¡Viva el pulp canario!
La aparición el año pasado y por estas mismas fechas de Ira Dei, un inteligente y sobre todo legible thriller ambientado en la ciudad de La Laguna, supuso como un terremoto en el panorama editorial canario al convertirse en un éxito de ventas.
Casi sin saberlo, su autor Mariano Gambín, supo tocar las teclas para que lectores muy alejados de los territorios narrativos canarios se atrevieran a comprar una novela canaria cuyo único objetivo era el de entretener.
A día de hoy, Ira Dei no ha perdido su capacidad para capturar la atención del lector. Y a ello se debe que Gambín tuvo el acierto de crear una serie de personajes –Luis Ariosto, el inspector Antonio Galán, la arqueóloga Marta Herrero y la periodista Sandra Clavijo, entre otros– que funcionaban en una historia muy bien armada y que ahora reaparecen con el mismo entusiasmo y energía en la segunda entrega, El círculo platónico, de lo que el escritor ha anunciado como trilogía (1).
El círculo platónico, al igual que lo fue Ira Dei, es el relato de un escritor profundamente enamorado de La Laguna. De sus calles y plazas, de sus señoriales mansiones del siglo XVI, de sus iglesias, de ese peculiar aire a Historia que respira la que también se conoce como Aguere.
Mariano Gambín repite la misma fórmula que planteó en Ira Dei, aunque en esta ocasión plantea un interesante juego de acertijos que, como concluirá el lector al final de la novela, esconde otras malévolas intenciones.
El círculo platónico se lee bien. Muy bien, diría.
Reúne todos los ingredientes que caracteriza lo que los imbéciles denominan como literatura de aeropuerto.
O esas novelas ligeras pero gruesas en páginas que compras en la Terminal para leer en el avión con la loable intención de que no se te haga fatigosa las largas horas de vuelo que te esperan y que por norma general finalizas narcotizado cuando llegas a destino y dejas en el asiento con la esperanza de que otro pasajero la encuentre.
Esta literatura, de consumo rápido, se digiere con la misma facilidad que una ensalada y gran parte de su éxito se debe, precisamente, a que se digiere con la misma facilidad que una ensalada.
Sabe enganchar porque se articula en torno a una idea –en este caso un misterio– que debe resolver el lector a través de las aventuras que viven sus protagonistas. Y en este aspecto, Gambín da un paso de gigante en El círculo platónico con respecto a Ira Dei al presentar un antagonista que, a mi juicio, debería de desarrollar en la próxima entrega de las peripecias de su cuarteto de amigos e investigadores.
Este personaje, Maroni, me ha recordado a los excelentes y refinados malvados que Ian Fleming explotó en sus excelentes novelas dedicadas al súper agente secreto James Bond. Es decir, que tiene algo de Ernst Stavro Blofeld, de Dax, del Doctor No, de un genio del mal que busca desesperadamente a su Némesis.
El círculo platónico es, por otro lado, una entretenidísima novela de acertijos que logra que vea La Laguna con otra mirada. Quizá recuerde a alguno a los Ángeles y demonios, de Dan Brown –que no creo que lea nunca, por otra parte– y que el mismo Gambín cita en su novela, pero bienvenida sea esta influencia si gracias a ella articuló el excelente trabajo de investigación que realiza sobre iglesias y ermitas laguneras en su novela.
Edificios que son los auténticos protagonistas de esta historia que transcurre en 24 horas.
El escritor de Ira Dei se suelta la melena además en sus descripción de ambientes, y da pinceladas críticas que se difuminan por el desarrollo de la trama.
En la página 34 escribe: “La reciente peatonalización del centro brindaba unos insospechados paseos para los inicialmente escépticos ciudadanos laguneros y los cada vez más desconsolados habitantes de Santa Cruz. Se había convertido casi en un deporte deambular por las tres calles más importantes del casco histórico, Herradores, La Carrera y San Agustín, rebotando en sus iglesias, palacios y casas señoriales. Edificios que regalaban sin recato un intenso sabor a Historia a quienes caminaban a su vera. La Laguna, una ciudad en la que otrora sus moradores hacían vida dentro de las casas, se había convertido en pocos años en un carrusel de movimiento en la calle.”
Y en la página 108, cuando se le comunica al presidente de los Estados Unidos que han secuestrado al embajador del Vaticano, escribe este divertido diálogo:
“- ¿Dónde han secuestrado al embajador?
- En la isla española de Tenerife, en las Canarias, ya sabe, enfrente de Marruecos, en el África Occidental.
- Sí, sí, por supuesto.- Al contrario que sus predecesores, el presidente sí sabía dónde estaban las Islas Canarias– ¿Y qué diablos hacía el embajador allí? ¿Tomar el sol?
- Iba a inaugurar una iglesia que cada cien años se cae, o por lo menos es los que me han dicho.” (La cursiva es nuestra).
Mariano Gambín reparte estopa también contra la clase política. Su retrato del alcalde lagunero durante la crisis que se desata en la ciudad no tiene desperdicio. Por jocoso e inquietante.
Conclusión:
He disfrutado con El círculo platónico y con el maquiavélico plan ante el que se encuentran Ariosto y sus amigos. Amigos a los que hay que sumar el chofer (¿Watson?) de esta especie de Sherlock Holmes quijotesco canario que es Ariosto. Enfrentado en El círculo platónico a su particular doctor Moriarty.
Sí, soy consciente que los pesados escritores canarios que dicen escriben literatura pesada despreciarán esta entretenida y ligera novela de pesquisas pero es que a veces, amigos, más vale una sabrosa ensalada que nada.
Nada de nada.
Por mucho que esté escrita por pesados escritores canarios pesados.
(1) Ariosto, Galán, Herrero y Clavijo volverán el año que viene en La Casa Lercaro.
Saludos, ojo con Maroni, desde este lado del ordenador.