“¡Yo no soy Madame Bovary!”
Cuentan que cuando le preguntaron a Gustave Flaubert quién era Madame Bovary el escritor respondió airado, quiero pensar que fuera de sus casillas, algo así como: “Madame Bovary soy yo.”
Para demostrar cuán equivocado estaba el escritor, el artista Brian Joseph Davis ofrece en su página The Composites un retrato robot, entre otros grandes personajes de la literatura universal, de la Bovary para sorpresa de los que leímos la novela y que sin atender a la descripción que sobre el personaje describió Flaubert, imaginamos a la señora Bovary a nuestra manera.
Una manera, la mía, que probablemente no tenga nada que ver con la que otros imaginaron de la Bovary.
Resulta no obstante interesante, por morboso e inquietante, adentrarse en esta galería de retratos robot de personajes ilustres de la literatura universal que ha presentado Davis para comprobar –como ha sido mi caso– que ninguna de esas composiciones responde a mi Madame Bovary, Humbert Humbert, que para quien ahora les escribe tendrá siempre la inmensa presencia de James Mason, o Daisy Buchanan, esa chica rica que le rompe el corazón al Gastby de Fitzgerald.
Explorar The Composites ha resultado así un juego muy divertido. Una especie de reafirmación del poder que, como lector, tengo cuando leo un libro. Quizá sea éste, el poder de la lectura, el único poder que me quede en esta vida. Por un lado porque he llegado a la conclusión tras consultar The Composites que no presto demasiado caso a la descripción física del personaje que hacen sus autores sino más bien a las emociones que supieron transmitirme con sus personajes.
Madame Bovary, por ejemplo.
¡Soy yo!
Cuando leí la novela, Bovary se transformó en mis ideas en una dama con sobrepeso y una señora triste de cabellera morena con curvas generosas y labios gruesos y ardientes que solo pedían ser besados de verdad.
Verdad, verdad.
Humbert Humbert, como apunté, siempre fue una especie de James Mason sin ser Mason, y Daisy Buchanan una pija esquelética que obsesiona y fragmenta en mil pedazos el corazón de esa especie de Heathcliff que es Gastby.
Por ello, me pregunto si el retrato robot que ofrece Davis en su web corresponde realmente a lo que tenían en su cabeza el puñado de grandes escritores cuando describieron en sus novelas a estos personajes.
No dejo de pensar en eso por mucho que el artista se haya ceñido a la descripción escrita que Flaubert, Nabokov y Fitzgerald, entre otros, hacen de todos ellos en sus novelas.
Como lector enfermizo, como hombre que lee todos los días sin prescripción facultativa, me consta que mi Gabriel de Araceli de la primera serie de Los Episodios Nacionales; el Zalacaín de Baroja, el Max Estrella de Ramón María del Valle Inclán, el Holden Caulfield de Guardián entre el centeno, el Sam Spade de Hammett, nunca serían los mismos si un artista como Joseph Davis se hubiera atrevido a dibujar un retrato robot de todos ellos.
Esto me hace pensar que quizá sea ésta una de las razones por las que nunca he sido muy aficionado a las ediciones ilustradas de cuentos y novelas. No necesito de una recreación gráfica para imaginar en mi cabeza a Rodion Raskolnikov porque a ese mismo Rodion Raskolnikov ya me he preocupado por darle rostro y físico en mi cabeza sin tomar demasiado en cuenta la descripción que su autor, Fiódor Dostoievski, se preocupó por dotarle en el texto.
Con esto quiero decir que lo importante cuando leo un libro que me apasiona, que me atrapa y sacude, que me hace ver el mundo de otra manera, no es que lo recree en mi imaginación como lo pensó el autor sino cómo fui capaz de recrearlo en mis neuras enfermizas.
En como lo hice mío.
En cómo lo convertí en una película donde los protagonistas asumen rostros y manías que comparto porque son los que han marcado mi existencia.
Así que mantengo una extraña empatía con los libros que contribuyeron y contribuyen a hacerme persona.
A mi me ayudan a continuar adelante y a dar la cara antes de que caduque mi paso por esta tierra.
Ya escribí en cierta ocasión que algo mal debería de funcionar en mi maquinaria si no malgastara mi paso leyendo lo que escriben los otros. Vida literaria la de los otros que hago mía cuando me sumerjo en ella.
Pero eso es así porque entiendo que leer es, como para un vampiro, soplo de vida.
Vida de otros que hago mía.
Vida que me enseña a moverme y a relacionarme con otros.
Vida que hace que, como Flaubert, piense cuando leo Madame Bovary: “Soy yo.”
Y por lo tanto un yo que no necesita de retrato robot para que piense como soy yo porque, precisamente, y gracias a la literatura, esa rareza que soy yo es un misterio sin rostro.
Una incógnita que solo pide imaginación y no, precisamente, un retrato robot.
Saludos, vuelven a sonar The Kinks, desde este lado del ordenador.
Febrero 22nd, 2012 at 23:54
casualidad o causalidad… todo es fruto de “la playita”. El mayor de los abrazos desde este lado del ordenador.
Febrero 22nd, 2012 at 23:56
Correspondidos, aún con arena de “la playita”, desde este lado del ordenador.