Mediodía eterno, una novela de Santiago Gil
“Leo también a Tomás Morales. Tomás supo escribir el sonido del Atlántico. Yo recuerdo ese sonido en las costas del mar bravío de Fuerteventura, y también al final de la playa de Las Canteras o del Arrecife, donde no está la Barra y el océano resuena como una gran caracola lejana”.
(Mediodía eterno, Santiago Gil, Cabildo de Gran Canaria y Casa Museo Pérez Galdós, 2021)
Santiago Gil cuenta con una consolidada y atractiva trayectoria literaria muy unida a su isla natal, Gran Canaria. En 2019 se atrevió a recrear el amor adolescente de Benito Pérez Galdós con su prima Sisita en El gran amor de Galdós. Ahora, con Mediodía eterno hace algo parecido pero con muchísima más personalidad con el pintor José Jorge Oramas. Por esta novela, Gil recibió el Premio Internacional de Novela Benito Pérez Galdós y se trata, a nuestro juicio, de una de sus obras más densas (pese al número de páginas) y maduras. Un relato que muestra a un escritor seguro de sí mismo como narrador de ficciones.
Tanto en El gran amor de Galdós como en Mediodía eterno se fabula en torno a la vida de dos grandes hombres nacidos en el archipiélago canario pero hasta ahí llegan las comparaciones. El origen familiar y social de Galdós se encuentra en las antípodas del de Oramas. Pérez Galdós se dedicó a las letras, carrera en la que se convirtió en el mejor escritor que retrató el Madrid de finales del XIX e inicios del XX mientras que José Jorge Oramas tuvo una vida muy corta –falleció a los 24 años– que estuvo marcada por una enfermedad que le hizo ampliar su visión de cuanto lo rodeaba, transformando su mirada en una luz poderosa, claramente Oramas.
En cuanto a estilo, El gran amor de Galdós mantiene distancias con su protagonista al estar escrita en tercera persona mientras que Mediodía eterno recurre a la primera. Es decir, que el narrador es el mismo José Jorge Oramas que nos habla a través de Santiago Gil.
Mediodía eterno está estructurado en dos partes. La primera, La vida de Oramas, está narrada en primera persona por el mismo artista por lo que el lector es testigo directo de lo que piensa y del sentido trágico de la vida que asumió al diagnosticársele un mal que fue consumiendo poco a poco su existencia.
La cercanía de la muerte hace que el artista intente retener su amor a lo que observa en una serie de cuadros que son un misterio en sí mismo. Y no solo por la intensidad de la luz que alimenta a casi todos ellos sino por mostrar el paisaje que lo rodea en una serie de obras que no han perdido su capacidad de conmover.
En esta primera parte, el personaje que construye Santiago Gil de Jorge Oramas se confunde con el mismo Santiago Gil en un ejercicio de intercambio de papeles que no decae, dando densidad al mismo tiempo a un personaje que amó la vida, así lo expresó a través de su arte y así lo expresa Santiago Gil a través de su literatura.
Santiago Gil consigue dar credibilidad al personaje y en un lenguaje conmovedoramente poético desgrana con agradecida sutileza algunos de los momentos que marcaron la existencia del pintor grancanario. El escritor propone, además, un atractivo juego literario con el lector, juego en el que hay que entrar como se debe entrar en cualquier clase de juego, con inocencia.
A lo largo de todo el texto, de una enorme complejidad que Santiago Gil resuelve con desarmante sencillez, se tratan muchos de los temas claves en la vida del pintor como si fueran colores, colores tan vivos como los que definen la obra de Oramas y que sirven para explicar muchos de los días que marcaron la existencia del artista. Un artista que evitó lo que pudo el retrato, decantándose por el paisaje que reflejó siempre bajo una luz limpia y serena que corresponde a la de ese mediodía eterno que anuncia el título de la novela.
Los años de formación en la Escuela de Arte Luján Pérez donde conoció a otros artistas como Felo Monzón, Juan Ismael y el escultor Plácido Fleitas, entre otros; los días que pasó en el centro psiquiátrico de Tafira (“Los locos tienen alma”, comienza la novela) atendido por el médico y coleccionista Rafael O’Shanahan y una ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, que todavía seguía siendo una pequeña capital de provincias son algunos de los elementos de los que se sirve Santiago Gil para modelar a su personaje. Personaje que percibe la primera señal de un amor que le infla de plenitud los castigados pulmones y que como la enfermedad que lo acompañó casi toda su vida condiciona al artista que, en esta novela, se desdobla en Santiago Gil. Esta metamorfosis contribuye por otra parte a que lo que cuenta resulte tan real y cercano.
José Jorge Oramas dejó una obra no demasiado extensa. Creaciones plásticas que expuso en vida en muy pocas ocasiones aunque ya en su tiempo hubo espectadores, como el escritor tinerfeño Agustín Espinosa, que avisaron de su talento en textos tan llenos de belleza como Media hora jugando a los dados.
Si hubiera un leiv motiv en esta novela ese sería el arte y la muerte. Muerte a la que se encara Oramas con la cabeza alta, sin miedo. Es como si hubiera aprendido que nada es eterno salvo la luz que captura en sus lienzos.
“Cuando medito parece que vuelo, que salgo de mi cuerpo, como si realmente hubiera algo más que materia en nuestros adentros. Cecilia es de las que piensan que el arte se genera justamente en ese misterio que portamos los humanos cuando miramos algo o rebuscamos en nuestras vivencias y en nuestros recuerdos”.
La segunda parte, sensiblemente menor en número de páginas (la novela no llega a las 200), cuenta la vida de Cecilia Blisse, un personaje que sirve de apoyo sentimental al relato y cuyo diario, narra, le fue entregado a Santiago Gil en un viaje a Londres. Al modo de las matrioskas rusas se propone una novela dentro de otra novela.
Podría apuntar más aspectos de un libro que como otros de Santiago Gil ha sabido tocar el corazón pero es el momento en que lo descubran lectores que demandan historias que reinterpreten la vida de los nuestros (artistas e intelectuales, hombres de fe, en definitiva) con mirada literaria.
Mediodía eterno es una novela que se atreve a hurgar dentro de la cabeza y el alma de su protagonista por lo que sorprenderá, como a quien firma estas líneas sorprendió, la soltura con la que Santiago Gil rinde justicia al pintor que se “nos” fue demasiado pronto, describiendo las contradicciones que pudo tener el artista que congelo la vida con el hechizo de su luz.
Saludos, tierra, mar, desde este lado del ordenador