Alejandro Dumas y Robert Graves, una extraña pareja
No se imaginan las horas tan gratas que me han hecho pasar esta pareja de escritores que quiso la caprichosa diosa de la fortuna que nacieran el mismo día pero no el mismo año aunque sí que se especializaran en el mismo género literario. En este sentido, nunca este género, el histórico, disfrutó de tan sobresalientes narradores y nunca la Historia, y me refiero a la que se escribe con H mayúscula, contó con tan excelentes divulgadores, autores que supieron enseñar y a la vez entretener con independencia del periodo histórico en el que transcurrieran sus novelas.
Podría aceptar que no se conoce a Alexandre Dumas Davy de la Pailleterie (Villers-Cotterêts, 24 de julio de 1802-Puys, cerca de Dieppe, 5 de diciembre de 1870) pero NO a Alejandro Dumas y mucho menos sus novelas de aventuras Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, que quizá sean las más conocidas en la fecunda producción de un escritor que, se dice, llegó a recurrir a “negros” para no dejar de copar el mercado con apasionantes novedades literarias.
A Dumas se le puede considerar además como uno de los primeros escritores que recurrió a segundas y terceras partes para explotar el filón de algunas de sus más felices creaciones, Veinte años después y La mano del muerto deben de entenderse como entregas de sus exitosas novelas Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, pero oscurece el genio irresistible de un autor para el que el paso del tiempos se muestra impotente. Me encanta así el Dumas que jugó con el género fantástico (lean Capitán de Lobos y sabrán a qué me refiero) e incluso el que cultivó con tanto acierto la novela histórica en libros como Reina Margot y una biografía que, fuera o no escrita por él, sí que lleva su nombre como es la de Joseph Balsamo y en la que mezcla con vocación de entretenimiento ocultismo y espionaje, también romances y mucha de esa acción que ha pasado a denominarse de capa y espada.
Robert von Ranke Graves (Wimbledon, Londres, 24 de julio de 1895 – Deyá, España, 7 de diciembre de 1985) es otro de esos autores de cabecera a los que le debo mucho no solo como lector sino también como persona. Imagino que como algunos llegué a él gracias a una estupenda serie de televisión, Yo, Claudio, serie que me dio a conocer el trabajo literario de un escritor tan enamorado de las culturas latinas que fueron a fin de cuentas las que crearon y forjaron esta Europa que hoy dominan los helados países del norte.
Tras devorar literalmente los dos tomos de Yo, Claudio seguí a Graves con su autobiografía Adiós a todo eso y entre sus novelas históricas Rey Jesús, La hija de Homero, El vellocino de oro (que sigue siendo mi favorita, nunca tantos debieron tanto a Apolonio de Rodas), Las aventuras del sargento Lamb (que es otra de mis favoritas y libros que se desarrollan durante la guerra de independencia de las trece colonias) y El conde Belisario, que leí durante el confinamiento gracias a una entrevista en la que el guionista y dibujante de novelas gráficas, Paco Roca, informaba que estaba leyendo.
Robert Graves que fue un hijo del Mediterráneo pese a haber nacido por accidente en Wimblendon, vivió los últimos años de su vida en Mallorca, isla que se convirtió en su casa y en su patria, y cuyas puertas siempre estaban abiertas a sus amigos, entre otros Ava Gardner. Fue la hija de Graves, precisamente, la que traduciría al castellano las memorias de la actriz así que si tienen la enorme suerte de toparse con ellas háganse con el libro porque es Ava y no tanto Gardner la que encuentra uno en sus páginas.
Todavía me queda mucha obra que leer tanto de Dumas como de Graves, lo escribo porque sé que siempre, por una u otra razón, vuelvo a ellos cuando no hay nada que me satisfaga intelectualmente a mi alcance. Estos dos autores, uno dinámico y francés y el otro mediterráneo para la eternidad, me enseñaron, ya lo dije antes, que somos nosotros los que escribimos nuestro destino. El problema es que salvo unos pocos (y no sé yo si escogidos) se adelantan a la oscuridad para poner punto y final a este errático relato que es la vida. El resto, como quien ahora les escribe, nos pasamos el tiempo en busca de la Diosa Blanca.
Saludos, en fin, desde este lado del ordenador