‘El Cártel’, una novela de Don Winslow
“Para Pablo, la frontera sí existe.
Como una realidad y como un estado de ánimo.
Para empezar, la realidad es que la frontera es la razón de ser de los cárteles. Si no hay frontera, no hay beneficio ni plaza. No hay violencia.
Por otro lado, la frontera es la razón por la que existen las maquiladoras. El mercado de consumo más grande del mundo se encuentra a dos kilómetros al norte, al otro lado de esa frontera. Con lo cual ¿qué mejor lugar para fabricar esos bienes de consumo?
Ahora es China, pero el afloramiento de las maquiladoras cambió el paisaje de Juárez para siempre, creando las grandes colonias en las que la gente que puede encontrar trabajo lucha por sobrevivir con un tercio de lo que ganaba antes. Su pobreza los convierte en objetivos de reclutamiento de los narcos, y su desesperación en clientes de su producto.
Y su vida vale poco.
Esa es la realidad.
Y la realidad es que el estado de ánimo al otro lado de la frontera es distinto. Si uno vive en El Paso es un pocho, un mexicano americanizado, y nadie puede decir a Pablo que eso no te cambia. Uno compra en centros comerciales en vez de en mercados, ve fútbol americano en vez de fútbol y se convierte en otro consumidor en una maquinaria gigantesca que consume consumidores.”
(El Cártel. Don Winslow. Traductor: Efrén del Valle. Colección: Serie Negra, RBA, 2015)
Tras narrar el oscuro nacimiento del negocio criminal de las drogas en El poder del perro (2006) Don Winslow regresa a esa cruel y tramposa frontera con El Cártel, una novela macabra y absurda. Porque macabra y absurda es la realidad en la que se inspira.
Una realidad mezquina y traidora, violenta. Hipócrita y perversa.
El cártel es la decimosexta novela de Don Winslow y la acción transcurre entre 2004 y 2012, fundamentalmente en Méjico.
Media docena de personajes, entre los que destacan viejos conocidos de El poder del perro como el narcotraficante Adán Barrera y el agente de la DEA Arturo (Art) Keller, se mueven dentro de una historia que es un documentado relato sobre la eclosión y el desarrollo del narcotráfico en Méjico, así como el enfrentamiento de dos hombres que sobreviven en una enmarañada jungla de intereses, tortuosas estrategias, falsas lealtades y al final del camino, siempre, una muerte violenta.
Como sentencia Keller, los cárteles que operaban como pequeñas bandas en El poder del perro se han transformado hoy “en pequeños estados.”
Estados que se han convertido en la alcantarilla del sistema. Por sus venas circula la sangre envenenada de un negocio cuyos enormes beneficios ciega (y siega) a casi todos…
Winslow explica en una entrevista que la ciudad de Juárez registró en 2010 un promedio de 8,5 muertes al día y que la ciudad se conoció entonces como la capital mundial del asesinato. ¿Por qué? el escritor explica que por culpa del narcotráfico ya que detrás de muchas de esas muertes violentas se encontraban los cárteles pero también el gobierno mejicano y el norteamericano que bailaban y bailan al son que marca ese dinero sucio e inagotable que mana de la droga.
La droga marca así el tono de El Cártel, una novela que no deja respiro y que a su manera funciona como viaje a un infierno poblado de demonios con forma humana. Demonios que integran bandas como Los Zetas, formadas por ex militares de élite reconvertidos ahora en criminales y que Winslow entiende como la manifestación extrema del narcotráfico. También la más próspera ya que los Zetas, que no aparecían en El poder del perro, encarnan hoy además el lado más perverso y violento de El Cártel, una organización criminal que ha expandido su área de acción a los secuestros, la extorsión y la venta de petróleo y gas natural.
En este escenario apocalíptico Art Keller emprende su personal cruzada contra el zar de la droga Adán Barrera, señor de Sinaloa, hombre que maneja turbios negocios y que tras terminar en un centro penitenciario estadounidense en El poder del perro, ha sido transferido en El Cártel a una cárcel de máxima seguridad de la que (¿les suena la historia) escapa para continuar controlando un poder que ya no se limita a Sinaloa sino también a otros estados mejicanos. Territorios que pronto se convertirán en campos de batalla y que dejará tras de sí a legiones de hombres y mujeres asesinados con extravagante salvajismo. Todos ellos civiles inocentes que cometieron el fatal error de enfrentarse a las fuerzas desatadas de ese estado en la sombra.
En este relato amargo sobre la guerra de la droga, Don Winslow tiene tiempo para narrar la historia de amor que nace entre el curtido policía Art Keller y una valiente activista mejicana, y el extraño romance que brota entre Adán Barrera y Magda, una ex reina de la belleza que termina transformándose en amante y también en señora de la droga.
Magda, como otros de los personajes que intervienen en El Cártel, está basado en un personaje real que hizo carrera en el narcotráfico antes de ser ejecutada por los Zetas. Al parecer, tuvo la idea de que los cárteles mejicanos controlaran la exportación de las drogas hacia Europa. Y en Europa, concretamente en Barcelona, transcurren algunos de los capítulos finales de una novela generosa en páginas pero a la que no le sobra, afortunadamente, ninguna de ellas.
La historia del narcotráfico en Méjico, un asunto al que Roberto Savianno dedicó algunas de las mejores páginas de su libro CeroCeroCero, inspira El Cártel. En este gran fresco, Adán Barrera recuerda sin vaguedades a Joaquín (El Chapo) Guzmán, hoy noticia tras escaparse de manera rocambolesca de una prisión de alta seguridad en Méjico; su amante, que terminó trabajando para la organización antes de ser ejecutada, y los Zetas, que son los villanos más salvajes de esta ambiciosa y, ya es hora decirlo, magnífica y cinematográfica obra sobre el narcotráfico. De hecho, el fundador de esta siniestra banda en el libro, Heriberto Ochoa, tiene mucho que ver con el original y sanguinario Heriberto Lazcano.
El trabajo de documentación que maneja Don Winslow es formidable y como buen conocedor no ahorra en la novela críticas –y muy duras– a la hipocresía de su país, los Estados Unidos de Norteamérica, así como la que ejercen los diferentes gobiernos mejicanos cuando se trata de abordar el tema de las drogas. El dinero de la droga sostiene de hecho una vasta red de influencias cuyos tentáculos se han expandido a cualquier estrato de la sociedad, afirma Winslow.
Así que para narrar esta corrosiva realidad, el escritor se sirve sobre todo de dos personajes que funcionan como las caras de una misma moneda: Art Keller/Adán Barrera. Hombres que para conseguir lo que desean no dudan en mancharse las manos. Solo que el primero es un ejecutor que entiende que para acabar con el mal hay que convertirse en un monstruo y el segundo, un empresario que ordena y manda, consciente de que no puede bajarse de un tren que va a toda velocidad.
Otros personajes del libro son Eddie Ruiz, una ex estrella de fútbol americano cuya existencia como camello termina siendo absorbido por el cártel del Golfo y un grupo de periodistas –Winslow dedica esta novela a una larga lista de periodistas mejicanos ejecutados por los cárteles de la droga– que escriben y opinan sobre un estado en la sombra que los condena a muerte cuando lo que publican se hace en nombre de la verdad.
Y de fondo, siempre, la muerte.
Una muerte que se ha convertido en religión y que muchos narcos adoran como Santa Muerte mientras beben la sangre de sus víctimas, o describe a grupos criminales que cuentan con un distorsionado sentido del honor y la justicia cuando combaten –pero también sirven– a las drogas….
Un mundo envenenado pero real, destaca Don Winslow, que ya no cree en nada salvo en el poder del perro.
Saludos, el horror, el horror, desde este lado del ordenador.