gritó: “no intente escarbar en la conciencia de alguien que no tiene recuerdos”, frase que casi hizo que Waldo se cayera de la silla y tirara la colilla al suelo.
- Mr. Arkadin, 1955, Orson Welles.- contestó Waldo desde su sitio. Los dos hombres lo miraron, luego se miraron y se acercaron a la mesa.
- Usted dirá.- dijo el del pelo liso mientras se sentaba frente a él.
Waldo aplastó la colilla en el suelo.
- Necesito ayuda.
Los dos tipos continuaron observándolo. El del pelo pincho parecía incluso divertido.
- Y papeles.- añadió Waldo.
- No olvidamos a los hermanos. Explíquese.
- ¿Podríamos hablar en otro sitio?
II.- CONTRA EL MAÑANA
Caminaban por las calles mal iluminadas. Waldo entre los dos tipos. Vistos de lejos, parecían dos armarios con patas al lado de una mesita de noche.
- Creo que me han tendido una trampa.
- Ah, ¿cree?
- - Bueno, estoy prácticamente seguro que me han tendido una trampa.- respondió Waldo sacando el segundo cigarrillos del paquete arrugado.
- Explíquese.- escupió el del pelo pincho.
- Bueno, yo, es largo de contar…
- Tenemos toda la noche.
- Ok. Intentaré resumirles el caso.
Se metieron en una plaza redonda, con una fuente adornada de ranas y con un cisne justo en el medio al que le habían partido la cabeza. El del pelo liso y Waldo se sentaron en uno de los bancos mientras el otro armario vigilaba la zona.
- No creo que nadie nos moleste. Cuente usted, hombre de Dios.
Waldo inclinó la cabeza y entrecruzó los dedos.
- Todo comenzó cuando…
III.- PRESA
Amanecía cuando Sam Waldo terminó de contar su historia. El del pelo liso se había quitado las gafas y limpiaba los cristales con un pañuelo de papel.
- Caramba.
- ¿Puede decirme quién es esa misteriosa mujer?
- ¿La que desaparece siempre?
- Esa misma.
El del pelo liso le hizo una seña al del pelo pincho para que se acercara.
- Estamos más cerca de lo que imaginába…
Waldo sintió de repente algo caliente en su boca, se apartó asustado y vio alucinado que donde tenía que estar la cabeza de pelo liso sólo había un hueco. Se pasó la mano por la boca y comprobó que aquello caliente eran restos de masa encefálica.
- Al suelo, cretino.- gritó pelo pincho mientras sacaba una pistola mastodóntica. Resonó en la plaza un crack. Luego otro crack. Waldo contempló como pelo pincho lo empujaba dos veces la nada. Tropezar y caer dentro de la fuente mientras de su pecho saltaban ríos de sangre.
Arrastrándose por el suelo se fue escabullendo hasta esconderse detrás de una palmera. Un crack devoró parte de su tronco estriado. A lo lejos se escuchó el estridente chillido de varias sirenas.
Waldo se atrevió a sacar la cabeza y vio a un tipo correr con un fusil entre las manos calle abajo. El detective privado respiró hondo, escapó por la vía contraria.
Las sirenas sonaban ahora más fuertes.
Los titulitos corresponden a novelas de Dorothy B. Hughes, William P. McGivern y Terry Cline.