La hora de la verdad: frente a frente
Voy al cine.
Hago el esfuerzo de gastarme un puñado de euros y entro en la sala oscura.
Mientras busco acomodo en la butaca me doy cuenta que me asaltan las mismas emociones que me asaltaban las primeras veces que iba al cine. Una mezcla extraña de expectación ante lo que voy a ver…
En silencio invoco a los dioses para que la película que se va a proyectar en una de esas pantallas grandes que ya no son, sin embargo, tan grandes como las de antes, me diga algo. Es decir, que no salga con la sensación de que me han estafado, tomado el poco pelo que aún me queda sobre la cabeza.
En silencio, y mientras la luz del proyector ilumina la sala veo los tráiler entre los que destaca la última película protagonizada por Sylvester Stallone. La dirige Walter Hill, así que le comento al amigo que tengo al lado que regresa el cine de autor de los ochenta. Es una broma particular que tenemos.
Coincide además que Hill es un cineasta con el que los dos nos hemos alimentado.
Allá en los ya hoy lejanos años ochenta.
En mi caótica deuvedeteca conservo varios títulos del director: El luchador, Forajidos de leyenda, La presa…Y sí, si que me gusta el cine de Hill, como me gusta el cine de John Milius.
Los dos son algo así como una especie en extinción.
Tan extinción como esto del cine.
Y como quien les escribe.
La película que veo tiene título, claro está: Looper.
Y me deja k.o.
O lo que es lo mismo, me hace pensar en mi mismo mientras veo esta curiosa e inquietante tragedia sobre nosotros mismos.
Imaginad un futuro donde las mafias envían a sus víctimas a un pasado que vive una brutal crisis económica para que sean liquidados por asesinos a los que se conocen como Looper. Unos liquidadores, estos looper, que en sus ratos libres gastan su sueldo –en forma de lingotes de plata y ocasionalmente oro– en prostitutas, borracheras y drogas de diseño.
El ser o no ser, esa es la cuestión surge cuando el asesino tiene que eliminar a un hombre que viene del futuro que es él mismo.
Contado así puede resultar confuso pero el filme de Rian Johnson lo explica muy bien. Demasiado bien. La película, además, explota otras vías, otros caminos posibles.
Busco referencias: Doce monos, Horizontes de grandeza, incluso un look a lo pobre tipo Matrix… Porque la grandeza de Looper es que se trata de una película pequeña en la que late un corazón muy grande.
Tiene mucho de tragedia. No sé si shakesperiana pero sí de tragedia. La tragedia de ser uno mismo.
Una de las mejores escenas del filme muestra frente a frente al protagonista del filme con su yo del futuro. El personaje, que interpreta Joseph Gordon-Levitt, y Bruce Willis se miran a la cara y piden el mismo plato en una cafetería de carreteras.
Willis le grita que no sea tan idiota cuando su yo le dice que lo deje en paz, que va a cumplir con la regla que es pegarle un tiro en la cabeza.
Acabar consigo mismo.
Quiere vivir su futuro.
Ese futuro que desconoce y que tiene ahora delante de sus narices.
No se reconoce, y aquí está el drama, en ese hombre maduro –que es él– que solo desea cambiar el pasado para ser feliz.
Esto me hace pensar en cómo reaccionaría mi yo del pasado si se enfrentara a mi yo del presente.
Probablemente el yo del presente le diría lo mismo que le dice Willis: Espabila… Solo que, para complicar las cosas, mucho me temo que mi yo del futuro le diría lo mismo a quien ahora escribe estas líneas.
¿Me reconocería en él?
Looper es una película que trasciende las fronteras del género de la ciencia ficción por lo que es una película recomendable también para quienes detestan el género de la ciencia ficción.
Suscita preguntas. Y que me plantee preguntas es una de las pocas cosas que le pido no solo a una película.
El hecho de que haga trabajar mi cabeza es un síntoma claro que lo que veo contiene algo más que acción, paradojas temporales y una nueva y apasionante lectura sobre los viajes en el tiempo…
Pero esto debe ser así porque siempre me ha fascinado especular sobre lo de viajar en el tiempo. Retroceder, nunca avanzar, en el tiempo.
La culpa la tiene un escritor grandioso que se llamaba H.G. Wells.
Y otro escritor, Richard Mathenson, que en un relato se adelantó a ese fantástico disparate que es El Caballo de Troya de J. J. Benítez.
Un viajero del futuro, invisible, asiste en directo a la crucifixión de Jesucristo.
Solo puede observar, no intervenir.
Ray Bradbury explotó el viaje en el tiempo en una serie de relatos donde sus protagonistas se trasladaban a esos tiempos donde los dinosaurios dominaban la Tierra. Peter Hyams llevó al cine una de estas historias con resultados muy frustrantes. El dibujante Richard Corben sin embargo sí que supo captar la paradoja en una serie de historietas que a mi todavía me producen cierta fascinación.
En la primera entrega de la trilogía de Regreso al futuro de Robert Zemeckis se proponía un discurso inquietante, que iba más allá del complejo de Edipo cuando la futura madre del protagonista siente algo especial por su hijo… Claro que ella no sabe que ese chico será fruto de sus entrañas…
Pienso también en la reivindicable Peggy Sue se casó, de Francis Ford Coppola. Un cineasta que incluso en sus horas más bajas sabe que el negocio del cine es algo personal y no solo negocio.
Looper va más allá.
Atención, pregunta:
¿Sería usted capaz de matar a un niño que sabe que el día de mañana será el responsable de su tragedia?
¿Sería capaz de asesinar a un inocente que el día de mañana se convertirá en el mayor hijo de puta conocido y reconocido en la Tierra?
Esa cuestión planea en Terminator…
Ira Levin reflexionó sobre lo mismo aunque en clave sensacionalista y con clones en Los niños del Brasil, novela que cuenta con una excelente adaptación cinematográfica.
En ese realista retrato que es Ven y mira, de Elem Klimov, el joven protagonista termina disparando contra un retrato de Hitler cuya imagen retrocede hasta mostrarnos a un niño austriaco sin su futuro ridículo bigotito que mira desafiante al partisano.
El joven comunista no puede apretar el gatillo.
Es incapaz de matar a ese niño por muy monstruo que pueda convertirse en el mañana.
No voy a contar lo que hace el protagonista (desdoblado) de Looper.
Pero da que pensar.
Salgo del cine conmovido, con cuestiones parecidas a las que he expuesto mientras devoro un delicioso bocadillo de pollo en el Imperial.
Le doy vueltas a lo que haría…
También a cómo me enfrentaría a mi yo de ayer.
Es decir ¿sería capaz de reconocerme en ese tipo que, ahora que repaso algunas fotografías de mi mismo de hace apenas diez, veinte años, ahora resulta ser un completo desconocido?
Sí, sé que soy yo…
Pero no soy yo…
Recorro las calles solitarias y sucias de la capital de provincias en la que vivo.
Llueve.
Y hoy cambian además la hora.
A las tres de la madrugada serán las dos.
El tiempo.
Siempre el puto tiempo.
Saludos, ¿mañana será otro día?, desde este lado del ordenador.