Hombres sin mujer, una novela olvidada de Carlos Montenegro

“- ¿Por qué lo hiciste?

El corazón de Pascasio se agitó con inusitada fuerza al sentirse interrogado en aquel tono tan confidencial. En vez de hablar, hizo un esfuerzo vano por acallar los latidos que se le hacían perceptibles fuera de él, e imposibilitado por la emoción, no supo más que alzar los hombros y forzar una sonrisa.

- Yo lo sé- dijo el muchacho, mirándolo con fijeza.

Luego paseó la mirada a su alrededor. Con excepción del compañero suyo de ingresos, que precisamente en aquel instante los observaba, no vio a nadie más. Dudó un momento, pero decidiéndose, se acercó a Pascasio, y obligándolo a inclinarse, le dijo, uniendo casi sus labios a los del ranchero:

- Estás loco, pero…

No pudo terminar la frase; el brazo de Pascasio lo había envuelto y atraído hacia sí, confundiendo las dos bocas. Andrés no opuso resistencia alguna; cerró los ojos abandonándose, hasta que Pascasio, asombrado de lo que hacía, lo soltó.

Entonces el muchacho repitió lo que había comenzado a decirle:

- Estás loco, pero eres un hombre.”

(Hombres sin mujer, Carlos Montenegro, Editorial Verbum, 2014)

Hombres sin mujer de Carlos Montenegro está inspirado en las experiencias carcelarias que padeció su autor a la edad de diecinueve años, tras asesinar a puñaladas a un hombre en los muelles de La Habana.

Fue en la cárcel donde el escritor se aproximó a la literatura y más tarde al comunismo cuando conoció a un grupo de presos que estaban afiliados al partido, aunque no de  libros ni de presos políticos se habla en Hombres sin mujer, novela que se editó por primera vez a finales de los años treinta y que inexplicablemente ha permanecido olvidada desde ese entonces, pese a que se trate de un título casi de culto que reivindican unos pocos y tratarse de una novela de ambiente carcelario en la que su autor además de describir la intensa pulsión sexual que habita detrás de sus muros, también hace pedagogía social y denuncia el sistema penitenciario cubano de aquellos años.

Pasado el tiempo y cuando recuperó la libertad, la vida de Carlos Montenegro continuó dando bandazos aunque se sabe que combatió en la Guerra Civil Española junto a otros compatriotas cubanos como Pablo de la Torriente Brau, que murió en los campos de batalla de España; Rolando Masferrer, luego pistolero a sueldo del régimen de Fulgencio Batista y el excelente periodista y escritor Lino Novás Calvo. Montenegro abandonó la isla tras el triunfo de las tropas castristas en enero de 1959, iniciando a partir de ese momento una existencia igual de aventurera a la que se puso fin en 1981.

El maquis, el pistolero urbano, el asesino, el presidiario, el escritor dejó detrás de sí un puñado de obras y una novela inédita, aunque ocupo un puesto destacado en la república de las letras que se escribe en español por esa joya elaborada y con tan honda penetración psicológica que es Hombres sin mujer, una atractiva rareza que hoy puede entenderse como un título adelantado a su tiempo y uno de esos clásicos olvidados que necesitan de urgente recuperación porque no ha perdido para nada su bronco espíritu de ruptura y su demoledor espíritu provocador.

Hombres sin mujer es una novela sobre la violencia y sobre la homosexualidad en un espacio geográficamente acotado como es el de una cárcel. Este tipo de relaciones se describen como relaciones de poder, de sumisión del más débil al más fuerte, una especie de derecho de conquista que marca el territorio y es signo de normalidad ante los que se oponen y luchan porque no quieren forman parte de un sistema que saben viciado.

La novela relata el drama sentimental y sexual de uno de estos resistentes, el negro Pascasio Speek y describe cómo comienza a descomponerse su mundo cuando conoce a un preso recién llegado y apenas un adolescente que se llama Andrés. Andrés enciende en Pascasio una llama que hasta ese momento desconocía, y le hace olvidar la realidad miserable en la que habita. Sin embargo…

Las páginas más bellas de este libro tan negro son las que describen este flechazo, y todo ello sin caer en ningún momento en el sentimentalismo.

Carlos Montenegro expone con la minuciosidad de un cirujano las reacciones de sus personajes, y pone el acento en la de sus protagonistas, quienes se sienten atraídos en una relación trágica cuyo desenlace se anuncia ya desde el inicio de la novela.

Hombres sin mujer sitúa al lector en atmósferas empapadas de sudor, y lo hace partícipe de los chismes que corren por las galerías, así como de los celos que se desatan en unos y en otros. Lentamente, y con un lenguaje que en ocasiones se perfila cierto barroquismo tropical, detalla el proceso de bestialización que transforma a sus habitantes, tanto presos como guardianes, que obedecen a las leyes no escritas de un sistema penitenciario que no regenera sino que alienta al monstruo que llevamos dentro. Por eso, y cuando asoma una luz de humanidad en ese mundo de sombras, la presión del ambiente se encargará de triturar los anhelos de sus protagonistas porque nada bueno se puede sacar del sitio en el que están encerrados, en el que cumplen condena.

Para Carlos Montenegro, la prisión tal y como estaba concebida en los días que escribió esta novela, los treinta, no reformaba individuos. Y el encierro es tan demoledor, que este gradual proceso de hundimiento afecta también a los guardianes, que son igual de miserables y traicioneros que los presos que vigilan, aunque ellos llevan uniforme y se supone que trabajan del lado de la ley.

En la introducción de la novela, Carlos Montenegro advierte al lector que su objetivo con Hombres sin mujer fue el de denunciar “la crueldad de las condiciones de vida en el presidio”, un espacio al que sobrepasa la violencia. Una violencia no solo física sino también intelectual, y que el escritor revela a través del lenguaje.

La lectura de esta novela desconcertante duele, y es de esas que te agitan las tripas y no se cansa de golpearte la cara. Deja secuelas, para que nos entiendan, y hace pensar sin cursilería en el amor.

Ya lo cantó el poeta, el amor florece allí donde menos se le espera.

Imaginad una cárcel, hombres muy solos… Una luz.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

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