‘Los últimos días de nuestros padres’, una novela de Joël Dicker
“Allí estaban, silenciosos, rectos y dignos ante el frío, minúsculos delante del inmenso edificio. Minúsculos ante el mundo. No había cuerpos, no había tumba, no quedaban más que los vivos y sus recuerdos, en semicírculo frente a la fuente, la misma donde hubiesen debido bailar los invitados a la boda; maldita vida y malditos sueños.”
(Los últimos días de nuestros padres, Joël Dicker, Traducción: Juan Carlos Durán Romero, Debolsillo, 2016)
Joël Dicker saltó a la fama tras la publicación de La verdad sobre el caso Harry Quebert, una novela bien armada y engrasada que conseguía despertar la atención del lector, a quien se insta a resolver el gran misterio literario que planteaba la obra: el brutal asesinato de una joven en una apacible localidad norteamericana.
El escritor mezclaba en esta novela y con solvencia géneros como el policíaco y la novela romántica, la línea argumental planteaba saltos en el tiempo, de 1975 a 1998 y 2008, al mismo tiempo que desnudaba el carácter de sus habitantes para revelar que no todo era tan perfecto en ese pueblo aparentemente tranquilo y feliz.
Nuevamente de moda porque hace unos meses se puso en circulación El libro de los Baltimore, en el que aparecen algunos personajes que intervenían en La verdad sobre el caso Harry Quebert, se constata –como queda demostrado con todo lo que firma Dicker–que es un autor que vende además de estar de moda.
Y por vender y estar de moda El libro de los Baltimore coincide en las librería con Los últimos días de nuestros padres, la primera novela del escritor, una ópera prima que podría confundirse con un relato bélico que poco o nada tiene que ver con sus posteriores incursiones en el thriller, perfil que no hace desmerecer un trabajo que, si bien se resiente por su falta de madurez narrativa y desarrollo de personajes, sí que resulta una entretenida historia en la que se mezclan, una vez más, géneros. Y resultado de este puchero, que se trata de una de las señas de identidad de su literatura.
Tal y como ya avisa el título, Los últimos días de nuestros padres pretende rendir homenaje a una generación de hombres y mujeres cuya juventud fue cercenada por la II Guerra Mundial.
La historia, que se sirve de las reglas que definen la novela de espionaje pero también la romántica, porque a fin de cuentas narra varias historias de amor y amistad, revela a un escritor que aún estaba en ciernes pero que comenzaba a consolidar unas pautas que, desde entonces, marcan y definen su obra.
No es sin embargo Los últimos días de nuestros padres un artefacto perfecto, como perfecto resultar en cuanto a su trama La verdad sobre el caso Harry Quebert, pero sí atrapa porque la historia real que sirve de marco es inquietantemente fascinante y comprensible en tiempo de guerra: la creación del SOE (Special Operations Executive), un departamento que entrenaba hombres y mujeres para realizar acciones de sabotaje en territorio ocupado por los nazis.
En este escenario se hace necesario advertir que a Joël Dicker le preocupan más los motivos por los que actúan los personajes, en bucear en las complejidades de sus acciones, que en describir las operaciones encubiertas contra el enemigo, lo que probablemente desconcertará en un principio a quien piense que está ante una novela de hazañas bélicas.
En todo caso, lo que le interesa a Dicker es contar cómo el ejemplar espíritu de ese selecto grupo de agentes, a los que une lazos de amistad que parecen forjados en acero, les sirve de estimulante para cometer sus misiones de alto riesgo y en las que, inevitablemente, caeránl a mayoría de ellos.
Se le puede reprochar a la historia que apenas brinde una mirada desde la perspectiva del enemigo, pese a que presente a un oficial alemán de la Abwehr en conflicto continuo con la Gestapo.
No es Los últimos días de nuestros padres una gran novela, pero tampoco lo fue La verdad sobre el caso Harry Quebert y probablemente lo sea El libro de los Baltimore, pero sí que revela la facilidad que tiene Joël Dicker para narrar historias y personajes que enganchan aunque no cuajen en el temperamento de lector.
Ésta y la capacidad que tiene para diseminar en sus intrincados y rebuscados argumentos una galería de tipos humanos descritos a brochazos para destacar sus flaquezas definen a un escritor que no creo que quiera escribir una gran novela sino plegarse al entretenimiento y hacer trabajar, eso sí, un poco la cabeza al reflexionar no sobre lo que hacen sino que alimentó su extraordinario espíritu de sacrificio.
Saludos, cae la noche, desde este lado del ordenador.