Ya digo, días extraños
Agosto se muere.
Y muere demasiada gente conocida y reconocida en un mes en el que noticiosamente hubo devastadores incendios y la más que restauración, reinterpretación de un Ecce Homo que cada día que lo observo en la red hace que recupere una fe que ya creía perdida para enfrentarme al septiembre negro que nos espera.
Nunca, como hasta ahora, he asistido a un futuro tan incierto como el que dicen que nos aguarda.
Septiembre, ya digo, negro.
Es hora pues de desempolvar las cintas de catástrofes o la de esperar una invasión alienígena que logre lo que esta humanidad en peligro es incapaz de alcanzar cuando respira paz: unidad para acabar con un enemigo común.
En agosto emprendieron el extraño viaje Neil Amstrong, Chavela Vargas, Gore Vidal, Sancho Gracia, Harry Harrison, Carlos Larrañaga, Tony Scott, Joe Kubert y Bernardo Bonezzi, entre otros.
Con algunos mantuve buena sintonía. Los demás rostros que conocía por los papeles.
Mientras tanto se me rompen los pantalones. La cuenta en el banco mengua escandalosamente y pierdo el tiempo viendo películas en casa mientras soy consciente que me hago mayor porque últimamente me ha dado por leer todo lo que escribe John Le Carré.
Hablo el viernes con un amigo al que me encuentro subiendo una de las cuestas de la ciudad en la que vivo. Devora un helado que puede ser de fresa o de mora por su color sospechosamente rosado tirando a vino.
Palabras de salutación habituales.
La conversación gira a otros asuntos igual de pertinentes que el estado del tiempo –oh, qué verano más escandalosamente caluroso– como el de intercambiar nombres de amigos y conocidos a los que sus respectivas empresas han puesto en la puta calle.
- La Tati quiere irse ahora a Colombia a buscarse la vida.
- Hace bien, allí venden buena farlopa.
- Pero, pero ¿qué dices?
- Tonterías. ¿Qué libro estás leyendo?
- Uno que trata de un viejo que acaba de cumplir cien años y que solo piensa en vivir su vida. ¿Y tú?
- A John Le Carré. Me estoy haciendo viejo.
De los libros pasamos a películas.
Me recomienda con la misma fe del converso que vea el montaje del director –como desteto eso de montaje del director– de El reino de los cielos, de Ridley Scott.
- No, gracias.- respondo.
- No tiene nada que ver con la versión que circuló en los cines.- me anima.
- No, thanks.
Ignoro si es por El reino de los cielos, pero la conversa gira ahora en torno a la muerte.
Le pregunto así si no sería mejor venir al mundo sabiendo tu fecha de caducidad.
Y cuando planteo la cuestión recuerdo La fuga de Logan, que fue una película que a la pibada de mi generación le volvió looooco. A mi, al menos, me hizo desarrollar esta idea.
Imaginen una sociedad formada por gente joven y atractiva que vive en cómodas ciudades encerradas en cúpulas. Una pequeña estrella que llevan en la mano les anuncia cuando es la fecha de su renacimiento, que es una forma elegante de hacerles pensar que no existe la nada. O el vacío.
Cuando se cumple treinta años participan en un extraño espectáculo en el que explotan mientras flotan en el aire siendo coreados por los gritos de los que aún tienen tiempo para seguir haciendo el imbécil.
Logan, un vigilante, escapa con una preciosa joven al mundo exterior donde conocen a un anciano que se comporta como un niño.
De esta película nació una serie de televisión que la pibada de mi generación siguió con generooosa atención.
Concluyo antes de que mi amigo diga nada que lo mejor que nos puede pasar es que no sepamos cuando será nuestro inevitable final.
¿Para qué saberlo?
Mejor vivir como estamos. Aunque sea condenadamente frustrante.
En este extraño viaje que inicié hace apenas unos días no he dejado de pensar en Ingrid Bergman.
Su vida es un paréntesis perfecto ya que nace y muere el mismo día: un 29 de agosto de 1915 y un 29 de agosto de 1982.
Ingrid Bergman fue la primera mujer con la que descubrí el sexo. La escena, de hecho, la recuerdo en mi cabeza como si fuera ayer. Corresponde a la película Stromboli, y en ella se muestra como conducen a la actriz en una lancha a la isla que da nombre a la película…
Creo que Bergman nunca fue tan tiernamente terrenal como en la película de Roberto Rossellini.
Alfred Hitchcock explotó con el vicio de un viejo voyeur su glamour de estrella. Lo mismo hizo Michael Curtiz en Casablanca. O George Cukor en Luz de gas o Sam Wood en ¿Por quién doblan las campanas?, a mi juicio una de las peores novelas de Ernest Hemingway…
Roberto Rossellini, que fue su afortunado marido, la hizo carne y mujer en Stromboli.
Ya digo, no he dejado de pensar en ella estos días de extraño viaje.
Y eso que no creo en apariciones pero…
Agosto se nos va con sus superficies de tierra calcinada, Ecce Homo chanantes y estrellas y estrellados hasta el año que viene.
Y aunque no sé si habrá un año que viene, ni tampoco me importa… Digamos que este mes que se nos va del calendario ha sido raro.
Raro porque aún mantiene las apariencias de que no pasa nada cuando todos sabemos que sí pasa algo.
Me pregunto así si septiembre, que tiene el dudoso honor de iniciar el próximo ejercicio que nos aguarda, será igual de extraño que este agosto que ya se me pierde en la memoria.
Leyendo los Diarios de Joseph Goebbels me asalta esa misma sensación.
El ministro de Propaganda del III Reich anota en las páginas que dedica a la primavera de 1943 situaciones en la que da la sensación de que no pasa nada cuando sí que estaba pasando algo.
Alemania comenzaba a perder la guerra.
Goebbels describe en su diario un emotivo encuentro con mi admirado Knut Hansum, escritor noruego, premio Nobel en 1920, que abrazó quiero pensar que por senilidad –tenía ochenta años– la causa del nacionalsocialismo.
Goebbels escribe en el diario que cuando ganen la guerra, Hamsun será reconocido como el gigantesco escritor que es.
Afortunadamente, Alemania perdió la guerra.
Desgraciadamente, salvo unos pocos, Hamsun no ha sido reivindicado como el gigantesco escritor que fue.
Ya digo, días extraños.
Saludos, blowing in the wind, desde este lado del ordenador.
Agosto 31st, 2012 at 22:40
No recuerdo que novela era, pero si recuerdo unas páginas maravillosas de Knut Hamsun con la descripción de como los árboles iban ocupando poco a poco, una tras otra, las montañas hasta formar un gran bosque, con una prosa tan poética que era una delicia. Saludos
Septiembre 2nd, 2012 at 10:22
No sé a que novela te refieres… ¿Quizá Hambre? Un abrazo.