El kastillo
Aunque nos reservamos otros whatsapp en la nevera para que se conserven frescos con la caló que ya tenemos encima, reproducimos en este su blog un nuevo texto de esos anónimos que circulan de teléfono móvil en teléfono móvil por la gracia del texto y la comparación –fácil podrá pensar alguno– con una obra de Frank kafka que no es, casi, La metamorfosis.
El texto está escrito para iniciados en los acontecimientos recientes en materia de políticas culturales que emanan del Cabildo Insular de Tenerife. Ese kastillo (con k que ponemos nosotros) al que hace referencia el título de estas líneas.
“De la misma forma que en la obra homónima el Castillo de Kafka. Su protagonista, conocido solamente como K., lucha para poder acceder a las misteriosas autoridades de un castillo que gobierna una isla al cual K. ha llegado a trabajar como agrimensor, como último recurso, como segundo plato de una comida indigesta.
Esas misteriosas fuerzas, Arriaga y Martín, luchan por conseguir el poder del castillo, tras un falso pacto entre antagonistas. El segundo coloca al K., dado el fallido intento con su primer esbirro L., habitante del castillo, con un problema psicológico, quizás bipolar, donde no llega al año en el cargo. Fruto de su inoperancia y soberbia. Ya le pasó en otra aventura más musical, pero nadie aprendió la lección. Ni siquiera este pobre agrimensor. Aunque se entiende que eso no importa, si se trata de repetir los mismos errores.
Oscura y a ratos surrealista, como la obra de Kafka, este castillo trata sobre la alienación, la burocracia, y la frustración de unos y otros, aparentemente interminable, de los intentos de unos péleles de oponerse a un sistema que no es el suyo, un sistema que no entienden e intentan acomodar a sus amigos y pleitesías. Que les queda grande, que los supera con el agravante de que el anterior agrimensor a K., L., es íntimo amigo suyo y le impone una forma de entender el asunto cultural, sesgado, elitista y sobretodo, el de una persona que usa la venganza, fruto de sus frustraciones como motivo y razón para sobrevivir, y donde siempre necesita de una némesis o enemigo imaginario para poder levantarse de la cama, como motivo.
Esa edificación, encierra la historia del agrimensor K. en su intento imposible de acceder a un castillo cuyos propietarios le han contratado para realizar un trabajo del que ni siquiera sabe su naturaleza. No lo sabe, y es manejado por los intereses bastardos de su predecesor y del resto de los interesados en esta bastarda aventura. A ambos agrimensores les mueve el dinero y el poder. Les importa muy poco cambiar la situación, sólo sus bolsillos y el de sus amigos.
Resulta curioso, que el trato que reciben los campesinos más próximos sea exquisito, mientras que al resto los obliguen a competir mediante un invento llamado subvenciones de concurrencia competitiva. Una doble moral camuflada con sus intentos de mostrarse como individuos éticos. Dando lecciones a diestro y siniestro bajo el signo de la falsedad. Nombrando unos jueces de su cuerda para aparentar una falsa justicia en el reparto de dádivas.
Si tras estas licencias literarias, no son capaces de comprender la historia lo diremos más claro. Se trata de Alejandro Krawietz Rodríguez y su mano negra Leopoldo Santos Elorrieta, que de santo, no tiene nada.
Pobre cultura insular, pobres gentes de la cultura. Este castillo es una ruina. Y no, la pandemia no tiene la culpa. La tienen ellos, que son más letales y para los cuales no hay vacuna que valga”.
Saludos, saludos y saludos, desde este lado del ordenador