Luisa Elena Delgado: “No hay cultura sin ideología”
Nacida en Caracas, criada en Madrid y residente en la actualidad en los Estados Unidos, la primera entrevista que Luisa Elena Delgado concedió en su ya larga vida profesional fue a Diario de Avisos con motivo de un escritor por el que siente “vocación”: Benito Pérez Galdós. Pero éste no es el único vínculo que mantiene con Canarias, el otro y más importante es su padre. Nos pide por ello y antes de que comencemos a charlar que apuntemos que se siente muy “orgullosa de ser hija de canario”. Un canario, su padre, que mientras preparaba la intervención que la trajo a Tenerife dentro del ciclo No-Todo: crítica y negatividad, enfermó y falleció.
Catedrática de estudios hispánicos, teoría crítica y estudios de género de la Universidad de Illinois (Urbana-Champaign) aunque en la actualidad se ocupe de labores administrativas en este mismo centro universitario, ha publicado libros y por uno de ellos, La nación singular: fantasía de la normalidad democrática española (1999-2011) fue finalista al Premio Nacional de Ensayo en 2015.
Sus investigaciones estudian las emociones pero no como “estados psicológicos privados” sino como prácticas sociales y culturales, dando énfasis a aquellas que implican un posicionamiento personal con respecto al mundo, una forma de aprehenderlo.
Otros de sus libros son Lágrimas públicas y razones del corazón: emociones políticas en un estado de crisis (2018) y Contabilizando la democracia: sujetos excesivos en un Estado de consenso (2021). El título de la conferencia que impartió en Tenerife fue El árbol de la ira y la construcción política de la negatividad.
- ¿El árbol de la ira. La construcción crítica de la negatividad?
“El árbol de la ira está tomado de una cita de la escritora feminista Audre Lorde que dice que el árbol de la ira tiene tantos frutos que sus ramas parecen caerse. Lorde se refiere al concepto de la ira y la indignación como activista que fue de los Derechos Civiles en los Estados Unidos y se trata de una reivindicación de las emociones en la política. En concreto de la ira y la indignación como impulsos para actuar políticamente con el fin de cambiar una serie de circunstancias que por desgracia aún permanecen”.
- Pero la ira suele asociarse a los impulsos negativos, que provoca la sinrazón.
“En los últimos años he estado estudiando las emociones públicas y en particular las supuestamente negativas como la ira, la indignación, el resentimiento que están relacionadas. Todas estas emociones, que a menudo se asocian con negatividad, creo que se pueden estudiar de otra manera. El árbol de la ira estudia tres casos: el nacionalismo, el feminismo y el populismo que son conceptos que habitan un mismo continuum político. A los tres se les asocia una valencia negativa y se les presenta como un exceso que debe ser controlado por el bien de la democracia”.
- Manifestar que se está en contra de algo
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“Estar en contra de algo no significa que nos quedemos atascados en ese objeto: nos puede también llevar a imaginar un mundo diferente a aquel en contra del cual se levantó nuestra ira. Por ejemplo, la injusticia social y el hecho de movilizarnos políticamente. La ira nos mueve hacia lo exterior, así que escuchar la ira de los otros puede ser el primer paso de un acto de empatía y de solidaridad con los demás cuya indignación y sufrimiento podemos no compartir pero que sí tenemos la obligación de intentar entender, aunque resulte incómodo”.
- ¿Podría poner algún ejemplo?
“En la democracia española, que está tan apegada al concepto de consenso, todo lo que supuestamente pone en peligro ese equilibrio se asume que hay que cortarlo por el bien de la democracia y mi premisa es que no, que la democracia lo que requiere es un debate continuo sobre lo que no es legítimo y cuáles son los límites de la ira y de la indignación”.
- Entiendo entonces que la ira, las iras, no son necesariamente iguales.
“Todas las iras no son iguales pero hay que pensar en qué la genera y en contra de lo que va porque no es lo mismo la ira que generó Donald Trump como presidente de los Estados Unidos que la indignación de las mareas de personas que salieron a la calle en España en 2012”.
- ¿Cree, en este sentido, que se puede repetir aquel espíritu de 2012?
“Soy un tanto pesimista. Tengo una visión pesimista sobre España y los Estados Unidos donde la Corte Suprema ha dado un varapalo a los sindicatos tremendo, las sentencias sobre el medio ambiente… Es una situación terrible que, por eso mismo, hace que reivindique la ira y a pensar en ¡cómo no vamos a estar indignados! Otra cosa es que se repitan aquellas movilizaciones porque cada vez estamos más aborregados y la gente está cansada. Es muy dura la lucha del día a día”.
– ¿Por qué ese interés en producir ciudadanos pasivos?
“El neoliberalismo no es solo un sistema económico sino una forma de vida que espera sujetos, precisamente, pasivos. Y fomenta ese espíritu, la pasividad, a través de los medios y así hemos llegado a una situación en la que existe un déficit de pensar en lo colectivo y un súperavit de pensar en lo individual”.
- ¿Cómo?
“Las noticias ponen énfasis en informar de crímenes individuales y lo mismo pasa con las películas aunque de vez en cuando traten de crímenes colectivos pero mucho menos. El tipo de pensamiento colectivo existe pero resulta minoritario en la actualidad. Eso explica que haya tanta carga de crítica y hostilidad hacia los movimientos que quieren e intentan un cambio como son, por ejemplo, los ecologistas a quienes sin embargo se les acusa de exagerados y de no tener equilibrio”.
- Usted fue finalista del Premio Nacional de Ensayo en 2015 por La nación singular. Fantasías de la normalidad democrática española (1999-2011) (Siglo XXI Editores). Ocho años después ¿ha cambiado mucho su percepción de esa nación singular?
“Debería escribir un epílogo de ese libro y así se lo propuse al editor pero me dijo que no. Terminé de escribirlo en 2013 y se publicó al año siguiente, cuando todavía había esperanza, esperanza en la movilización popular y no en un partido específico. Pasó el 15 M, las concentraciones en la Puerta del Sol de Madrid. Hubo otros movimientos populares en el resto del país y Ada Colau obtuvo la alcaldía en Barcelona, que fue un cambio tremendo. Entonces existía una energía popular canalizada que a mi me parecía esperanzadora pero creo que de eso queda ahora muy poco. Si hubiera escrito el libro en la actualidad su tono sería mucho más pesimista”.
- Mientras tanto, unos y otros insisten en ganar la batalla cultural.
“La cuestión es que la derecha piensa que en algún momento la perdió. La cultura ha sido siempre un campo de batalla porque no hay cultura sin ideología. No obstante, si la carga ideológica es constante, machacona, la obra se resiente. Es lo que los ilustrados intentaron hacer en el XVIII con el teatro hasta que llegó El sí de las niñas y el público se divirtió. El goce que da la cultura es muy importante políticamente por lo que la derecha tiene razones de preocuparse por la carga ideológica de la cultura pero a su vez ellos mismo atizan para convertirlo en una batalla, incluso cuando no lo es. Lo que me llama la atención es que la derecha piense que tiene que ganar como si todavía no hubiera ganado ya que los relatos predominantes en la actualidad son los neoliberales”.
- ¿Cree entonces que la batalla la han ganado los neoliberales?
“Los relatos neoliberales han ganado la batalla pero a un nivel muy simple. La inmensa mayoría de las series son sobre crímenes individuales, con énfasis en los relatos de asesinatos y violaciones con un individuo que es un monstruo pero son escasas las películas, las series, que traten de crímenes colectivos, empresariales contra el medio ambiente, por ejemplo. En estas producciones prácticamente ha desaparecido del contexto la lucha de clases, es como si no existiera. En las series vemos gente con dinero, que vive en casas de ricos y cuyos hijos van a colegios muy pijos como pasa en Élite, y en la que los pobres se integran bastante bien con los ricos. Y es igual en los Estados Unidos: prácticamente ha desaparecido el concepto de clase”.
– ¿Percibe el mismo panorama en la literatura?
“En la literatura española se produce ahora un énfasis renovado en las cuestiones colectivas que incluyen conflictos de clase. Se ha producido un cambio. David Becerra ha escrito sobre la novela de la no ideología, que fue predominante en los 90 en España, cuando todo iba bien, pero ahora habla del “retorno de lo político”.Yo prefiero hablar del retorno de lo social, de una mayor conciencia de problemas colectivos”.
- Si no me equivoco la primera entrevista que le hicieron fue, precisamente, para el Diario de Avisos.
“Hace ya muchos años y fue como especialista en Galdós”.
– ¿Y que significa Galdós para usted?
“He escrito mucho sobre Galdós, En Las Palmas de Gran Canaria di unas plenarias sobre el escritor, La dimensión social de las emociones en Galdós, y en estos momentos estoy preparando algo más sobre él. Es una vocación de vida. Mi tesis fue sobre él, también el primer libro que publiqué. Lo que me atrae lo dijo ya Cernuda en un poema muy amargo que escribió durante el exilio, Es lástima que fuera mi tierra, y en la que salva de la criba de la España que dejó a Cervantes y Galdós. Galdós fue siempre tolerante con el contrario y esa tolerancia está presente en toda su obra, obra en la que nos encontramos con personajes con ideas diferentes y a los que trata desde una perspectiva en la que no hay desprecio ni odio sino una cierta comprensión de la condición humana”.
– Javier Cercas y Mario Vargas Llosa han sido muy duros en sus comentarios sobre Galdós.
“ Mario Vargas Llosa dice que el problema de Galdós es el narrador y que el escritor tenía que haber hecho como Flaubert, un narrador que no es omnisciente pero con el debido respeto a Vargas Llosa me parece una visión muy limitada porque Galdós es otro escritor y como tal emplea otras técnicas narrativas. Que a él no le guste es legítimo pero no por esos motivos que aduce. También lo tachan de escritor provinciano pero esto dice mucho de quienes lo dicen”.
- ¿Y qué obras se atrevería a recomendar del escritor?
“Me gustan más las novelas y no tanto sus Episodios Nacionales como el teatro. Entre mis novelas favoritas: Fortunata y Jacinta y La de Bringas porque propone una situación muy interesante, la aparición de los grandes almacenes y cómo afecta a la población, entre otros, a la protagonista que no resulta muy simpática pero que tiene una capacidad muy grande de sobrevivir. Al final no resulta castigada, como sí pasa con otros personajes femeninos de la novela del XIX que acaban muriendo como Ana Karenina o se suicidan como Madame Bovary. La de Bringas es un personaje muy complejo e interesante”.
- Cambiemos de asunto, ¿en que momento cree que se encuentra el activismo en los Estados Unidos?
“En los momentos que vivimos, en Estados Unidos y también en otros contextos, el activismo cívico es un referente indispensable. No son los líderes quienes nos van a sacar de los problemas (aunque los buenos líderes son importantes) sino “nosotros”, la gente actuando con conciencia de colectividad. El feminismo afroamericano tiene una larga historia de lucha. El concepto de “ira” o indignación se está movilizando ahora de manera explícita tras la decisión de la Corte Suprema (Roe vs Wade). Lo contrario es lo que ha ocurrido en Colombia, un cambio liderado también por una activista afrocolombiana (Francia Márquez). El activismo ecologista también es una gran fuerza que está movilizando a muchos”.
- Usted vive y trabaja en los Estados Unidos, ¿se percibe un cambio en su gobierno tras perder Donald Trump las elecciones?
“No hay tantos cambios pero tampoco los ha habido desde que llegué en los 80. El país se ha encerrado bastante y está más polarizado política y culturalmente. Han habido grandes retrocesos en materia de Derechos Civiles y garantías políticas. Hay partes del país en la que no podría vivir. Illinois es un estado demócrata por la fuerza de Chicago y nosotros vivimos en una ciudad universitaria y allí no notas tanto las dificultades políticas porque hay gente de todas partes y son más liberales aunque en general sufren bastante ataques por la batalla cultural. La derecha quiere ganarla y sabe que en la Universidad la gente estudia y piensa y que no es fácil aborregarla. Biden es un demócrata muy moderado así que no estamos viviendo el cambio que muchos esperaban”.
- ¿Y cree que hay gente que puede hacer posible ese cambio?
“El cambio fue posible en los años 60 y vino de la resistencia civil, la fuerza de mucha gente que cree aún en un ideal democrático. Hay un activismo tremendo entre los jóvenes, a veces por causas conservadoras pero otras no como el movimiento feminista, que es muy fuerte, y es ahí donde tengo la esperanza, en la resistencia civil, la participación de las personas que están educadas para participar en democracia por mucho que hayan fuerzas que quieren lo contrario. De hecho los más conservadores dicen ahora que los Estados Unidos no son una democracia”.
- ¿Y qué percepción tienen los norteamericanos hacia España?
“Estados Unidos es un país muy grande y hay gente que no sale de su estado en la vida. Además, es muy caro viajar. Cuando empecé a enseñar, las personas con las que me relacionaba no tenían idea de lo que era España y si tenían, eran ideas estereotipadas. Los profesores sí que conocen pero no en profundidad. Aquí no se estudia Historia Universal, es una asignatura optativa. Llevo enseñando muchos años, ahora ocupo un cargo administrativo en una escuela de literatura y lingüística, y a los americanos les encanta aprender sobre España. Cuando les abres las puertas, el español es muy popular, no necesariamente por España sino por Hispanoamérica. En mi caso, intento romper la idea de que hay países más complicados que otros ya que la historia de cualquier país tiene sus luces y sombras pero es cuestión de estudiarlas y aprender sobre ellas y saber en que terreno estás. Mi Universidad se encuentra sobre un terreno nativoamericano y cada año se celebra un reconocimiento de esa tierra al leer los nombres de todas las tribus que se encontraban en Illinois. Es un reconocimiento simbólico que no les devolverá lo suyo ni su modo de vida pero es un acto que reconoce su pasado, un pasado muy duro y complejo. No siempre podemos estar orgullosos de lo que somos aunque la derecha repita con insistencia yo soy un patriota sin complejos, pero hay cosas de las que no hay que estar orgullosos y que invitan a reflexionar sobre ellas y aprender. Hay otras formas de ver la ciudadanía”.
-¿Por dónde irán sus próximos trabajos?
“Tengo en prensa una historia cultural de las literaturas en España y digo bien, literaturas y no literatura española porque hemos trabajado con las cuatro lenguas oficiales que existen hoy en España. Una colega y yo nos encargamos del castellano. Es una historia cultural que intenta ahondar en ciertos fenómenos como el nacimiento de la esfera pública, la construcción de la subjetividad y el deseo. Está escrito en inglés y espero que salga en noviembre. Trabajo también en un proyecto de la Asociación de Lenguas Modernas de América que tiene una serie de cómo enseñar a… Shakespeare, Cervantes y ahora Galdós. Son trabajos más pedagógicos ya que tienen la finalidad de acercar a un público joven la obra de estos escritores. Estas obras las compagino con un estudio sobre las emociones políticas en la vida pública en momentos de crisis como el Brexit, el movimiento secesionista en Cataluña, el proceso por la paz en Colombia, donde analizo qué emociones se movilizaron oficialmente y las que no porque a veces se moviliza la gente en nombre del amor, el amor a la patria y ciertos valores; y en otros por la indignación y la esperanza. Estudio qué emociones se invocan en determinados momentos y en favor y en contra de qué se movilizan. Este trabajo va un poco más lento”.
- ¿Qué emociones se movilizaron hace unos años en Cataluña?
“Uno de los aspectos de los que se acusó al movimiento independentista catalán fue el odio y el resentimiento y no digo que fuera así en ciertos casos pero viví en Barcelona dos años y lo que vi en las manifestaciones públicas era alegría y esperanza. Era una posibilidad y una apertura. Había independentistas y personas que querían un mejor trato por parte del Estado español. Mucha gente me decía que querían que respetasen su lengua y costumbres. Luego los periódicos de Madrid mostraban un panorama que era como dos realidades distintas. En todo movimiento de protesta hay gente que se mueve por la ira, ira que te puede llevar a un punto negativo pero otras veces los grandes cambios sociales han surgido precisamente por la indignación” .
EL PESO DEL EXILIO
uisa Elena Delgado señala que su entendimiento de la realidad nacional española viene muy marcado “no tanto por haber vivido en Barcelona, aunque también, sino por ser hija de emigrantes canarios, y nieta de exiliados republicanos de un Madrid que defendieron hasta que ya no se pudo”. La también escritora recuerda que su padre, isleño, tuvo tendencias conservadoras pero sus abuelos todo lo contrario en el campo de las ideas. No obstante, destaca, ambos tenían en común el destino de ser emigrantes, y por distintos motivos no sentirse como partes de un todo. Luego, comenta, “mi propio destino (nacida en Caracas, criada en Madrid y trabajando en Estados Unidos) me ha llevado a reflexionar sobre todos esos desplazamientos, encuentros y desencuentros”.
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