Una novela sobre los otros canarios

“-¿Quiere la guerra? ¡La tendrá!”

(La Señora. Beatriz de Bobadilla. Señora de Gomera y Fierro.- Carlos Álvarez. Horas Antes Editorial)

Las cien primeras páginas de La Señora. Beatriz de Bobadilla. Señora de Gomera y Fierro del escritor Carlos Álvarez (1) es literatura de frontera de primer orden. O la descripción, fascinada, de un territorio considerado el fin del mundo conocido, y lugar en el desembarca uno de los personajes más interesantes de aquel momento: Beatriz de Bobadilla.

Personaje que hasta el día de ayer, antes de la publicación de la novela de Carlos Álvarez, formaba parte de la amplía galería de villanos de los que participaron en la conquista de Canarias. Todos ellos, con sus numerosas dobleces, cuya sangre circula entre  los que nacieron con posterioridad en estos peñascos.

Los otros canarios.    

Beatriz de Bobadilla, la Señora, fue una mujer educada en la Corte de los reyes Católicos al que el peso de la Historia más que ubicar, desubicó en una isla que formaba parte de un archipiélago aún bronco y en el pleno proceso de conquista. Un archipiélago en el que comenzaba a fusionarse, con violencia desatada, dos sociedades radicalmente distintas. Una de las cuales estaba condenadas a integrarse.

Este y no otro es el eje a través del cual gira la última novela del escritor y también guionista Carlos Álvarez. Ambiciosa  y compleja tarea que su autor narra mezclando personajes reales y ficticios que les sirven de comodines –estos últimos– para recorrer el pasado de una isla, y por extensión de las seis restantes que conforman el archipiélago canario.

Estamos pues ante un relato en el que se cuenta la Historia de Canarias desde la perspectiva de quienes la conquistaron pero también de quienes se sumaron a un Imperio que en aquel momento apenas andaba en pañales.

Álvarez reivindica así el protagonismo en ese proceso de transformación, salpicado de hombres, de una mujer culta y refinada que aprende a fusionarse con un entorno que parece detenido en el tiempo.

No escatima el escritor la durísima empresa que significó esta aventura. Entre otras, la brutal matanza de los gomeros a raíz del asesinato de su marido, Hernán Peraza; las conjuras en las que se vio inmersa y las alianzas que pactó quien también era conocida como La cazadora, porque La Señora. Beatriz de Bobadilla. Señora de Gomera y Fierro es un relato de ambiciones pero sobre todas las cosas, una novela que muestra la compleja fusión de dos mundos radicalmente distintos.

Su lectura, en este sentido, contribuye a que los habitantes de estas islas aprehendan su pasado y quizá –e ignoro si esta fue la intención de su autor– aprendan lo que costó sumarse a un territorio que empezaba a iluminarse con la luz del Renacimiento.

Carlos Álvarez apuesta por la ironía y el humor para narrar este momento tan trascendental para la Historia de Canarias y lo que hoy es España.

Recurso narrativo que le sirve para contar una historia que transcurre en un periodo muy concreto de nuestra Historia común, pero elemento que, a mi juicio, se desorienta tras sus primeras cien páginas.

Parece como si el autor, desbordado por introducir otros acontecimientos de lo que podríamos denominar el amanecer de un Imperio –la conquista de La Palma y Tenerife coincide con el eco del descubrimiento de América– perdiera el rumbo en las trescientas páginas siguientes.

No obstante, Carlos Álvarez es un escritor de oficio y tiene la notable capacidad de que las mismas se lean con interés porque resultan creíbles pese a que no explote a los antagonistas y apenas dote de consistencia  a los personajes secundarios de su relato.

En este aspecto, los secundarios principales de La señora. Beatriz Bobadilla. Señora de Gomera y Fierro carecen de doblez. Es más, da la sensación que están puestos ahí para mostrarnos paisajes y momentos. Es decir, que se mueven por necesidades narrativas para describir hechos.

Parece incluso como si Álvarez no quisiera molestar a nadie, consciente quizá de que aquel periodo de la Historia en la que Canarias se sumó al Imperio que daba sus primeros pasos, es asunto delicado.

Tan delicado que aún  despierta debates maniqueos entre los que defienden la condición de buen salvaje de los primeros pobladores de estas islas abandonadas de la mano de los dioses e insisten en tachar a los otros canarios, los conquistadores, como corruptores al imponer por las armas y la religión un modelo de civilización que en ese momento resultaba arrollador.

Con todo, la novela de Carlos Álvarez se lee muy bien. Y si bien no se trata de una novela histórica como se apresura a explicar su propio autor, procura en todo momento –pese alguna que otra licencia– ser riguroso con la Historia.

Una Historia, con H mayúscula, en la que intenta drenar en la medida que puede la leyenda negra que todavía promueven otros narradores cuando cuentan su historia –sin H mayúscula– al enmarcarla en ese mismo periodo de la Historia.

En contra de la mayoría de ellos, a Carlos Álvarez le interesa más integrar que separar, aunque esa integración sea fruto de la fascinación:

Don Fernando de Guanarteme quería saber cómo era Salamanca y Burgos y León y Osma porque el viaje que hizo para presentarse a los reyes le supo a poco. Por él se hubiera quedado en Toledo, no es que lo dedujera Martín, fue que don Fernando se lo dijo. Estaban fuera de la casa cuando el sol se acercaba al ocaso y el horizonte, el mar, las nubes y el Pico, desorientando a Martín, se incendió en todos los tonos del rojo y atrapó la mirada de los dos por un buen rato. Martín le estaba hablando de las casas y palacios que los Quirós por un lado y los Velasco por otro tenían entre Ciudad Rodrigo, Salamanca, Béjar, Osma, Toledo y Medina (…). Quedaron en silencio y entonces Martín dijo: Es bello este paisaje.

- Cambio este valle por cualquiera de aquellos palacios –le dijo don Fernando de Guanarteme, antes Tenesor Semidán, recordando Toledo con nostalgia.

O de la resignación:

A Martín los gomeros le parecían tristes y después de lo que escuchó, motivos no les faltaban.

Eran los primeros de su estirpe que habían perdido la soberanía de su isla. Y la isla, para un isleño es toda la Tierra. Habían tenido que aprender otra lengua y no podían usar la suya en presencia de los nuevos amos; también habían tenido que esconder sus creencias, aprender las nuevas y someterse a la infamia del último de los Peraza que en solo unos años diezmó la isla. Ya sabían todos que cualquier revuelta era inútil, que podrían matar también a la Señora y a sus hijos, pero vendría otro Pedro de Vera y la venganza sería aún mayor que la anterior y pondrían a otro señor, si no al mismo verdugo. Motivos de aflicción no les faltaban.”

El escritor aprovecha su novela para desmontar la leyenda negra que rodea a Beatriz de Bobadilla, personaje que se han empeñado unos en que quede registrado en nuestro imaginario colectivo como una especie de Mesalina.

Que nadie espere así encontrar tórridas escenas de sábanas revueltas con, entre otros, uno de sus presuntos amantes, Cristóbal Colón, a quien describe Carlos Álvarez como un arribista seductor:

Beatriz notó que el marino también había puesto plano a su visita, parecía que tenía prisa por terminarla. Apenas se interesó por sus heridas y no usó las galanterías que otras veces prodigaba para conquistarla. Cómo mudan los afectos de los hombres, tal vez ni afectos, solo el deseo es lo que les mueve, pensó Beatriz. (2).”

Estamos pues ante un libro ambicioso y si me apuran definitivo sobre lo que significó que siete islas olvidadas hasta ese entonces comenzaran a figurar en el mapa del mundo conocido.

Una labor en la que Álvarez destaca el importante papel que en esta empresa  jugaron las mujeres. Mujeres que en esta obra tienen mayor peso que los hombres. Casi como si quisiera darnos a entender que ellas, y no ellos, fueron las que tuvieron la misión de integrar y no disgregar a los que a partir de ese entonces habitaron los territorios conquistados.

La sombra de Beatriz de Bobadilla planea en toda la novela, pero no es una novela en sentido estricto sobre Beatriz de Bobadilla.

Álvarez, con feroz gracia, ya lo advierte nada más empezar la lectura de su interesante recorrido por una de las etapas más interesantes y también manipuladas de la Historia (con H mayúscula) de Canarias y España.

Bobadilla en primera persona inicia el relato, pero la voz de su primera persona se detiene abruptamente.

No es un Yo, Beatriz de Bobadilla…

Tenía diecisiete años y no podía oponerme a la voluntad del rey. Tampoco presenté ninguna resistencia, es verdad. Y si he de ser totalmente sincera, lo deseaba tanto…”

Un deseo que se torna en castigo al ser desterrada por su falta –originada, cuenta Álvarez, por la libido desatada del rey Fernando– al último rincón del mundo conocido.

Un mundo conocido que deja de serlo cuando se descubre lo que más tarde será América.

A propósito, reflexiona Bobadilla en la novela: “No, las islas ya no estaban en el fin del mundo, tampoco eran un convento ni un reino, era el Señorío de las islas de Lanzarote, Fuerteventura, Gomera y Fierro”.

El resto es Historia. Una Historia de la que Álvarez hace historia…

Una historia que cuenta en clave de humor e ironía.

La novela incluye en sus páginas un artículo firmado por el catedrático emérito de la UNED y director del Anuario de Estudios Atlánticos, Antonio de Béthencourt Massieu; así como un apéndice con apuntes históricos que dan por cierto algunos de los capítulos del libro.

Curiosamente, y a mi entender, los que resultan más insólitos de esta novela.

(1) Carlos Álvarez es autor también de La pluma del arcángel, título por el que obtuvo el Premio de Novela Benito Pérez Armas y que se desarrolla en Gran Canaria “en algún momento del siglo XVI”.

(2) La negrita es nuestra.

Saludos,  ”la vida imita al arte mucho más de lo que el arte imita a la vida”,  desde este lado del ordenador.

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