Reflexiones de un paseante con perra por La Granja
Por razones que sí vienen al caso últimamente suelo ir casi todos los días al parque La Granja, en Santa Cruz de Tenerife. Se trata de un parque relativamente reciente que cuenta con amplias zonas ajardinadas aunque carece del sabor clásico, a lo jardín botánico que sí posee el otro gran parque de una capital de provincias que puede presumir de contar con amplios espacios verdes en los que perderse o pasear al perro. En mi caso una preciosa perrita a la que la asamblea decidió llamar Kala, que es un nombre bastante corriente con que los humanos identificamos a nuestro, en mi caso, mejor amiga.
No había ido al parque La Granja en los últimos tiempos hasta hace unos pocos meses y he descubierto con visitas que son prácticamente diarias que por ahí desfila todo un ecosistema humano y perruno, eso sin contar con las palomas ni con las ratas que salen de noche. He visto a más de uno de estos bichos bajar por las palmeras como alma que lleva el diablo y tan grandes como putos gatos.
El parque no se parece al primer parque que conocí. Lo que ahora es una pista de patines antaño fue amplio circo con butacas labradas a su alrededor y en la que los amigos nos reuniamos para beber, fiumar y jugar a la ruleta rusa con un revólver de mixtos que me habìan dejando los Reyes. Los Reyes Magos no los Borbones. Este juego, que consistía en darle vuelta al tambor y esperar a ver a quien le tocaba el mixto, lo habíamos sacado de El cazador, la película de Michael Cimino que a todos los que nos veíamos ahí cuando caía la tarde nos había inmpresionado bastante.
Cosas de adolescentes, no tiene otra lectura.
En la actualidad esa explanada ha terminado por convertirse en un espacio donde los tipos y las tipas hacen virguerías con sus patines o biciletas. He visto además como más de uno se ha estampado en el suelo para levantarse depués con pinta de aquí no ha pasado nada por lo que creo que no son de este mundo ya que su piel es de goma.
El parque La Granja consta de dos grandes zonas acotadas a la que llevar a los perros. Uno es para los grandes, donde suele haber de tanto en tanto broncas caninas y humanas y otro para los pequeños, más civilizados en cuanto a humanos y animales se refiere. El problema de estas zonas que rodea una valla que todavía no está electrificada es que muchos de los perros, entre ellos Kala, no hacen nada. Se sientan junto ai dueño y observan indiferente su alrededor. Por ésta y otras razones, suelto cuando no hay moros en la costa a la perra en el césped que no está vallado mirando a un lado y a otro por si aparece la policía local, que pone multas como si uno fuera narcotraficante.
La fauna humana que se junta en estos espacios de libertad es bastante variopinta y las conversaciones como las mascotas que allí se reúnen es para todos los gustos aunque la conversa suele girar en torno a cuestioners perrunas. Hablar de perros es interesante un rato pero el tema se agota demasiado pronto mientras tu animales se revuelven en el césped, mean y hacen caca o se dedican a hacer hoyos en la tierra. En cuanto a hoyos, mi Kala es toda una experta.
Este ecosistema es bastanta cosmopolita porque además de los canarios con perros se cuenta también con gente de otras nacionalidades como una polaca que parece sacada de un tebeo (o colorín) con su perrito, una bolita de pelo bllanco a la que llama Rambo (es notable el sentido del humor de esta paisana de Juan Pablo II); un rumano que habla italiano y que llama a su animal Gigi y numerosos peninsulares que se quejan, últimamente, que ya no va tanta gente como antes a esa parte del parque. Esa zona sin vallas donde tanto ellos (los perros) como nosotros (los humanos) pasamos el rato entre recogida de heces, un cuidado que viene la poli y mirar al cielo porque ahora pasa el avión de las ocho de la tarde…
Es aventurado decir que esta fauna aún sin catalogar del parque La Granja es como una especie de microcosmos santacrucero pero si a eso sumanos a los humanos que utilizan sus veredas para entrenar o simplemente pasear, entenderían que no vamos muy descaminados.
El parque además es otro por la mañana, sobre todo si luce el sol, y genera (me he dado cuenta) sus propias leyendas. La más comùn es la de asegurar que han envenado a un par de perros en otro parque porque comieron restos que un desaprensivo o desaprensiva dejó bajo un laurel de indias o que hace dos sábado le dieron una paliza a un mariquita que paseaba a las tres de la mañana por la zona menos iluminada de La Granja. Hay otras, y prometo recogerlas porque tiene su no sé qué, historia viva de una ciudad varada en el tiempo porque siempre que llevo a Kala tengo la sensación de que todos los dìas son iguales. Que estoy metido en un bucle en el que me he acomodado con desarmante entusiasmo.
El otro dìa me tropecé con un vecino que me dijo que era de Las Palmas de Gran Canaria aunque llevaba tiempo viviendo en Tenerife, primero en La Orotava y luego en La Laguna y ahora en Santa Cruz de Tenerife. Su perro es una cosita estrafalaria, de raza difícil de identificar. Se llama Luna y hace buenas migas con Kala. Mientras observábamos como se perseguían por el céspèd le pregunté por qué en la capital grancanaria llaman parque lo que los chicharreros llamamos plaza y no me supo responder lo que me hace suponer que seguiré con esta duda existencial hasta el fin de los días.
Mientras tanto recorro los senderos del parque que fueron trazados como un laberinto, una bonita metáfora sobre la vida y sobre la muerte y que tal y como están las cosas me enseña que nada es más inútil que la pretensión de volver atrás.
Saludos, brindis al sol, desde este lado del ordenador