Lancaster/Visconti, el dúo dinámico

Los personajes que aparecen en la fotografía hicieron Historia en el cine cuando quiso la fortuna que se unieran para que trabajaran juntos. Uno de ellos, Burton Stephen Lancaster, más conocido como Burt Lancaster (Nueva York, 2 de noviembre de 1913-Los Ángeles, 20 de octubre de 1994) fue un actor que procedía del mundo del circo por lo que su carrera está cuajada de películas donde hace algo que sabía hacer muy bien: cabriolas. Y si lo saltos en el aire los hacía junto a su amigo Nick Cravat, la fiesta estaba asegurada aunque con el paso de los años se labró una carrera cinematográfica donde abundaron las grandes interpretación de un actor que funcionaba por instinto. Que convencía porque sentía las grandezas y miserias de los personajes que interpretó en pantalla.

Hay varias películas con el actor que salvaría de la hecatombe final: El halcón y la flecha (Jacques Tourneur, 1950) porque significa la perfección del cine de aventuras; Veracruz (Robert Aldrich, 1954) porque sigue siendo uno de los mejores westerm de la Historia del Cine y porque Burt, que hace de malo simpático, se hace matar por Gary Cooper; Los que no perdonan (John Huston, 1960) porque me sigue pareciendo un western fabulosamente extraño; El nadador (Frank Perry, 1968), porque muestra con distante elegancia el desmoronamiento del Hombre, así con mayúsculas y, por último entre otras y otras películas (El tren, Forajidos, Los profesionales, Novecento, El abrazo de la muerte, Atlantic City, La venganza de Ulzana, Apache, El temible burlón…) que no menciono para no abrumarles con más títulos, El gatopardo, que fue la primera de las dos películas en las que actuó bajo las órdenes de Luchino Visconti (Luchino Visconti di Modrone, conde de Lonate Pozzolo, Milán, 2 de noviembre de 1906 – Roma, 17 de marzo de 1976) porque siempre que la veo percibo que todo cambia para que no cambie nada en la que sigue siendo una incontestable obra maestra del cine.

Luchino Visconti, el aristócrata rojo, nos dejó un puñado de películas que aguantan el paso implacable del tiempo. Vayan y vean Rocco y sus hermanos, Obsesión, Senso, Bellísima, con una inmensa Anna Magnani claro que ¿cuándo no estuvo inmensa la Magnani?) e incluso sus ya excesivas por barrocas superproducciones Muerte en Venecia, Luis II de Baviera y La caída de los dioses sin olvidar, por supuesto, Confidencias, donde volvió a contar con un maduro y ya muy seguro de sí mismo Burt Lancaster.

Quiero creer en estos tiempos canallas, que tanto Lancaster como Visconti no vinieron al mundo por un azar de la naturaleza sino que la fuerza de la existencia los reclamó de la nada para que se labraran unas carreras y se conocieran cuando comenzaba el otoño de su vida.

Cuentas las crónica que se llevaron muy bien, y que Burt encontró en Italia un rayo que iluminó una carrera que se estaba quedando acartonada en Hollywood.

El caso es que tal día como hoy vinieron al mundo estos dos hombres que son, cada uno de ellos, un punto y aparte en la Historia del Cine. El actor aportó su sensibilidad circense y su capacidad de mimetismo para construir personajes por muy endebles que resultaran en el guión y el segundo firmó algunas de las películas imprescindibles de eso que llaman séptimo arte, ofreciendo una mirada que siempre fue, incluso en sus películas más ferozmente neorrealistas, refinada. La de un noble que observa cansado cómo el mundo que conoció se desmorona bajo sus pies.

Permítanme pues que los aplauda y que agradezca que sigan estando aquí a través de su obra.

¡Recordad al príncipe Don Fabrizio Salina!

Saludos, reverencia, desde este lado del ordenador

Escribe una respuesta