Las calmas aparentes, una ¿novela? de Federico J. Silva
“Las cosas van fatal en el curro. Cada tres días me pregunto por qué aguanto. Pienso que aguanto porque aún creo que el pomposo derecho a la información es del ciudadano y no de los medios y de los tres que se creen cuarto poder, porque podemos ayudar a mi vecina a entender la realidad y a formarse su propio criterio. Aguanto porque defiendo que el periodismo debe controlar a los poderes públicos y ser una garantía de transparencia y de voz de la población. Aguanto porque no hay que dejar la profesión en manos de los canallas que han convertido un servicio social en un negocio. Aguanto porque no quisiera optar por una salida personal y abandonar a la peña en la estacada. Soy el único que le planta cara al cabrón al cabrón ese, aunque menos puesto que ni trato tengo con él. Sí, aguanto porque soy un cobarde, porque no tengo donde caerme muerto desde que me quitaron los ciento cincuenta euros de la jefatura del área. Aguanto para no empezar de nuevo.”
(Las calmas aparentes, Federico J. Silva. Colección: Macaronesia, Baile del Sol Ediciones, 2015)
El poeta Federico J. Silva debuta en la narrativa con Las calmas aparentes, una novela coral y estructurada en capítulos muy breves para contarnos fragmentos existenciales que oscilan entre el furor y el amor como vía de escape. También la nueva esclavitud en la que se ha organizado el sistema, y que nos tiene tan domesticados y aparentemente –porque este es un libro de apariencias– felices, aunque en el fondo esconde amarga tristeza.
En apenas noventa páginas, Federico J. Silva nos presenta una variada y curiosa galería de personajes donde los periodistas, y sus cada día más penosas relaciones laborales, adquieren especial protagonismo. El autor propone, además, dos forma de leer estas historias: ordenadamente o siguiendo un tablero dirección en el que se orienta sobre qué capítulos leer y cuáles saltarse. Algo así como La Rayuela de Julio Cortázar pero sin las ambiciones de La Rayuela de Cortázar… Sospecho, de hecho, que esta forma de proponer dos lecturas distintas pero no confrontadas entra más en un el juego literario con el que el ahora narrador Federico J. Silva intenta demostrar que su libro va más allá de las discretas apariencias y que la obra, y todas las voces que aparecen en ella, al final tienen un mismo origen: su autor.
Éste, a mi juicio, es uno de los lastres que arrastra este trabajo, al que puede agradecerse sin embargo su vocación realista y el ánimo por criticar la realidad de nuestro tiempo siempre desde una perspectiva autoral, del que se note, lo que frena que el lector se sumerja con comodidad en sus páginas y respire con sus personajes. Personajes estos vistos desde dentro, sí, pero mucho me temo que dibujados desde fuera y a distancia de vértigo por su autor.
En Las calmas aparentes late el sexo, el sexo como válvula de escape, como herramienta de liberación en descripciones más eróticas que pornográficas en las que los personajes hacen gimnasia pero evitan cualquier asomo que implique relación; también cuenta con reflexiones ácidas y patibularias sobre cómo funcionan los medios de comunicación: todos ellos entregados a un poder que personifica la banca; se presenta un díscolo reportero de izquierda con espíritu nihilista y aparece una pareja aparentemente feliz pese a que su vida sexual resulte nula porque… no vamos a revelarles el origen de la frustración, baste añadir que cuando se sabe dispara la novela hacia un callejón donde ya todo resulta oscuro. Por tenebroso y confuso.
Las calmas aparentes cuenta con un excelente arranque pero se desmorona a medida que se avanza en los fragmentos de historias que dan cuerpo, y aparentemente solidez, a la obra.
Se e´sté o no de acuerdo con la fórmula que ha escogido su autor para narrarnos estos relatos de un día, experiencias de alcoba y de redacciones que, a su manera, funcionan también como alcobas, este libro que no me atrevo a llamar novela bascula de lo genial a lo mediocre sin admitir términos medios, y ese efecto genera bastante desconcierto.
Por un lado, se nota demasiado la voluntad del escritor por transgredir y provocar, pero para iniciados en agresiones varias, esas páginas aparentemente lodosas no dejan de resultar interesantes y casi hasta con su punto de atractivo, pero no altera conciencia ni congoja que malee su descuidada moralidad.
La profusión de personajes obliga, y esto a su manera es un acierto por la brevedad de las páginas, a una lectura sosegada para no olvidar ni despistarse con sus protagonistas, algunos de los cuales se filtran en los monólogos interiores de otros, lo que hace que el cuadro si no se lee con atención resulte a ratos confuso, pero imagino que esa sensación de caos aparente era clave también cuando Federico J. Silva se puso a escribir esta novela que, por diferente y audaz, destaca en el bullicioso pero poco frenético panorama narrativo canario actual y, probablemente, en el de un país como España que parece que ya hemos perdido siempre.
Saludos, se ha dicho, desde este lado del ordenador.
Septiembre 23rd, 2015 at 6:28
Estimado amigo: Aunque hay algunas consideraciones que no comparto, le agradezco sinceramente su lectura. Afectuosamente, Federico J. Silva.
Pd. Observo que compartimos el paso por La Gaceta de Canarias.
Septiembre 23rd, 2015 at 15:24
Un abrazo, Federico… y sí, observo también que pasamos por la misma empresa.