Cuando ruge la marabunta: Eleanor Parker
Si con Ingrid Bergman descubrí la seducción que una mujer aparentemente vulnerable refleja en pantalla. Grande y pequeña, que lo mismo da, y en especial en esa obra maestra que es Stromboli (Roberto Rossellini, 1950) digamos que Eleanor Parker me reveló qué es eso que llaman erotismo en un ya viejo clásico del cine de serie b de los años cincuenta: Cuando ruge la marabunta (Byron Haskin, 1954).
De hecho, alguien apunta en facebook y con acierto que ella, solo ella, fue la marabunta.
Yo solo sé que no sé nada aunque sé que cuando la descubrí por primera vez –y es que siempre hubo una primera vez– las defensas del cuerpo se replegaran nerviosas. Estaba contemplando a una de las mujeres no ya más hermosas y seductoras de la historia del cine, sino a un desconcertado Charlton Heston, cacique blanco y con mala hostia en el filme, al que parece que se le va la fuerza cuando conoce a su esposa, matrimonio por poderes mediante, y se le encienden las pasiones reprimidas mientras Eleanor lo anima a compartir sábanas en el lecho nupcial.
El mensaje de la película es sabio: haz el amor pero también hazle la guerra a las puñeteras hormigas que forman la marabunta.
Ya digo, un clásico del cine de aventuras de serie b.
Mientras caen gotas de lluvia sobre las islas y amenazas tormenta, ¿entienden que desde ese entonces mi mirada se dirija automáticamente a la señora Parker cuando la descubro en una película?
Una sonrisa suya basta para sanarme.
Me disparó las alarmas hace unos días viendo ese extraño western sexual que es Un rey para cuatro reinas (Raoul Walsh, 1956) donde Eleanor es mucha Eleanor. Tanto, que al final se va no entregada sino en igualdad de condiciones con el Rey. El Rey se llama Clark Gable y todo vale por un puñado de dólares y tener entre los brazos a la señora.
Eleanor Parker apaga también a esa fría tentación que es Kim Novak en El hombre del brazo de oro (Otto Preminger,1955), donde resulta casi tan venenosa como la morfina que se inyecta en los brazos Frank Sinatra en la película. O como la condesa con ganas de sexo a la que despecha un atontado Christopher Plummer en favor de Julie Andrews en ese gran musical para toda la familia que es Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965).
¡Vamos y cantemos juntos edelweis, edelweiss… flor de alta montaña!
El destino profesional de la señora Parker le impuso la mayor parte de las veces, y afortunadamente, personaje a su medida. Esos en los que se necesitaba sugerir deseo que es lo mismo que sexo.
Sus protagonistas son así mujeres conscientes de sus encantos y demasiado confiadas de sí mismas.
Lo apunto sobre todo por los personajes masculinos con los que les tocó lidiar en algunas de sus películas.
Demasiado dura por fuera pero demasiado tierna por dentro para los gustos de conquista masculinos. Personajes que, generalmente, la apartaban a un lado para liarse con la otra. Más discreta y modosa.
Vean si no Scaramouche (George Sidney, 1952), un clásico –y van– del cine de aventuras de serie b. O Fort Bravo (John Sturgess, 1953), un western que explotó sus encantos para explorar lo que no es sino sexo con todas sus letras.
O Con él llegó el escándalo (Vincente Minnelli, 1960), donde la señora Parker asume el papel de una madre torturada y con lecturas objetivamente masoquistas y edípicas.
Eleanor Parker falleció ayer, martes, 10 de diciembre.
Y en este apartado archipiélago del África occidental cae una lluvia que los medios transmiten con frustrada resonancia bíblica…
Yo quiero pensar, y sé que tengo la razón, que más que agua que cae del cielo son lágrimas en honor de la señora Parker.
Y no tiemblo, porque cuando suenan los truenos sé que ruge la marabunta repitiendo su nombre.
Eleanor Parker,
Eleanor Parker
Eleanor Parker
Saludos, ruge la marabunta, desde este lado del ordenador.