Cubanos, Fidel Castro ha muerto
“‘Fidel ha muerto’ lee y se lo repite: “Fidel ha muerto”, y de pronto es como si todo en la oficina se detuviera, flotando, envuelto en una neblinosa frialdad que le clava un vacío raro en la piel y lo hace estremecerse. Se frota los antebrazos como para intentar insuflarles un calor que, lo sabe, no logrará por el nivel en que los conserjes han encendido el acondicionador central de aire. Por eso se pone de pie y camina hasta uno de los ventanales, justo el que apunta hacia la imagen del Ché, al otro extremo de la Plaza, carga sus pulmones con todo el aire que puede y lo va liberando poco a poco, muy lentamente, buscando una calma que, también lo sabe, no encontrará.”
(Las palabras y los muertos, Editorial Almuzara, 2015)
La literatura policíaca cubana está viviendo un momento muy dulce gracias sobre todo a las novelas que Leonardo Padura dedica a su, primero agente del orden y más tarde ciudadano que se busca la vida, protagonista Mario Conde, un testigo involuntario de las grandezas pero también miserias de su país y protagonista de ocho estupendas historias (Máscaras, Pasado perfecto, Paisaje de otoño, Vientos de cuaresma, La neblina del ayer, La cola de la serpiente, Adiós, Hemingway, Herejes) en las que a través del género negro y criminal además de construir sólidas historias detectivescas critica muchas de las contradicciones del régimen castrista con mirada sosegada y en ocasiones cínica. Mario Conde es, en este sentido, una especie de Philip Marlowe con guayabera. Un caballero andante sin caballo que deambula por las calles de La Habana mientras observa las miserias cotidianas de sus vecinos.
El éxito notable de las novelas de Conde (¿hay que recordar que ha sido distinguido este año con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras?) contribuyó a que bajo su sombra se cobijaran una serie de escritores cubanos que también utilizan los mecanismos de la novela policíaca para reflexionar sobre la realidad cubana de nuestro tiempo. Entre estos escritores destacan Lorenzo Lunar, cuyas historias negras transcurren mayoritariamente en su Santa Clara natal, y Amir Valle, narrador habanero que ha consolidado su carrera literaria fuera de Cuba.
Las palabras y los muertos no pertenece a la tradición literaria policíaca cubana, aunque la novela bebe de las fuentes del género para reconstruir la vida y la obra de Fidel Castro a través de los recuerdos de uno de sus hombres de máxima confianza. Un lacayo de los servicios de seguridad que es la sombra del Jefe y testigo voluntario de los sentimientos más escondidos y humanos del comandante.
Lo original de este libro de ficción escrito como una biografía a retazos de Castro, es que el guajiro Facundo, que así se llama el protagonista de la novela, comienza a evocar pedazos de la vida del gigante barbudo el mismo día de su muerte. Valle describe así la desazón que corroe el alma de su seguidor más fiel al enterarse que su Dios, Fidel, ya no está entre nosotros, y entre descripciones de algunos de los momentos más controvertidos de la revolución cubana, como el ajusticiamiento del general Ochoa o la desaparición del comandante Camilo Cienfuegos durante los primeros meses del triunfo revolucionario del Movimiento 26 de Julio; la novela vuelve al momento actual para mostrarnos a un hombre solitario que espera, pacientemente devorado por sus recuerdos, lo que piensan hacer con él los nuevos señores de Cuba, como Raúl Castro entre otros.
Amir Valle utiliza a su personaje como metáfora para describir a uno de los muchos cubanos que pertenecen a la generación del centenario, en la que se aglutina Castro y la mayoría de los hombres y mujeres que combatieron contra Fulgencio Batista, y de paso repasa con cierta mirada crítica y ácida a las nuevas generaciones que, con el paso del tiempo, han ido ocupado espacios de poder en la Cuba socialista de nuestro tiempo.
En este aspecto, el mayor problema que puede encontrarse en esta novela es su carácter cubano, de radiografía reciente de un mito como Fidel Castro, lo que hace necesario que el lector conozca más o menos el devenir y a algunos de los protagonistas de este proceso. También, algunas de las fotografías veladas de la historia cubana, lo que hace sospechar al menos a quien esto les escribe, que el escritor ha recurrido sobre todo a la chismografía no oficial para contarnos lo que no sé sabe todavía del caso Ochoa o de la desaparición de Camilo Cienfuegos.
No obstante, y obviando estas “lagunas” en las que insiste Amir Valle cuando hace creíble el rumor habaneros, Las palabras y los muertos no deja de resultar una lectura agradable y amena para el iniciado en las historias de la Revolución Cubana, así como una buena oportunidad para cubrir los huecos que la historia oficial y también la no oficial han intentado emplear para dar su visión –siempre distorsionada– de lo que para unos es una feroz dictadura y para otros un ejemplo cuasi perfecto de la democracia del proletariado.
La novela de Amir Valle no debe ser comparada por ello con la monumental y ambiciosa Autobiografía de Fidel Castro escrita por el también excelente escritor Norberto Fuentes, hoy exiliado en los Estados Unidos y en su momento uno de los escasos hombres del círculo de confianza del comandante en jefe ordene, ni con Réquiem habanero por Fidel, de Juan José Armas Marcelo, título éste que propone un argumento, aunque la novela de Valle es anterior en el tiempo a la de Armas Marcelo.
Amir Valle obtuvo con esta obra el Premio Internacional Mario Vargas Llosa, Universidad de Murcia, 2006, y fue publicada antes que por Almuzara en 2015 por la división colombiana del Grupo Planeta /Seix Barral en 2007.
Saludos, nos canibalizamos, desde este lado del ordenador.