El último arquero o el arte de sanar
El último arquero es un documental que despierta emociones y que consigue que el espectador, cada día que pasa un poco más frívolo, se identifique con los protagonistas de la película. Un filme que dirige Dácil Manrique sobre su abuelo el pintor Alberto Manrique y en segundo pero siempre presente plano, su esposa, la violinista Yeya Millares.
Para acercarnos a la vida y la obra del artista, Dácil Manrique divide el documental en siete grandes bloques temáticos, capítulos en los que aproxima no solo a la labor creativa de Manrique de Lara sino también a retratar cómo fue como persona. Cada uno de estos segmentos que forman al final un todo, un cuadro más o menos impresionista sobre el protagonista del relato, lleva un título que avisa al espectador. Piezas que como las de un rompecabezas al final dibujan un retrato más o menos íntimo sobre el hombre y el artista. Estos capítulos son:
Isch liebe dich
La memoria
Los arqueros
El padre
La renuncia
La pesadilla
El arte cura
Los dos últimos segmentos y el cuarto (El padre) marcan una inflexión en el documental porque la cineasta toma el protagonismo de la historia. El relato deja de fluir en dirección a Alberto Manrique y se mezcla con el de su nieta, quien destaca la enorme influencia que tanto su abuelo como su abuela tuvieron en ella no solo en su manera de entender la vida sino en su posterior aproximación al arte. En su caso el cine, llegando incluso a revelar en el filme aspectos tenebrosos de su pasado que desnuda y a la vez libera al contarlo. En cierto sentido, la cineasta concluye, y quizá sea la lección más importante que recibió de sus abuelos, que el arte sana. Que sirve para curar y cicatrizar las heridas.
Uno de los atractivos que guarda como un tesoro El último arquero es ese proceso de fusión, de superponer ambas historias en la recta final de un trabajo que no quiere ser un documental al uso porque cuenta con una carga sentimental y poética que aniquila cualquier atisbo de objetividad. Se trata así de un documental íntimo y muy personal, una invitación al espectador a conocer desde dentro no solo el proceso creativo de Alberto Manrique y cómo se le fue apagando la memoria, sino la vida privada que llevó al calor del hogar rodeado de su mujer y de una nieta a la que quisieron y cuidaron como una hija.
Es tan intensa la historia que narra, son tan fuertes los vínculos emocionales que despliega esta familia, que resulta inevitable que el espectador caiga rendido ante el filme. Cuenta con momentos de gran intensidad dramática pero también de comedia, situaciones hilarantes que relaja la carga sentimental que acumula cada una de sus secuencias, muchas de ellas fotografiadas con notable plasticidad por Juan Antonio Castaño.
Alberto Manrique fue uno de los miembros fundadores de Los Arqueros del Arte (LADAC), movimiento artístico que aparece en Canarias a principio de los años 50 y en el que se agruparon artistas como Elvireta Escobio, Plácido Fleitas, Juan Ismael, Manolo Millares, Felo Monzón y José Julio Rodríguez. Muchos de ellos, y en unos días realmente difíciles, se atrevieron a cruzar el charco con la idea de labrarse un porvenir en Madrid. Otros, como Manrique de Lara, se quedaron en la isla porque tenían una familia a la que sacar adelante. Esa es la conclusión a la que llega su nieta, Dácil Manrique, y esta es una de las razones (otra es la pérdida de memoria de su abuelo y el hecho de rendirle homenaje a su trayectoria con este película) de poner en pie un proyecto en el que participa también La Mirada, una productora radicada en Canarias que se caracteriza por tener un estilo propio, unas señas de identidad perfectamente definibles que determinan el sobresaliente trabajo profesional del filme. Un filme que sobresale de otros documentales recientes realizados en las islas por su vocación poética y sentimental, también por un ingenioso guión donde la cineasta que aparece en ocasiones en pantalla pero siempre ocultando el rostro, casi parece que está buscándose a sí misma a través de dos personas a las que quiere y admira: sus abuelos.
La película revela aquellas situaciones que resultaron cruciales en la vida de Alberto y Yeya. También de la propia cineasta y se habla, cómo no, de LADAC y de la infancia de sus protagonistas, también de la decisión de no marchar a la capital de España para triunfar o no en el mundo del arte y del proceso degenerativo en el que entró Alberto Manrique de Lara los últimos años de su vida. Se refleja en clave poética la perdida de memoria de un artista que aprendió a vivir con sus desmemoria y se destaca el fin último de un filme que busca que el espectador entienda que el arte tiene capacidad para sanar.
Saludos, vimos, desde este lado del ordenador