El sueño de la razón produce monstruos

INTRO

Muchas son las películas que marcaron mi infancia, y muchas son las película que, presuntamente dirigidas a un publico infantil, marcaron mi infancia.

La selección de diez títulos que propongo a continuación responde así a los que me marearon cuando las vi por primera vez. Escribo marearon porque tocaron una tecla que desde ese día continúa tocando insistentemente para recordarme que cualquier tiempo pasado no tiene que ser, necesariamente, mejor.

Hemos procurado en esta lista escoger únicamente largometrajes protagonizados por actores y omitir las cintas de dibujos animados porque a mí, así de raro fui y soy, disfrutaba y disfruto más con las primeras que con las segundas.

En varias de ellas, no obstante, se mezclan personajes de carne y hueso con personajes animados. Muchos de los filmes, además, pertenecen a la Walt Disney, nombre hecho marca e inevitable cuando se pretende seleccionar un puñado de películas que sacudieron tu niñez.

Títulos, en definitiva, que cuando los vuelves a ver tocan, ya dije, una tecla.

Por celebrar este año su sesenta aniversario dedico más extensión a Los 5.000 dedos del doctor T, una estrafalaria producción inspirada en uno de los relatos del inquietante (¿y mefistofélico?) Dr. Seuss.

1.- El mago de Oz (Victor Fleming, 1939).- ¿La razón? Fue la primera película que vi solo en un cine, el Cinema Victoria, y aún recuerdo la conmoción que me produjo nada más empezar. ¡Era en blanco y negro! Aunque no, no… De pronto se hace el color. Hemos llegado al mágico mundo de Oz. A veces, a solas, tarareo el Over the Rainbow y llamo a Dorothy, que es Judy Garland, y a su perrito Totó, para que juntos encontremos un cerebro, un corazón y el valor suficiente  mientras recorremos un sendero de baldosas amarillas rumbo a la Ciudad Esmeralda perseguidos por la molesta, diabólica y malvada Bruja del Oeste. ¿El culpable de esta historia? L. Frank Baum.

2.- El barón de Munchausen (Josef von Báky, 1943).- La familia pasaba el verano en unos apartamentos, Picaflor, en el Puerto de la Cruz. Sería un sábado, o un domingo por la tarde. La gente está en la piscina pero yo me encuentro en el apartamento con la vista clavada en el televisor viendo El barón de Munchausen. Cada imagen de esta película producida y dirigida por el régimen nacionalsocialista cuando la II Guerra Mundial comenzaba a torcérseles me resulta hipnótica. Es probable que por su capacidad de evasión, por su manera festiva y atolondrada de escapar a la cruda realidad que se les avecinaba. La recuperé hace unos años y no ha perdido ni un ápice de su hechizo. De hecho, para mi solo hay un Munchausen cinematográfico, el que interpreta Hans Albers y no el entusiasta John Neville en la descafeinada versión de Terry Gilliam de 1988.

3.- Los 5.000 dedos del doctor T (Roy Rowland, 1953).- Entre las muchas rarezas que podemos encontrar en la literatura y el cine infantil, aunque escribir infantil haga que se me erice la piel, se encuentra una película extravagante, loca, extraña y por lo tanto fascinante. Responde al título de Los 5.000 dedos del doctor T y está basada en un relato de doctor Seuss, un escritor norteamericano que vivía en otro planeta.

La adaptación cinematográfica, que celebra este año su sesenta aniversario, aguanta sin embargo un nuevo visionado. Un visionado con ojos de adulto que desea desesperadamente recuperar su mirada inocente, con garantía al asombro, libre de prejuicios en ocasiones equivocadamente críticos.

Dirige esta producción en flamante technicolor, Roy Rowland, un cineasta que como muchos cineastas de su tiempo prestó su talento a toda clase de historias.

Lo mejor de Los 5.000 dedos del doctor T no es, sin embargo, su dirección, ni siquiera el equipo técnico y artístico que trabaja en la película. No, lo mejor del filme son sus todavía llamativos escenarios. Esa ciudad que gobierna el excéntrico personaje que da nombre a la película.

Se trata, además, de un largometraje que suscita lecturas al margen de su sobresaliente ambientación. Destacaría, especialmente, una visión de la infancia libre de prejuicios adultos, vista desde los ojos de un niño que en la película no deja de mirar a cámara y explicarte sus reflexiones.

A través de este niño se mueve una cinta que cuenta con inevitables pero también irregulares números musicales y pequeñas historias que, entiendo y vistas hoy, podrían resultar para algunos padres de un inquietante mensaje subversivo.

Los 5.000 dedos del doctor T no deja de ser, en este sentido, el relato de un niño que para escapar de las torturantes lecciones de piano que le imparte su estirado y ambiguo profesor, se refugia en un universo paralelo, fantástico, que dirige este adulto que ahora se llama doctor T. El doctor T mantiene esclavizada a su madre, con quien pretende casarse, y aspira a componer su sinfonía definitiva que interpretarán las manos de 2.500 niños; entre otras la de nuestro protagonista en la que, posiblemente, sea una de las escenas más delirantemente catastróficas y divertidas de la película.

En su fantasía, el niño intentará por todos los medios dinamitar la obra del doctor T contando para ello con la ayuda de un adulto, fontanero en la vida real y en la mágica, enamorado secretamente de su madre y el padre ideal –su progenitor murió siendo él muy pequeño– para formar la que desea y espera sea su nueva familia.

Los 5.000 dedos del doctor T es una sucesión de aventuras por escenarios extravagantes y dalinianamente surrealistas donde su protagonista no descansa para conseguir su objetivo. La película aún resiste el paso del tiempo. Y pese a que se nota que se rodó deprisa y corriendo, que los actores –salvo el fantástico Hans Conried, que hace del extravagante profesor Terwilliker/Dr. T– parecen que están jugando más que interpretando, seduce porque la película es muy rara. Muy, pero que muy rara.

Al final, y una vez despierta el niño de su fantasía, las aguas vuelven a su cauce.

La madre, es un suponer, se casará con el fontanero. Mandamos a paseo al irritante profesor de piano y el jovencito –que hasta ese momento no se ha quitado de la cabeza un ridículo sombrerito con una mano de goma encima– sonríe a cámara porque con su nuevo papá y su esperamos que feliz mamá, dice adiós a las clases de piano.

4.- Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964).- Fue de obligado visionario. Quizá eso explique la extraña relación que mantengo con esta película así como con Julie Andrews. Y es que si en los títulos de crédito aparecía la señora Andrews lo asociaba inmediatamente a canciones. Nunca, además, aprendí a decir supercalifrásticoespialidoso

5.- Un gato del FBI (Robert Stevenson, 1965).- Pese a que les tengo alergia, confieso mi debilidad por los gatos. Y el siamés de esta comedia con animales de la inevitable Disney tiene su encanto. Yo prefiero, sin embargo, El gato que vino del espacio (Norman Tokar, 1978) aunque ya puestos, revelo que hoy soy incapaz de verlas enteras. Y no por el felino, no…

6.- Chitty Chitty Bang Bang (Ken Hughes, 1968).- Basada en un relato de Ian Flemming, el creador de las novelas de James Bond, Chitty Chitty Bang Bang es una de las películas de mi infancia, adolescencia, juventud y… esa etapa de la vida en la que me encuentro. No me canso de ver fragmentos cuando me torpedean los fantasmas de la depresión. Aún tarareo sus canciones y Dick Van Dike nunca volvió a estar mejor que en este fantástico largometraje cuyo protagonismo le roba el coche tuneado y fantástico que sale de su taller, de su imaginación. Por ahí aparece, además, Benny Hill

7.- Oliver (Carol Reed, 1969).- ¿Una para niños? No, pero la vi siendo un niño y me parece de las mejores adaptaciones al cine de la novela de Charles Dickens pese a que se trate de un musical. La dirige el sólido Carol Reed y sus canciones forman parte de la banda sonora de mi vida. Defiendo, además y con uñas y dientes, que Ron Moody hizo uno de los mejores Faguin de la historia del cine…

8.- The Love Bug (Robert Stevenson, 1969).- Herbie, el Volkswagen que está vivo, vivo, y sus continuaciones formaron parte del cine que consumí cuando en esta tierra los más pequeños solo podíamos ir a las sesiones de las 4 de la tarde. Me encantaba, tanto, que todavía cuando veo un escarabajo imagino que tiene vida propia, que se va a poner a bailar, a corretear, a demostrar que, pese a que es pequeño y cabezón, puede ganarle a cualquiera. ¡Grande Herbie!

9.- La flauta mágica (Hollingsworth Morse, 1970).- No la he vuelto a ver, pero no me cansaba de repescarla en aquellas sesiones de cine a las cuatro de la tarde. En cierta ocasión, y cuando el Greco era Cine Greco, el portero me pregunto qué hacía yendo a ver esa película para chiquillos y no quedarme en casa, donde televisaban un partido de fútbol que había detenido a la ciudad. ¿La respuesta? Prefiero La flauta mágica.

10.- La bruja novata (Robert Stevenson, 1971).- Resulta curioso eso de la primera vez. La bruja novata la vi en el cine Price cuando era cine Price y no multicines Price y más tarde Renoir/Price. Tampoco la he vuelto a ver, ni pienso verla porque no quiero traicionar el entusiasmo de la primera vez. Solo sé que disfruté como ella, y que la bruja por una vez no estuviera del lado de las tinieblas, los nazis.

Saludos, dejad que los niños se acerquen a mi, desde este lado del ordenador.

2 Responses to “El sueño de la razón produce monstruos”

  1. Maite Lacave Says:

    Tuvimos en casa un niño saharaui que el principal atractivo que tenia para él era ver Oliver una vez y otra. Siempre me he preguntado que habrá quedado en él de ese visionado continuo, de esa fascinación.

  2. admin Says:

    Creo que además de un gran musical es una excelente película.

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