Una bola de fuego

Cuentan que fue Frank Capra quien le enseñó a Ruby Catherine Stevens (Brooklyn, Nueva York; 16 de julio de 1907-Santa Mónica, California; 20 de enero de 1990), de nombre artístico Barbara Stanwyck, que el secreto de una actriz estaba en su mirada. Y miradas hay muchas en el largometraje más popular que rodó junto al hombre que creyó en el sueño americano: Juan Nadie, una película en la que Barbara además de ser muy bárbara está a la misma altura (aunque no fuera demasiado alta en la vida real) de Gary Cooper.

Más tarde trabajaría con cineastas tan solventes y respetables como Howard Hawks, Fritz Lang y Douglas Sirk, que llegó a considerarla como la mejor actriz de su época y razones no le faltaban.

La vida de la actriz no fue demasiado fácil. Nació en el seno de una familia muy pobre y pronto aprendió a buscarse la vida por su cuenta, desempeñando toda clase de oficios. Entre otros el de modelo, que fue el que le abrió las puertas de Hollywood.

De naturaleza volcánica y educada en sitios inimaginables, Barbara Stanwyck fue escalando puestos en la fábrica de sueños gracias a una voluntad de hierro que, a decir de quien la conocieron, nunca le abandonó. Quienes fueron sus amigos la siguen amando con devoción casi religiosa y quienes llegamos a ella gracias al cine mantenemos la misma fe pese a que la actriz no fuera una belleza tipo Hollywood, sino una mujer con un encanto dentro y fuera de ella que arrasaba con todo lo que estuviera a su alcance.

Seguidor de su carrera desde que tengo uso de razón, Stanwyck fue una actriz natural, tanto en su tiempo como el nuestro, y lo mismo se movía en el drama como en la comedia. Nos encanta en Bola de fuego donde más que encarnar a una chica Hawks, convierte a Hawks en un chico de la Stanwyck. Billy Wilder que supo ver lo que llevaba dentro, la contrató como la mujer fatal que enreda a un casi siempre torpe Fred MacMurray en Perdición, un filme que cuenta con guión de Raymond Chandler según la novela de uno de los grandes del género negro y criminal, James M. Cain (El cartero siempre llama dos veces)

Los puristas le critican que no fuera demasiado selectiva con las historias que por contrato le obligaron a rodar pero es que incluso con esas, aunque la película no sea una obra que perdure, merece por ella la pena verse.

No le gustaba hablar de su infancia y fue muy celosa con su vida privada mientras navegaba en ese río lleno de obstáculos que es Hollywood, esa ciudad en la que además de rodar películas era –y probablemente lo sea ahora– una fábrica de chismes.

Le buscaron amantes femeninas como Marlene Dietrich y Joan Crawford pero también masculinos. El primero de ellos, un actor del que ya nadie se acuerda, Frank Fay, procuró hacerle la vida imposible hasta que dijo basta. Más tarde volvería a casarse con Robert Taylor, que era varios años menor que ella –”el chico tiene mucho que aprender y yo tengo mucho que enseñar”– y mucho tiempo después un romance con otro Bob, Robert Wagner, que dijo a quien quisiera escucharle que aquella relación le había dado “autoestima”.

Su filmografía está salpicada de grandes títulos de la Historia del Cine, alguno de ellos western que por la razones que sean no han trascendido como deberían porque están protagonizados por una mujer de armas tomar (nunca mejor dicho). Yo no me perdería por eso Las furias, que es el otro gran western feminista de la Historia del cine junto a Johnny Guitar, cuya protagonista fue, precisamente, una de sus mejores amigas, Joan Crawford, y Cuarenta pistolas, una emocionante película del oeste con soterrado contenido sexual.

William Holden y Marilyn Monroe fueron actores que compartieron sus primeros trabajos con Barbara Stanwyck. El primero no se cansó de repetir que estaría en deuda con ella toda la vida por el cariñoso trato que recibió de la actriz en su primera película como protagonista, Sueños de oro. Marilyn dijo que había sido la única persona amable que encontró “entre los actores de la vieja escuela”.

Los últimos años de su fulgurante carrera terminaron en la televisión donde apareció como estrella especial en culebrones como Los Colby y El pájaro espino. Pero ya no era la misma, la huella de la edad no fue clemente con ella.

No obstante, y si la ven, comprobarán que con todo aún conserva la fuerza que supo transmitir siempre en sus apariciones en pantalla, fuera grande o pequeña. Una bola de fuego que en su caso crece y crece y crece hasta alcanzar proporciones gigantescas y… barbaras como su nombre artístico indica…

Así que… Qué mujer, qué actriz, qué grande fue y sigue siendo Barbara Stanwyck.

En la imagen, la actriz en Perdición (Billy Wilder, 1944)

Saludos, corta, corta, corta, desde este lado del ordenador

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