El extravagante universo de Kyril Bonfiglioli
“En nuestra empresa todos somos criminales, más o menos”
(Rudyard Kipling)
El reciente estreno en cines de la película Mortdecai que protagoniza Johnny Deep despertó en un principio la curiosidad por gastarme el abusivo puñado de euros y observar cómo se había adaptado a la pantalla el universo irreverente y sobre todo absurdo de un personaje peculiar en la república de las letras.
Tanto, que cuenta con un grupo de entusiastas seguidores que lo reivindican sin que se les caigan los anillos de los dedos. Dedos gruesos como morcillas o finos y delgados como palillos aunque en nuestro caso prevaleció al final la cautela, que asocio en estos tiempos de crisis que no se van por mucho que insistan que se van, por ahorrarnos el parné y prescindir de su traducción cinematográfica tras leer las reseñas que se han escrito sobre el largometraje.
A raíz de la publicación de la primera novela de Mortdecai en español ya le dedicamos en este mismo su blog, El Escobillón.com, un comentario que leído nueve años después aún respira el entusiasmo que como lector recibí cuando tuve la oportunidad de adentrarme en el fabuloso por extravagante universo de su creador: Kyril Bonfiglioli, de quien dispongo en algún lugar de mi biblioteca dos novelas que en su momento me hicieron extraordinariamente feliz.
La primera de ellas, Todo el té de China (Península, 2000), no tiene nada que ver con Mordecai, personaje a quien Bonfiglioli dedicó dos títulos más, sino que transporta al lector a un Oriente exótico y lo sumerge en una divertidísima aventura.
Solo que Todo el té de China es una maravillosa e irreverente novela de aventuras que está protagonizada por un desesperado perdedor que detesta el mundo aunque es un exquisito conocedor del arte de la porcelana.
El libro propone así una deliciosa excursión al Lejano Oriente que salpica con ocurrencias graciosas que despiertan la sonrisa cuando no la carcajada más abierta y sincera. De lectura más que recomendable, “sobre todo para los que ven el vaso medio vacío”, Todo el té de China está impregnado de romances traicioneros y traicionados y derrocha un ingenio que evoca, en ocasiones, al mejor George McDonald Fraser porque el escritor, un enigma Bonfiglioli, un enigma, un misterio que no queremos resolver, demostró que supo manejarse como pez en el agua en las turbulentas aguas de la novela histórica que cierra con uno de los mejores y más desesperados finales de la literatura del último tercio del siglo XX.
Publicada por editorial Barataria, la primera historia del excéntrico marchante de arte y detective en sus horas más bajas Charlie Strafford Van Cleef Mortdecai, titulada No me apuntes con eso, es un extravagante relato policiaco en el que se mezcla arte y critica política a partes iguales con resultados francamente surreales. Lo que recuerdo de esta novela es que no paré de reír desde que abrí la primera página hasta la última aunque es preciso aclarar que Bonfiglioli es un autor que no admite términos medios. O se sucumbe a sus encantos o se le detesta vomitando toda clase de insultos.
Y es que a primera vista no resulta nada atractivo: Mortdecai es un cobarde y un redomado farsante que acompañado de su leal sirviente y guardaespaldas Jock hace de las suyas en clave de lo que se conoce como ”humor inglés”, que es una forma muy elegante de describir cómo ven el mundo los niños bien de la Gran Bretaña.
Leo que la película es terroríficamente mala y que Johnny Deep hace las mismas muecas de siempre cuando quiere ir de gracioso, pero olviden al actor y lean a Kyril Bonfiglioli en la lengua que sea. Estoy seguro que lo harán socio de su particular club de antihéroes literarios favoritos.
Saludos, Día del Libro fue, desde este lado del ordenador.