Un resplandor: Cuerpo y alma
Reivindicado por un puñado de aficionados y considerado por esa crítica que a veces se nos constipa, Robert Rossen es un cineasta que cuenta con un puñado de películas que forman parte de mi patrimonio cinematográfico, y cintas que suelo ver sin que apenas note cómo les ha arañado el paso implacable del tiempo.
Somos muchos los que todavía nos emocionamos con la extremadamente crítica El político (1949), su western existencialista Y llegaron a Cordura (1959) y ese emocionado y poético canto al perdedor que es El buscavidas (1961), entre otras, pero se suele olvidar o relegar Cuerpo y alma (1947), que es una de las películas de Rossen junto a las anteriormente citadas, que no dejo de ver año tras año porque no ha perdido su espíritu regenerador y su impecable lección sobre la dignidad.
Una dignidad muy actual en estos tiempos que corren, y necesaria para ir al menos con la cabeza levantada pese a que todo se desmorone a nuestro alrededor.
Cuerpo y alma puede inscribirse en varios géneros aunque a mi me gusta ubicarla en ese cine pugilístico que tanto arte ha dado a la Historia del cine, aunque más que un examen sobre el mundo del boxeo lo que se propone en el filme es la redención de su protagonista, a quien interpreta John Garfield, un actor bronco que solía interpretar a trabajadores sin blanca y a rebeldes de la calle con un fondo de ternura y mucha rabia contenida.
Frente a Garfield desfilan actores y actrices de ese cine norteamericano que se acostumbró a parir leyendas en década tan prodigiosa como fueron los años cuarenta. A mi, personalmente, me fascina en Cuerpo y alma quien le da respuesta femenina, Lilli Palmer, así como los villanos, que en el filme son encarnados por un frío y calculador Lloyd Gough, su socio William Conrad y Hazel Brooks, que interpreta a una instintiva vampiresa.
Escrita por Abraham Polonsky, uno de los guionistas represaliados en la caza de brujas del senador McCarthy por su afiliación en el Partido Comunista Norteamericano, Cuerpo y alma guarda dentro de sí más historias que las estrictamente pugilísticas, por lo que además de mostrar los combates sobre el ring se preocupa –y he aquí la clave de este filme gigantesco pero sin embargo de producción tan modesta– por contar su vida sentimental y el dilema ante el que se encuentra: el cariño y el amor que le ofrece su chica frente a la sensación de poder que le da el dinero.
Se narra además cómo es su trato con los amigos –en este aspecto resulta muy enternecedora la relación que mantiene con un ex boxeador de raza negra (Canada Lee) a quien contrata como entrenador tras derrotarlo sobre el ring–, sus amigos del barrio y los gángster de guante blanco que solo quieren exprimirlo hasta el final.
Y exprimirlo hasta el final significa que se corrompa como ellos.
Lo interesante del filme, que está narrado como un largo flash back antes del último combate del boxeador, es que desde el primer momento el personaje que interpreta Garfield puede salvarse, aunque éste se deja tentar por la riqueza y los lujos, un esplendor –subraya la historia– podrido y cuya ambición se asocia con la de los villanos, convencidos, le repite el personaje que encarna Gough de que ”solo se vive una vez”. Lo que aleja al protagonista de los que lo quieren y respetan hasta que despierta –y sabrán por qué si ven Cuerpo y alma– y vuelve a ser persona.
Se trata Cuerpo y alma de un filme trepidante y aleccionador, de un largometraje que cuenta una historia que sabe tocar muchos fibras sentimentales en el espectador.
Una película, en definitiva, que necesita de muchas revisiones porque en cada una de ellas se saca un mensaje, una idea nueva. Su moral, que la tiene, es la de los hombres y mujeres justos.
Una joya que aún resplandece en eso que llaman cine.
Saludos, plano americano, desde este lado del ordenador.