‘El soldado de porcelana’, una novela de Horacio Vázquez Rial
“- ¿Por qué Jacobo? ¿Por qué conviene creer? ¿Acaso no se trata de militantes probados, de individuos que, además, tendrán en esta guerra su mayor momento de gloria, y que, después de eso, no necesitarán ocultarse de nadie? Yo imagino lo que imagina todo el mundo: A Stalin condecorando a éste o aquél, en la Plaza Roja… Hasta que te veo moverte. O mejor, dicho, hasta que te pierdo de vista y sé que estás haciendo algo de lo que nadie debe emterarse. Entonces pienso que alguien quiere que esos hombres no sean conocidos, que alguien está pensando que es mejor que su nombre verdadero no se conozca y que su cara no se vea demasiado, para poder devolverlos al anonimato sin incovenientes y enviarlos a tabajos miserables tan pronto como salgan del foco de luz de la guerra, o hacer con ellos otras cosas peores… ¿Es que el porvenir no puede tener más héores que Stalin? ¿Y qué coño haces tú sirviendo a esa causa? Te quiero, Jacobo, eres mi amigo del alma, pero no me gustas cuando te mueves en las sombras.”
(El soldado de porcelana, Horacio Vázquez Rial. Edición definitiva, Suma de Letras S.L., 2001)
La apasionante y apasionada vida de Gustavo Durán dota de alma la novela El soldado de porcelana, título que probablemente sea el más conocido de Horacio Vázquez Rial en España porque recupera en sus páginas la trayectoria vital de uno de los personajes más interesentes pero hasta ese momento desconocido de cuantos actores participaron en la Guerra Civil española, y en la que combatió como militar del ejército republicano y se convirtió en uno de los ayudantes más confiables de Vicente Rojo.
Pero hay más claves, además de las estrictamente bélicas en esta ambiciosa novela que acaricia el millar de páginas. Una de ellas es que se trata de una modélica reconstrucción biográfica que ayudará al lector a entender –no justificar– las acciones que comete su complejo protagonista. Un hombre marcado desde pronta edad por el signo de la tragedia (su padre, José Durán, no pestañeó en encerrar a su esposa en un sanatorio mental) y que fue profundamente culto, coqueteó con el arte, así lo pone de manifiesto unas pocas canciones que compuso para piano; al tiempo que se esforzó en ser rigurosamente discreto con su vida privada, aunque pronto trascendió más allá del círculo de sus amigos y conocidos el tórrido romance que mantuvo con Néstor Martín-Fernández de la Torre, artista a quien Vázquez Rial describe en la novela de la siguiente manera:
“No había dado Gustavo diez pasos, cuando alguien le tomó del brazo. Se volvió. Era un hombre de más de treinta años, con un rostro en el que se mezclaban huellas de antepasados africanos, leves aunque decisivas en la composición de un estilo, con netos rasgos de intelectual europeo. La vitalidad del hombre de arena y sal se hacía patente en el labio superior y en los lados de la nariz, pero la frente despejada, los grandes ojos lúcidos, tras las gafas, y las ojeras nocturnas, hablaban de un habitante de ciudades. Era un rostro hermoso, fuerte, inteligente y cansado.”
El soldado de porcelana, que debe ser leída como una historia que se inspira en personas y hechos reales, propone el relato de un hombre con numerosas aristas y grises. Contradictorio pero con un poderosísimo sentido del deber.
Inteligente y políglota –Gustavo Durán hablaba además de español inglés, alemán y francés– la propaganda franquista lo acusó de pertenecer al partido comunista aunque esta afiliación, como demuestra Horacio Vázquez Real, resultó ser falsa aunque el dardo envenenado casi le cuesta la libertad durante su exilio norteamericano, donde trabajaba en Nueva York al servicio de Naciones Unidas, en los años que arrasó a este país la gripe anticomunista, la tristemente caza de brujas que auspició el senador Joe Mac Carthy aunque mantuvo una buena amistad con el presidente F.D. Rooselvelt y el magnate Rockefeller.
Gustavo Durán conoció también a escritores e intelectuales como Hemingway, Federico García Lorca, Gil de Biedma y Rafael Alberti, entre otros.
Héroe para unos y canallas para otros, Gustavo Durán recorrió medio mundo aunque no pudo regresar a la tierra que con toda su dolorosa insolencia lo condenó al exilio cuando la Guerra Civil la ganaron los rebeldes. Desde su último refugio en Atenas, el militar y el intelectual que dibuja Horacio Vázquez Rial se siente víctima, finalmente, de una diabólica conjura del destino, todo fruto de un azar que le robó cualquier atisbo de felicidad a lo largo de su vida.
Y toda esta existencia, cuajada de momentos de intensidad, es descrita con una sencillez que desarme por un escritor al que le preocupa en todo momento que su personaje no se desubique en el marco que sirve para exponer su biografía.
La memoria logra, no obstante, que el autor apruebe y con nota el reto gracias a un notabilísimo dominio del lenguaje, que le hace dictar en cada página exactamente lo que hay que decir, aliñando el producto con diálogos cortos, en ocasiones incisivos mientras orienta al lector de qué irá cada nuevo capítulo a través de citas que ilustran lo que vendrá a continuación.
El soldado de porcelana es también una novela reivindicable por la dificultad que supuso engarzar los datos históricos verdaderos de la vida de Durán con otros que, siendo falsos, no lo parecen ya que encajan sin estridencias en un relato que solo quiere hacer justicia a un hombre que, pese a las adversidades, siempre levantó la cabeza.
Un personaje fascinante. Y español. Un español que combatió de uniforme en el ejército de la II República y cuya visión de la Guerra y de las distintas fuerzas que se encontraban al lado de la legalidad democrática, resultan leídas hoy proféticas.
Durán aceptó que la defensa de la II República cayera en mano de los comunistas porque eran los únicos que entendían el valor de la disciplina, aunque sus ideas de instalar una dictadura del proletariado en España no fueran con él. Como tampoco fue con él el desgobierno que los anarquistas se empeñaron en forzar cuando el país se desangraba no solo en los campos de batalla sino también en la retaguardia.
La conclusión de Vázquez Rial es que Gustavo Durán nunca fue comunista y sí un demócrata cabal que, una vez finalizada la contienda, trabajó para la CIA y para el gobierno de los Estados Unidos primero en la corrupta Cuba de Fulgencio Batista y más tarde en la Argentina, donde recién ha ocupado el poder un general que se apellida Perón.
Bien entendida, El soldado de porcelana es el retrato agudo y sincero de un español. De un hombre que cuando se observa en el espejo se topa con la silueta de un don Quijote pero también de un Sancho Panza.
(*) En la imagen Gustavo Durán, el protagonista de la novela, con el uniforme de oficial del ejército de la II República.
Saludos, mañana es la Nochebuena, desde este lado del ordenador.