La llamada de Lovecraft
“No hay en el mundo fortuna mayor, creo, que la incapacidad de la mente humana para relacionar entre sí todo lo que hay en ella. Vivimos en una isla de plácida ignorancia, rodeados por los negros mares de lo infinito”.
(La llamada de Cthulhu, H. P. Lovecraft)
Alguien me dijo una vez que los adolescentes que descubrimos a H.P. Lovecraft en los años 80 lo habíamos leído mal pero no era cierto. Los que descubrimos a Lovecraft aquella década lo hicimos demasiado bien. Sus historias más que inspirarnos era un escenario, lo que sabía hacer bien el de Providence era recrear atmósferas y describir el recogimiento de sus protagonistas (solitarios y ratones de bibliotecas, intelectuales algo simplones que vagan bajo un invierno polar…); también presentar batracios con forma humanoide que miran al mar y construir una religión blasfema de la que apenas se sabe nada, y lo que se sabe se conoce gracias a un libro del que tampoco se sabe demasiado salvo fragmentos e invocaciones que despiertan a otros dioses. Dioses monstruosos cuya edad se pierde en la noche de los tiempos…
Más que historias, si Lovecraft logró algo fue dar consistencia a ese mundo, un mundo hostil, que alimentan los miedos de una serie de personajes que o bien mueren o terminan enloqueciendo cuando se encuentran cara a cara con unas criaturas que responden a nombres impronunciables. Uno decía Tulú y el otro Cucultu cuando hablábamos de Cthulhu. El mismo problema suscitaba el árabe loco Abdul Alhazred, el que firma el libro de todos los libros de este universo: El Necronomicón.
La mejor edad para llegar a Lovecraft es la adolescencia, solo a esa edad se puede entender a un tipo como Lovecraft que fue un adolescente toda su vida. Una vida, por cierto, “contra la vida”, eso al menos asegura Michel Houellebecq, quien le dedica un revelador ensayo al escritor.
El caso es que tal día como hoy Howard Phillips Lovecraft hubiera celebrado su 130 aniversario. Los que aún profesan su fe, dicen que lo celebra rodeado de amigos y gente a la que admiró en vida como voraz lector (Lovecraft conocía muy bien el género en el que se movía, cuenta con un ensayo de referencia para cualquiera que quiera introducirse en la literatura fantástica y de terror anglosajona) mientras que otros blasfeman. Estos últimos son los que lo leyeron, se convirtieron en fieles y ahora, tras la ruptura, se han vuelto en sus peores enemigo…
… O no tanto, porque el mayor enemigo de Lovecraft como de cualquier escritor son todos aquellos que no lo conocen. Que no saben que tal día como hoy nació un tipo que quiso vivir en el siglo XVIII, que amaba a los gatos y leía novelas inquietantes para pasar el rato que era casi siempre. Escribir lo hacía para malvivir. Y malvivió toda su vida adulta aunque fuera un adolescente atrapado en el cuerpo de un adulto.
No le gustaba el mundo, de hecho estaba “contra el mundo”, escribe también Houellebecq. H.P. Lovecraft tuvo muchos amigos pero fue una amistad que construyó por correspondencia. Luego estaba su afición por la astronomía y su coqueteo (también adolescente) por ideologías que reivindicaban una Norteamérica blanca, libre de negros y otras razas de colores. Dicen quienes lo conocieron que con el tiempo se le fue esta histeria y que desde entonces miró al cielo de otra manera.
¿Entender a Lovecraft?, los que lo leímos siendo adolescente solitarios lo conocemos demasiado. Otra cosa es que intente volver sobre sus texto porque he perdido la inocencia del adolescente, ya no entiendo el idioma en el que escribe. He cometido el pecado, por Cthulhu, de crecer.
Eso no quita el profundo aprecio que siento por su literatura, el agradecimiento que le profeso por tantas y tantas horas sumergido en las profundidades abisales de su obra. De acercarme a ciudades y deidades indescriptibles ya que tenía que ser el lector quien se las imaginara en la cabeza… Fue tanta aquella pasión que edité un fanzine en la noche de los tiempos, Historias Extrañas, que pretendía rendirle modesto homenaje. Más tarde su sumaron otros y la revista, de páginas fotocopiadas, llegó a siete números cuyas portadas e ilustraciones enriqueció Enrique Cichosz, que fue junto a Coriolano González Montañez el tercer mosquetero de aquella aventura que con el tiempo y cierta perspectiva todavía me emociona.
Le debo mucho a H.P. Lovecraft pero si le debo algo sobre todas las cosas es su mirada a un mundo, el adolescente, con cierto recelo y temor. Una invocación a frenar el momento en el que uno deja de ser niño para hacerse mayor. Llegado este día, mejor recordar lo que fuiste cuando aún creías en tantas cosas por inútiles que resultasen.
Así que 130 años después de su venida al mundo solo expresar gracias. Mil gracias, Ech-Pi-El allá donde se encuentre, allá donde more su espíritu, allá donde terminaremos todos si no hay nada cuando cerremos definitivamente los ojos.
Saludos, ogah ogah rhyle, ogah ogah, desde este lado del ordenador
Agosto 20th, 2020 at 15:06
Fantástico!!!