Idir el canario… ¿memorias o no memorias?
El profesor Antonio Tejera Gaspar recordaba en el prólogo del libro Los lenguas cortadas, de Cirilo Leal, y titulado los Manuscritos perdidos sobre la primera Historia de Canaria que entre estos textos podría encontrarse un relato del pueblo guanche escrito por el hijo del mencey Bencomo. Muchos son los que ponen en duda la existencia de éste y otros documentos “perdidos” aunque los que defienden su existencia remiten a distintas fuentes históricas con el fin de acreditar su validez.
Sea verdad o no, la editorial Baile del Sol publica en su colección Narrativa Idir el canario, un supuesto libro de recuerdos escritos por un aborigen de la isla de Gran Canaria. Para respaldar este acontecimiento el libro (poco más de quinientas páginas) está traducido por J.C. Domínguez, quien aporta notas y apéndices a una obra que cuenta “la biografía histórica traducida del árabe por Mme. Elaine de Respierre-Groussac”.
Al margen del empaque con que el autor y el editor han querido envolver esta obra, y al margen también de que se trate de una broma… O no, que cada uno lo decida, Idir el canario es un ambicioso fresco sobre las aventuras y desventuras de un aborigen y un más que elogiable intento por reconstruir aquel pueblo a través de los recuerdos (supuestos… o no, sumémonos al juego) de un hombre que invita al lector a viajar en el tiempo y a sumergirse en un relato que fantasea (o no) sobre cómo pudo ser la Canarias prehispánica.
Tras su lectura, Idir el canario me parece uno de los libros del año en Canarias. Es original y me cuenta una historia que se hace pasar por Historia.
El libro está contado por Idir (o no, pero qué más da) y me creo lo que cuenta. Aunque no sé si creer es el verbo adecuado. Sí, vivo más que creo en estas memorias que, licencias aparte, me dice que todavía hay muchas cosas que contar y fabular también sobre el pasado de estas islas.
Las memorias comienzan con cierto tono pastoral, muy a lo de una infancia “libre y salvaje” que está salpicada con sus naturales momentos dulces y dramáticos, y experiencias que transforman al protagonista y narrador (o no) del relato.
Me gusta, entre otros fragmentos, el que narra el arribo de los primeros canarios a la isla:
“Nosotros, los de Arguineguín –decía–, fuimos los primeros. Llegamos y vimos que la isla era hermosa. Entonces recorrimos los valles cubiertos de árboles y ascendimos a la cumbre con nuestros ganados, y allí los dejamos pastar. Más tarde, los hijos de los hijos de los primeros se extendieron y se formaron nuevos clanes que ocuparon el valle del Uaydek, Artemensa y Arekuzem la escondida, pero todos mantuvimos nuestras costumbres de vivir en cuevas y de sepultar a nuestros difuntos en lugares altos y apartados”.
La existencia de Idir sufre un revés cuando es expulsado de su familia, lo que le lleva a recorrer los caminos, a emprender una odisea en la que atravesará territorios y conocerá a nuevos personajes.
De fondo, la extraña sensación, una mezcla de entusiasmo y reverencial respeto, de estar leyendo una obra olvidada por el tiempo más que perdida. Un libro casi secreto sobre los antiguos pobladores de Canarias del que casi nadie sabía, hasta el día de ayer, de su existencia.
Para dar peso a este discurso, de que las memorias de Idir el canario son reales, la obra consta de notas y apéndices de J.C. Domínguez, a quien habría que hacerle un monumento solo por haber traducido y anotado estos recuerdos que, sean reales o no son, para qué engañarnos, es uno de sus mayores hallazgos. Transgredir e irrumpir con ganas de pelea, de polemizar en la arena siempre revuelta de la Historia. Quizá irrite a algunos sus intenciones. Y con suerte aparecerán otros que la tachen de revisionista, sería bueno para todos que este libro suscitará debates y miro al Sol con la esperanza de que me conceda este deseo pero algo me da en la nariz que, como siempre, no pasará nada. Que si brota alguna polémica, ésta quede reducida a un espacios doméstico pero ojalá me equivoque.
Así que recibo emocionado y con júbilo el espíritu rompedor con el que ya rueda Idir el canario. Y espero que la singladura le sea propicia porque, al margen de autorías, estamos ante una obra que debería de marcar un antes y un después en toda esa literatura (sobre todo la de ficción) que intenta recobrar a un pueblo del que solo tenemos vestigios, y mucho de estos vestigios deformados por la leyenda.
Esa leyenda es la del buen salvaje, un discurso que desvirtuó desde el inicio a que los nacidos en estas tierras se hicieran con una idea más o menos equivocada de quiénes fueron los primeros habitantes del archipiélago.
Éstas y otras preguntas me las proporciona la lectura de este libro de recuerdos. Un libro que me hizo viajar, emocionarme y pensar por una vez que todo aquello que me cuentan pudo ser posible.
El escritor y dramaturgo español Enrique Jardiel Poncela entendía a la Historia, con H mayúscula, como aquello que “exactamente se escribió pero ignoramos si es exactamente lo que sucedió” y algo de ello tiene este libro de memorias. Esta acaso novela de no ficción o ficción, qué importa.
Si gustan de este juego, deberían de llevarse a casa Idir el canario y entender que: “Hay falsedades disfrazadas que simulan tan bien la verdad que sería un error de juicio no dejarse engañar por ellas”. Recojo el aforismo de la contraportada del libro que firma La Rochefoucauld… Claro que, ahora que lo pienso, ¿se trata realmente de una máxima de La Rochefoucauld o… no?
Saludos, se leyó, desde este lado del ordenador
Mayo 28th, 2022 at 9:29
Muchas gracias, me encanta tu reseña, JC