Pánico al amanecer, una novela de Kenneth Cook

“Curioso rasgo de la gente de por aquí, pensó Grant: puedes dormir con sus mujeres, aprovecharte de sus hijas, gorronearles, estafarlos, hacer casi cualquier cosa que en una sociedad normal te llevaría, cuando menos, a sufrir el ostracismo. Aquí, en cambio, casi ni se dan por enterados. Ahora, baste con que te niegues a beber con ellos para que pases de inmediato a convertirte en su enemigo mortal. ¿Cómo demonios era posible? Pero no tenía ganas de seguir pensando en la región ni en las peculiaridades de su gente. Que hicieran lo que quisieran”.

(Pánico al amanecer, Kenneth Cook. Traducción: Pedro Donoso. Sajalín, 2020)

No conocía la obra de Kenneth Cook, un escritor australiano con sobresaliente sentido del humor… australiano pero tras leer Pánico al amanecer (Sajalín, 2020) asumo como tarea aproximarme a sus novelas humorísticas como agua de mayo. Más en unos tiempos como los actuales (a la pandemia se suma ahora el caos en los Estados Unidos de Norteamérica) tan necesitada de lecturas que te hagan si no reír si al menos sonreír. Boris Vian decía además que el humor era la mejor manera de tomarse las cosas en serio y en este 2021 que comienza ya con alertas rojas se reitera que la risa puede ser el mejor antídoto para derrotar la tristeza, el fracaso, la frustración de un mundo y unas sociedades en continua ebullición.

Pánico al amanecer es una novela que derrocha humor, pero humor si no negro lo que viene después. Relata Jordi Amat en el excelente prólogo de esta edición que cuando se exhibió la película que se realizó sobre la novela (una película asegura Amat de culto ya que son muy pocos los iniciados que la han visto) el público australiano se enojó en la sala porque no se sentía identificado con el retrato que hace el escritor de la Australia profunda, lo que tiene su lógica aunque no creo que esta fuera solo la intención de Kenneth Cook cuando escribió el libro. Su mirada va más allá del retrato extravagante de los habitantes de Tiboonda, pequeña ciudad perdida en el desierto australiano, en la que imparte clases el protagonista de la historia, John Grant, un tipo que odia estar en ese purgatorio en la tierra que es Tiboonda y del que espera escapar en vacaciones rumbo a Sidney para contaminarse de civilización.

Sin embargo, y como en el Ángel exterminador, aquella extraordinaria película de Luis Buñuel en la que sus protagonistas no pueden salir de una habitación, a John Grant le pasará lo mismo aunque no sean fuerzas invisibles las que lo petrifiquen sino las mismas gentes de Tiboonda. Sobre todo porque no perdonan que Grant no quiera que lo inviten a una cerveza que no será una sino varias.

En esta novela donde a todo el mundo le falta un tornillo, incluido su protagonista, un tipo no demasiado simpático, todo se resuelve con cerveza. Esta y no otra es su hospitalidad. La comunidad entera vive en una apacible cogorza que termina por afectar a John Grant, primero cuando pierde el dinero en un juego que por absurdo resulta catastrófico y que llaman Two-up; y segunda cuando inicia una enloquecida cacería nocturna de canguros en la que el salvaje sentido del humor se mezcla con un desagradable y muy conseguido sentido de la violencia. Tanto, que casi parece que te salpica la sangre.

No había leído hasta la fecha una escena tan real y enloquecida de una cacería nocturna rodeado de unos personajes que parecen salidos de un frenopático. La cerveza se distribuye generosamente entre la pandilla que va a bordo de la furgoneta mientras dan caza a a los canguros (un símbolo australiano) a los que abren en canal para abandonar sus cadáveres porque así es como se las gastan los vecinos de Tiboonda.

Por las páginas de Pánico al amanecer desfilan toneladas de sangre, sí, pero también de alcohol, como la cerveza que debe de ser la bebida nacional de Australia, y algo de sexo que no llega a buen fin porque el protagonista de la novela no es, que digamos, un héroe en el sentido estricto de la palabra.

El corazón que bombea en estas páginas –no llega a las doscientas– es una huida hacia adelante que siempre termina en el mismo sitio. También un retrato extremo de un pueblo que, más que estar situado en el gran desierto australiano, parece ubicado al borde del infierno. Se palpa la agresividad de John Grant por todo lo que lo rodea aunque su entusiasmo por regresar a Sidney sea otra farsa a la que añadir a su historial personal.

Y todo este tormento narrado con un sentido del humor negro que hacía tiempo que no encontraba en lectura alguna. El humor que transmite da miedo, rompe con lo políticamente correcto que nos han impuesto. Kenneth Cook no estaba para tonterías y sí muchas ganas de reírse de que todo lo que puede ir mal puede ir peor que aún retiembla en mi garganta con la forma de carcajadas muy salvajes.

La única pega que le puedo criticar a Pánico al amanecer es que por una vez esta divertida pesadilla me haya resultado tan corta, que sus disfrute me parezca tan breve.

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