Isidro Hernández: “La poesía no proporciona respuestas”
Una entrevista de SERGIO BARRETO
Hacía tiempo que se esperaban los textos poéticos de Isidro Hernández (Tenerife, 1975), desde que en 2007 y 2008 publicara El ciego del alba (Pre-textos) y el libro de apuntes aforísticos El aprendiz (La Caja Literaria). Ediciones del Pampalino abre su recién inaugurada colección de poesía con La vida anterior (2021), un cuaderno de poemas de una escritura exigente y cuidada que penetra en la naturaleza misteriosa y simbólica de un estadio primario y auténtico.
- La vida anterior brinda una mirada de fascinación por el entorno natural, en especial por el macizo de Anaga. ¿Por qué la elección de esta cartografía?
“La escritura que anima este libro se nutre de anotaciones y visiones que poseen el denominador común de un mismo escenario: las cordilleras del noreste de Tenerife, lugar donde es posible experimentar un desplazamiento temporal similar al que opera en toda experiencia poética. Me refiero a la contemplación de instantes que pertenecen a tiempos remotos y a los que solo es posible acceder con la mirada sorpresiva de un niño que descubre un mundo casi intacto. Quizás porque la naturaleza en aquellos parajes se muestra envuelta en el beneficio de un ciclo biológico primitivo y porque sus rincones gozan de cierta condición mágica, cuántas veces nos hemos sentido inmersos en un tiempo primordial, lejanos y ajenos a cualquier preocupación mensurable con el pulso regular de los relojes. Y cuántas, asomados a estas magníficas cordilleras o inmersos en los senderos de Igueste, Anosma o Ijuana hemos podido participar de la misma experiencia contemplativa de alguien que recorriera aquellos parajes hace miles de años. No se me ocurre otra definición mejor de lo que se ha llamado el punto sublime; es decir, la trayectoria simbolizada por la experiencia del viaje en el que quedan abolidas las diferencias entre presente, pasado y futuro en beneficio de un presente continuo que es una dimensión real y, a un tiempo, sobrenatural”.
- ¿Hasta qué punto en su libro la acción de caminar y de escribir abordan la tentativa de cierta poesía moderna por aprehender o conocer el mundo?
“Convivo con la sorpresa cotidiana de los elementos. Participo de cierta celebración de los signos elementales del paisaje que habitamos. Muchas mañanas me encaramo a las persianas del cuarto para observar el espectáculo de la aparición del amanecer en el horizonte, y mientras participo de esa contemplación caigo en la cuenta de que ese acto ingenuo de asistir al nacimiento del día me reconcilia con aquello que Octavio Paz llama “el olvidado asombro de estar vivos”. Se trata de una sencilla fascinación compartida que establece vasos comunicantes con el mito o la explicación simbólica del mundo. Quizás por ello exista en esta escritura cierta condición meditativa y hasta, si se prefiere, religiosa, en el sentido dado por Cioran al término cuando subraya que “el sentimiento religioso reside en la conciencia del misterio, incluso más allá de cualquier tipo de fe”. Adentrarse en la imaginación poética es regresar al tiempo continuo de una vida anterior, sin nombres, sin perfiles; al tiempo sin tiempo de un pájaro que es un único y eterno pájaro, buscando con los ojos abiertos, pero a ciegas, lo inmensurable. El poema delimita el territorio de un no saber, frágil, construido con palabras que nos nombran e imágenes que nos sobrecogen, a la búsqueda de un significado intraducible. Caminar es sinónimo de reflexionar o pensar, pues esa acción sencilla está sincronizada con la velocidad del pensamiento”.
- También con ocasión de aquel libro Marianela Navarro hablaba del “disentimiento como poética”.
“Trasluz fue la decimocuarta entrega de la colección Asphodel, dirigida con un exigente criterio por Ferdinand Arnold, editor de tradición suiza de una gran generosidad y de empresas “manchegas” condenadas al fracaso en medio de la normalidad del mundo editorial. La historia de las ediciones canarias tiene en Asphodel un capítulo de excepción, al margen de las mercaderías y del mal gusto que, por lo general, ha prevalecido en las colecciones de poesía publicadas en Canarias. El disentimiento significaba cierta forma de ir a contracorriente, a la manera de un paraíso cerrado para muchos o de un paraíso abierto para pocos”.
- Con ocasión de El ciego del alba escribió que la escritura poética se reduce “al juego enigmático de responder a una pregunta que deja sin respuesta otra, en un oscilar dialéctico e infinito”. Entonces, ¿cuál es su sentido o utilidad?
“La poesía no proporciona respuestas sobre nada. De ella aprendemos la utilidad de lo inútil o la inutilidad de lo útil, pues permanece al margen de todo uso práctico del lenguaje. Formula constantemente interrogantes sobre un mundo del que desconocemos las respuestas más esenciales y al que solo llegamos a aproximarnos a través del destello de un poema o de una pintura en cuya extrañeza nos reconocemos y contemplamos. Por la poesía damos cuerpo de palabras a aquello que solo intuimos; que está siempre por nombrar y solo se hace tangible a través de la intuición”.
- ¿Qué siente o piensa cuando escribe?
“En mi caso, un estado musical del ánimo o de gracia. Un impulso creativo y de una inestable tensión entre decir y callar, entre saber e ignorar; un estado de concentración fruto del esfuerzo y del trabajo”.
- ¿En qué medida la visión metafísica del paisaje resulta válida actualmente?
“No me interesa la actualidad; sí el presente. Una vez entrevisté a un poeta que se consideraba “oriental” porque en sus textos aparecían elementos naturales y se alejaba de la realidad urbana. A mí me pasa lo mismo. Además, no me interesa la anécdota; de ahí mi natural impericia para con el relato o la novela. Varias generaciones de escritores y pintores han pensado Canarias desde esa tradición metafísica a la que se refiere, y de ella se ha nutrido lo mejor de la poesía escrita en las últimas décadas en Canarias. La conciencia elegíaca de la erosión del medio (el hacha del leñador en el poema de Tomás Morales) no implica una renuncia a la tradición canaria que siente y piensa la naturaleza en su condición ontológica. No se trata de un mero decorado exterior, puesto que el poema se deja atravesar por ella a la manera de un cordón umbilical que por momentos nos devuelve a la tierra del origen. Si fuera un dadaísta compulsivo sentiría la necesidad de quemar las bibliotecas y empezar desde cero, pero cuánto mejor sentirse parte de esa tradición en lo que aporta como valor de convergencia. Esto es una obviedad, en la medida en que, por ejemplo, no es posible hablar sobre la pintura de Luis Palmero sin hablar tácitamente de Jorge Oramas; ni tampoco leer a Eugenio Padorno sin atisbar a Saulo Torón o Domingo Rivero”.
- Hay pasajes en su libro cargados de simbolismo de los que resulta difícil comprender enteramente su significado.
“Estoy con el poeta Fernand Dumont en que solo lo que se escribe con el impulso del automatismo posee la autenticidad de una revelación. Yo soy el primer sorprendido del lugar al que me han llevado algunas estancias de este libro. El hábitat natural de lo poético, como el de la pintura, es el territorio de lo simbólico, en la medida en que un buen poema nunca es enteramente explicable. Creo que buena parte de este cuaderno permanece a resguardo de toda interpretación racional. Nuestra vida está llena de fórmulas demasiado previsibles. La poesía busca, en cambio, el sentido de lo imprevisto, aun cuando se nutra de la fuente inagotable de la tradición. Reivindico la función visionaria de la poesía. Me pregunto cuándo llegará, como diría un conocido escritor francés, la hora de los filósofos durmientes.
- Lo imprevisto nos lleva a pensar en Domingo López Torres, asesinado en la bahía de Santa Cruz en 1937, y cuyo trágico final vuelve a estar de lamentable actualidad.
“Lo que importa de López Torres es la excelencia de su legado y su ejemplo de escritor comprometido con el tiempo que le tocó vivir. El poeta fue el más radical de los escritores de Gaceta de Arte. Su compromiso fue muy claro; no necesitaba de ningún “delator”. Bastaba el carácter decididamente marxista de muchos de sus textos. Sobran novelas o teorías conspiranoicas que buscan difamar la figura de un hombre cabal como Domingo Pérez Minik. Lo demás, diría Cairasco, son pasatiempos frívolos. Sorprende que un acontecimiento como la aparición de la segunda entrega de la revista Índice (1935), editada en facsímil por el Cabildo pase un tanto inadvertida, y no así ciertos relatos de ficción sobre el destino aciago del poeta, propios del rancio cainismo vesánico insular”.
- ¿A qué se debe su silencio desde 2008?
“No ha habido silencio alguno; sí otras ocupaciones. Participé entre 2011 y 2018 de la dirección artística colegiada que el Consejo de Administración de TEA encomendó a los conservadores del centro, y eso significaba, prácticamente, convertirse en gestor y renunciar a metas personales en beneficio de un proyecto colectivo. Y la escritura necesita esfuerzo y concentración”.
- Su libro incluye un texto de José Corredor-Matheos, y varios comentarios críticos de Sánchez Robayna y Melchor López.
“Estoy muy agradecido a estos escritores fundamentales en mi formación como lector y como escritor. La lección de la conciencia extrema del lenguaje está presente en todos ellos, aunque de distinta manera. Me confieso “seguidor” del José Corredor-Matheos de El don de la ignorancia. Y, por supuesto, del Sánchez Robayna de Sobre una piedra extrema; y del Melchor López de Altos del sol. El magisterio y ejemplo de estos dos últimos ha sido crucial en mi trayectoria como escritor, como lo ha sido para muchos otros poetas de las islas”.
- ¿Qué otros cinco libros de escritores canarios de las últimas décadas escogería?
Si dudarlo, Arras, de Luis Feria; y Óxidos, de Arturo Maccanti. Entre otros títulos más actuales, escogería el Diario romano, de Bruno Mesa; Para un dios diurno, de Alejandro Krawietz; y La función de la magia en el mundo, de Francisco León. Todos ellos son títulos memorables. ¿Quién podría dudarlo?”
Saludos, sol, desde este lado del ordenador