El hombre que ama a Gene Tierney, una novela de Daniel María
“Hay un amor que duele. Un amor que congestiona el sendero, lo atiborra de dolores, de amarguras, incluso de recuerdos que no son, que no se produjeron nunca.
Hay un beso que aterra, el que no se ha dado, el que se sueña y se evapora con el paso del tiempo, que de tanto desearlo se inventa y parece que se ha besado.”
Un escritor que confiesa ya desde el título de su novela que ama a Gene Tierney no puede ser un mal escritor. El hombre que ama a Gene Tierney tiene así el mismo efecto que los rayos gammas sobre las margaritas, que es una película dirigida y no protagonizada por Paul Newman y que a mi, ya ven, aún me dice muchas cosas.
Accésit de edición del Premio de Novela Benito Pérez Armas 2011, y trabajo por el que la escritora y también miembro del jurado Cecilia Domínguez Luis apostó aunque no contara con el resto del consenso del comité deliberador, El hombre que ama a Gene Tierney, de Daniel María, ha sido editada recientemente por La Página en su colección Synoros, Narrativa y corre serio peligro, como suele pasar con casi todas las novelas premiadas y finalistas del Benito Pérez Armas, de pasar desapercibida por su nula promoción y, más en el caso de la novela de María que la de Francisco Estupiñán que obtuvo el galardón, El corsario de Lanzarote, porque habrá alguno que piense que se trata de un título difícil.
Que no tiene la estructura de una novela al uso, que el narrador se nos pierde en ensayos literarios de lo que pudo ser pero no fue.
Entendida de este modo, flaco favor se le hace a El hombre que ama a Gene Tierney, porque si bien no es una obra redonda, sí que cuenta con un puñado de páginas que saben a auténtica literatura. Esa auténtica literatura cuyas palabras te tocan por dentro, esa auténtica literatura que te está hablando desde dentro, esa auténtica literatura que te marca por dentro.
La estructura de El hombre que ama a Gene Tierney mezcla primera persona, guión cinematográfico, biografía incluso y esqueleto argumental de una posible novela dentro de la misma novela, entre otros elementos con los que se autor aspira a contar la experiencia aún sin complementar de su protagonista, de nombre Daniel, como el Daniel original que piensa y escribe en El hombre que ama a Gene Tierney.
Un detalle cuanto menos interesante parte así, nada más comenzar, con su título.
A mi juicio, el empleo del tiempo presente del verbo amar no es caprichoso. De hecho, esta es una novela o un ensayo de novela en lo que importa es amar por encima de todas las cosas, por encima de las derrotas cotidianas que nos van despojando de ser persona.
Se revela, por otro lado, a un profundo y emocionado conocedor de las letras que se escriben a este lado del Atlántico. Sus referencias y citas están bien orquestadas y se agradece que todavía queden voces que reivindiquen el trabajo de quienes le precedieron en esto de contar historias.
Por fragmentaria que resulte, por delirantemente deudora de un clásico de la literatura de aquí como es Crimen, de Agustín Espinosa, título a quien el protagonista de El hombre que ama a Gene Tierney rinde un curioso homenaje al mismo tiempo que invita a que releamos a un autor que, empleemos el tópico, si hubiera nacido en otro territorio que no fuera Canarias ni Expaña tendría la notoriedad que merece.
El hombre que ama a Gene Tierney es una historia troceada. Cortada en piezas.
En lo que podríamos considerar su primera parte se nos presenta a su protagonista a través de un largo monólogo en el que se masculla su hastío. También una soledad compartida en la que aprecio un conmovedor y resignado existencialismo: “No soporto la rutina y las repetidas imágenes de los días. No soporto los rostros invariables de los bibliotecarios y las eternas estanterías que parecen no parar nuevos volúmenes. Me he acostumbrado a base de resignación. La entrada de la biblioteca es lúgubre y perezosa. Los edificios grises deberían estar prohibidos.”
Y más tarde, ya dentro del tranvía que sube y baja y baja y sube, escribe: “El gusano de la ciudad nos arrulla con torpeza y la voz insípida que anuncia las paradas nos despierta monótonamente a medida que avanzamos. La gente odia esa voz. La perfección modulada y el sabelotodo de nuestros destinos. Alguna vez se equivocará. Dirá Taco en la parada de Puente Zurita y entonces todos gritaremos sonrientes y pletóricos que se ha equivocado, que es asquerosamente una voz humana.”
Ceniceros es un guión cinematográfico inconcluso.
No es novedosa esta técnica, tampoco creo que fuera pretensión de María. Recuerdo, inevitable, el ejercicio que Max Aub –otro de esos grandes escritores españoles sepultados por la losa del olvido– emplea con el guión cinematográfico en su Campo francés, aunque con un fin distinto al de Daniel María.
En este sentido, casi parece que el autor de El hombre que ama a Gene Tierney recurre a la estructura del guión cinematográfico para desdramatizar su relato, y así dotarlo de cierta cercanía. Quien lo escribe y su protagonista, que también escribe, son hombres resignados, y precisamente por su resignación hacen y juegan con el estilo porque ambos –el escritor real y el imaginario– tienen la certeza de que todo vale bajo la incógnita de lo experimental.
Esta idea se refuerza en la parte de la novela Como piedras rodando (cuaderno a la memoria de Joey Ramone), según mi parecer la más floja, pero en la que mastico frases como si se trataran de consignas: “Mi último suspiro para ti, Gene Tierney. Dime, ¿cómo se ama a los fantasmas?”
No obstante, y en donde crece esta novela que no puede ser novela aunque sí sea una novela es Vuelos de pardela (autobiografía temprana).
Aquí encuentro las mejores páginas del libro. Esas páginas que, como comenté con anterioridad, golpean y te hablan desde dentro hacia adentro.
A mi me parece tierno en sus retratos humanos, sobre todo de mujeres, que ofrece. Y extremadamente emotivo. Momento en el que Daniel María se descubre como el gran narrador que es.
Un ejemplo: “Aquella anciana, centenaria y menuda, me miró a los ojos con toda la inmensidad del tiempo. Luego me besó en la frente como besan las madres a sus retoños y sentí que un siglo cabe en los labios.”
Y otro: “Era la abuela de mi mejor amigo de la infancia. Aquel amigo que murió temprano, en plena niñez, de una enfermedad amarga. Ella lo recordaba siempre. Conmigo sé que lo recordaba del todo, que lo veía a mi lado, riéndose con mis gracias, haciendo alguna alusión a mi obesidad, mi torpeza en el fútbol, mis chistes desternillantes.
Fue la mujer de otra sangre que más me quiso. Yo la llamaba abuela. Simplemente. Sé que era feliz escuchando aquel “abuela” de una voz infantil que no era la de su nieto.”
Hay mucha poesía contenida en esta pequeña novela –no llega a las doscientas páginas–. También una delicada sensibilidad para conectar con el alma del lector más encerrado en sí mismo.
En esta parte pues, es donde aprecio la capacidad que tiene el escritor Daniel María para compartir sentimientos que no son ideas. Páginas que sin ser perfectas sí que dejan huella.
El hombre que ama a Gene Tierney, con todos sus defectos, se convierte así en un libro para encontrarlo.
¿Por qué encontrarlo?
Porque los libros de verdad son los que se encuentran.
Saludos, ya sin carnaval, desde este lado del ordenador.
Febrero 20th, 2013 at 17:40
Hola Eduardo,
he podido leer la novela de Daniel María y es en realidad interesante por todo lo que dices, pero yo añadiría que es la primera novela que conozco que precisamente “novela” la propia tradición narrativa canaria en la que se inserta. No en vano su final es un rendido homenaje a “Fetasa” de Isaac de Vega, a quien rinde tributo continuamente, como a Agustín Espinosa. Ya digo, cuando menos, es una obra muy curiosa, por eso de hacer literatura con la propia literatura canaria y específicamente con nuestra narrativa. Resulta original. Muy divertido, por cierto, el jocoso “palo” que su autor le da al propio premio de novela del que fue accésit. Un narrador a tener en cuenta, creo yo. Confiemos en sus próximas propuestas. Gracias Eduardo por seguir informando y opinando sobre la cultura en Canarias.
Febrero 20th, 2013 at 17:44
Gracias Víctor por tu reflexión. Un abrazo.
Febrero 28th, 2013 at 13:40
Feclidades Eduardo por el artículo, una buena mezcla de reseña crítica comedida en la voluntad de contribuir a la difusión de un libro, sin rendirse a la creación de parafernalias filosóficas.
Simplemente por este texto tuyo, ya pica la curiosidad por leer la novela de Daniel Marías.
Felicidades a los dos!
Javier.
Febrero 28th, 2013 at 13:52
Gracias, amigo, por tus generosas palabras. Ahora solo falta que te guste el libro (¡!)