Buen viaje, Javier

Recibo como un mazazo la noticia que anuncia la muerte del escritor y periodista Javier Martínez Reverte (Madrid, 1944-Ibidem., 31 de octubre de 2020), el hombre que renovó la literatura de viajes en este país y maestro de generaciones de escritores/viajeros que aparecieron tras el éxito de sus libros.

Lo que quizá ignore la gente es que Reverte además de un formidable escritor y periodista era mucho mejor, si cabe, como persona. Tuve la suerte de conocerlo en las seis primeras ediciones del Festival Internacional de Literatura de Viajes y Aventura, Periplo, que se celebra a finales de octubre en Puerto de la Cruz y tuve el honor de presentar en entrevistas públicas algunos de sus libros de viaje disfrutando de su experiencia como persona y como amigo.

En las seis ediciones que estuvo en Periplo, no pudo asistir a las del año pasado ni a la de este 2020 de pesadilla, además de hablar de sus libros pasábamos el tiempo libre que nos permitía este milagroso Festival charlando de escritores y escritoras, de novelas y relatos no necesariamente de viajes.

Javier Reverte tenía entre sus libros de cabecera el Ulises de James Joyce, no se cansaba de animar a quien no lo hubiera leído a que lo hiciera. Siempre en inglés, por supuesto. Aunque permitía que si no se conocía a fondo la lengua de Shakespeare como él sí la conocía, que el interesado se buscara una buena traducción. ¿La clave de este Ulises irlandés?, Javier Reverte comentaba siempre que se trataba de una novela de humor, que cada vez que cogía el libro, libro que lo acompañó en más de una de sus visitas al Puerto de la Cruz, no dejaba de leer para sonreír y si venía al caso reír. Y no hay mejor manera de aprender que riéndose.

No falto a la verdad si les digo que la relación que mantuve con Javier Reverte fue algo así como la de un alumno ante su maestro. Un aprendizaje donde siempre fue generoso y amable aparte de referencia en mi modo de entender la vida.

Ya lo estoy echando en falta. Noté su ausencia en la última edición de Periplo, hace apenas unas semanas, cuando me dijeron que no iba a poder asistir porque su estado de salud se había complicado. La enfermedad no tenía nada que ver con la Covid-19 y dentro de la gravedad, permanecía estable. La idea inicial era que le entrevistara por su último libro Suite italiana (Plaza & Janés, 2020), un viaje físico y espiritual por Venecia, Trieste y Sicilia. En ese libro se condensa cómo entendía la literatura de viajes Javier Reverte: un itinerario más que físico, espiritual y literario.

En Suite italiana, el escritor deja de ser periodista para invitarnos a una travesía de norte a sur por este sufrido país europeo de la mano de cuatro escritores que marcan esta especie de profundo deambular emocional como intelectual: Thomas Mann, James Joyce, Rainer Maria Rilke y Giuseppe di Lampesusa.

Recuerdo, ahora que me asaltan los recuerdos, los momentos que compartí con este gigante del periodismo español. Una noche, recién finalizada una de las entrevistas previstas en el programa de Periplo, recibió una llamada telefónica en la que un familiar le comunicaba que su hermano Jorge, también escritor y periodista, había sufrido un ictus. Javier Reverte, que fue fumador durante muchos años y que a base de fuerza de voluntad había dejado el tabaco, me miró con los ojos humedecidos y me dijo, señalando el cigarrillo que tenía entre los dedos, que dejara mi fatal romance con aquel pequeño asesino. El resto del Festival estuvo como siempre, atento, generoso y simpático pero la procesión la llevaba por dentro.

Dijo en una ocasión en Periplo que le encantaría escribir un libro de viajes por las islas aunque, desgraciadamente, ese libro se quedó en eso, un proyecto. A Javier Reverte le gustaban las islas. Pero más que las islas lo que le gustaba de verdad eran las papas arrugadas y el pescado fresco que devoraba en la portuense Cofradía de Pescadores.

La amistad que mantuvimos, amistad que cada año se renovaba con sus visitas a la isla para participar en Periplo, y Periplo continuará apareciendo en estas líneas porque fue allí donde lo conocí y porque fue allí, en el Festival y el Puerto de la Cruz, donde gracias a su esfuerzo y al de Antonio Lozano (también ausente, ay, siempre se nos van antes los mejores) consolidaron un encuentro que es un pequeño milagro en esta isla, en este archipiélago que hoy, como el resto del mundo, vive sobrecogido por la pandemia.

Echaré mucho en falta a Javier Reverte. Lo echaré en falta por su humanidad, por su experiencia y su aureola de reportero veterano, del que se las sabe todas. O casi todas. De periodista de los de antes, de esa estirpe que asocio solo a los grandes de este oficio que es el de comunicar hechos. Echaré también en falta las conversaciones en las que le interrogaba de todos aquellos periodistas de la postguerra que cubrieron como enviados especiales para periódicos y radios franquistas la II Guerra Mundial como Jacinto Miquelarena, José Antonio Giménez-Arnau e Ismael Herraiz, y que él conoció de pequeño porque su padre, Jesús Martínez Tessier, también periodista, invitaba a casa o daba tiros con ellos a las ratas en un solar de una casa hecha añicos de aquel Madrid de la postguerra.

Sobre su padre escribió junto a su hermano Jorge Soldado de poca fortuna, un libro que a mi, personalmente, me parece de lo mejor de su producción porque soy tan raro que dedico mi tiempo a buscar reportajes y libros que fueron escritos por estos cronistas del régimen sobre una guerra que ya no era la de ellos sino la del mundo. Muchos, huelga decirlo, apostaron por el bando equivocado.

Se habla mucho de Javier Reverte como autor de libros de viajes, que lo es, y mucho, pero se obvian otras facetas como la del formidable novelista que fue. En estos tiempos donde se habla tanto de La línea de fuego, de Arturo Pérez Reverte, “no es familia”, decía como broma Javier, a mi me encanta la trilogía que dedicó a la Guerra Civil Española y a la postguerra: Venga a nosotros tu reino, El tiempo de los héroes y Banderas en la niebla.

En la primera, su protagonista es un joven sacerdote polaco que recala en España huyendo del comunismo que ha tomado su país; la segunda es una biografía novelada de Juan Modesto, militar gaditano y comunista. El hombre que lideró el asalto del ejército republicano en la batalla del Ebro y que casi, casi consigue la victoria si no es porque se quedó sin pertrechos… En Banderas en la niebla vuelca su mirada en dos hombres que viven en mundo opuestos pero a los que une un mismo campo de batalla: España. Ellos son José García Carranza, El Algabeño, torero, mujeriego y falangista y John Cornford, estudiante de la Universidad de Cambridge, poeta y bisnieto de Charles Darwin que llega a España como miembro de las Brigadas Internacionales. Ambos mueren en 1936, recién declarada aquella guerra que los hunos y los hotros están empañados que siga dividiéndonos en hunos y en hotros.

Si se leen estas novelas se verá que Javier Reverte, aunque sus filias fueran claramente progresistas, no permitió nunca que sus ideas bascularan a un lado y no al otro. Que malvados, decía, hubo siempre en los dos lados.

No saben ustedes el vacío que me deja la desaparición de un hombre con el que mantuve una extraña complicidad. El sabor amargo que ahora invade mi boca porque ya no está entre nosotros. Un amigo me dice que siente rabia y estoy de acuerdo con él. Hoy solo siento rabia. Mucha, mucha rabia.

Ha muerto Javier Reverte.

Buen viaje, maestro.

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