¿El mundo le pertenece a los niños?
Niccolò Ammaniti es un escritor italiano que ya lleva un tiempo circulando fuera de su país por una producción literaria cuyas historias comulga con la de muchos lectores con independencia de cual sea su país y su idioma.
El escritor acostumbra a sorprender en cada uno de sus libros, relatos que no tienen aparentemente nada que ver con los anteriores pero sí que beben de las mismas fuentes e incluso constantes porque, si hay algo que preocupa a Ammaniti es la construcción de personajes y cierta mirada cargada de asombro sobre las edades del hombre.
Por ejemplo en Anna, su última novela, los protagonistas son niños. Niños a los que despliega en un escenario apocalíptico y sin adultos, igual de perverso pero no tan sádico como el que propuso Carlo Collodi en Pinocho, y el paisaje de una isla –Sicilia– con la que reinterpreta ese clásico de las letras que es El señor de las moscas, de William Golding, por la sensación de ternura pero también desasosiego que describe de los jóvenes que ha puesto en tan extrema situación. Personajes que andan por un territorio en ruinas y que está repleto de cadáveres en descomposición.
La razón que explica esta geografía tiene su origen en la novela de Ammaniti en un virus, La Roja, que se ha extendido por el mundo como una epidemia. La enfermedad, sin embargo, solo tiene capacidad para matar a los adultos aunque afectará a los niños cuando estos crezcan y se hagan mayores.
La acción se desarrolla en una Sicilia invadida por bandas de jóvenes que van a su aire, cada una de ellas con sus peculiaridades, algunas de ellas siniestras contras las que tiene que lidiar Anna, su protagonista principal, y a quien seguimos en su larga odisea junto a Astor, su hermano, mientras se modela el carácter de una chica de trece o catorce años de edad, que pronto fallecerá por La Roja.
De ahí su empeño por cruzar el estrecho de Mesina para llegar al continente. Un territorio, piensa con esperanza, en el que podría encontrar un lugar con adultos que han descubierto un antídoto pero sobre todo la idea de que su hermano conozca esa sociedad que existía mientras aún vivían sus padres.
Para moverse por el nuevo escenario que les ha tocado vivir, Anna cuenta con un cuaderno de tapas marrones que le dejó su madre antes de fallecer. Lo tituló Las cosas importantes y ofrece algunas instrucciones útiles para sobrevivir, pero será Anna por sí misma quien averigüe lo duro que es ser mujer, y la carga de responsabilidades que asume siendo aún demasiado joven, como es la de ayudar y proteger a su hermano pequeño.
Este nuevo mundo que propone Ammaniti es desolador, pese cuenta con un final abierto pero hermoso. En él suenan ecos de optimismo pero también de pesimismo ya que a partir de ese momento el lector sabrá que los protagonistas emprenden otra aventura, la de hacerse mayores y desaparecer, o la de reconstruir una sociedad que con todas sus taras es el legado que recogen de los adultos cuando nadie se preocupaba por sobrevivir.
El paisaje de la novela describe ciudades y pueblos de Sicilia como si saliesen de una película de muertos vivientes, solo que el enemigo son jaurías de perros salvajes y otros niños como ellos que están en proceso de transformarse en bestias.
Describe un grupo de adolescentes que hace recordar al del señor de las moscas. En la novela de Ammaniti no es un señor sino una señora ficticia, creada por algunos de estos chicos y con el que obtienen regalos porque si se devoran sus cenizas no se promete la vida eterna pero sí que se superará la enfermedad.
Esta es solo una de las bandas con las que se tropezará Anna a medida que avanza su peregrinaje por una Sicilia abandonada de la mano de Dios y una historia que se escora hacia territorio dantesco que Ammaniti bordea peligrosamente para salvarlo.
La adolescencia es un asunto que ya trató el escritor en novelas anteriores, solo que ahora combina una soterrada desesperación a lo Cormac McCarthy en La carretera para describir un mundo que solo habitan niños, niños que lo han convertido en una anarquía que ya no reúne valores y sí tierra donde solo sobreviven los más fuertes.
No se trata Anna de una novela darvinista, aunque algo de ello tiene. Tampoco cuenta con un poso religioso, aunque religiones primitivas son las que observa la protagonista a lo largo de su periplo por esa Sicilia que regresa a sus orígenes, y en las que ya se detecta una jerarquía que tiene claro lo del todo vale.
La vida de un ser humano, como la de un perro, solo llega a los catorce años. Aunque como le dice un personaje en la novela, hay chicos que con esa edad han vivido más que un adulto.