El caso Lèon Sodorski, una novela de Romain Slocombe
Francia comienza a contar su historia, sobre todo durante la II Guerra Mundial, con aires renovados. Es como si el paso del tiempo y la natural distancia que conlleva, obligara a que su mirada al pasado sea con otros ojos, casi como si se hubieran quitado las lentes que hasta ahora distorsionaban unos hechos que no han resultado tan heroicos como muchos, y sobre todo los franceses, pensaban.
Comienza en este sentido a brotar, es verdad que aún a cuenta gotas, toda una literatura que revisiona un tiempo feroz, sobre todo en un país que sufrió la humillación de ser ocupado tras una derrota que narró tan bien y con atinada pluma periodística Manuel Chaves Nogales en La agonía de Francia, un relato que no creo que entusiasme demasiado a los franceses precisamente porque cuenta los hechos que condujeron a su ejército a la derrota como se tenía que decir: sin paños calientes. Al margen de Nogales, es verdad que de un tiempo a esta parte han surgido sobre todo novelistas que han apostado por contar sus historias en un periodo tan triste para esa república europea que nos enseñó a cantar La Marsellesa y a exclamar en las barricadas libertad, igualdad y fraternidad, pero no termina por digerir el plato caliente del comportamiento que la mayoría de sus ciudadanos tomaron cuando Francia, como después de la guerra sería Alemania, resultó dividida en dos mitades. Por un lado la ocupada por el ejército alemán, con capital en París donde ondeó la bandera de la cruz gamada hasta agosto de 1944, año de la liberación de la capital francesas por las tropas aliadas.
Toda esta literatura y todo ese cine que puede rastrearse en películas tan notables como Lacombe Lucien, de Louis Malle, entre otras, y en la excelente Trilogía de la ocupación de Patrick Modiano, es una literatura a la que ahora se incorpora El caso Léon Sadorski, del escritor y guionista de cómics Romain Slocombe, una trilogía de la que ha aparecido en España de momento el primer volumen.
Protagonizada por Léon Sadorski, un inspector de la policía anticomunistas que se ha acostumbrado a vivir y convivir con los nazis, que ocupan parte de su país, hacía tiempo que no leía una historia en la que su personaje principal resultase tan antipático y odioso aunque quizá sean estos rasgos lo que lo hacen tan enojosamente humano y, que me perdonen los franceses, tan francés.
La acción se desarrolla en la primavera de 1942, y nos presenta a León como un despiadado cazador de judíos al que un mal día la Gestapo solicita sus servicios para que emprenda una misión “especial”, que lo llevará a Berlín, donde será torturado (y ya sabrán las presuntas razones si leen el libro) por la misma Gestapo en un juego de cajitas chinas donde lo que parece probable se convierte en improbable y viceversa. En esta larga carrera hacia adelante, Léon Sadorski descubre cosas inimaginables que si bien horadan su hasta ese momento plácido por rutinario mundo, mundo que afecta también a su aparentemente feliz matrimonio, servirá a Slocombe para ir mostrando las vergüenzas de una sociedad, la francesa, perfectamente instalada en un cinismo que les lleva a colaborar sin demasiados dolores de cabeza con el ejército de ocupación.
Todo en este libro (e imagino que en sus dos entregas restantes) resulta así inquietante, y no solo por la doblez de una ciudadanía que solo desea vivir en paz, sumida en una placidez burguesa que les hace mirar hacia otro lado mientras la vida siga más o menos su curso, sino también por los pensamientos que invaden el imaginario de un funcionario que se siente a disgusto cuando no le dejan que haga su trabajo. Un trabajo, el de perseguir judíos, que hace tan bien porque casi parece que nació para ello.
No es la primera vez en estos últimos años que los que perdieron la guerra se presentan en una obra literaria de ficción como los protagonistas de una historia que hace, ese fue al menos nuestro caso, que el libro tiemble en nuestras mano. Muchos recordarán la polémica que suscitó la publicación de Las benévolas, aquella voluminosa novela en la que Jonathan Littell narraba la vida de un oficial de las SS. Solo que si en este último caso la obra no aguantaba bien en su parte final, la violencia empapaba prácticamente todo este tramo hasta llegar a un Berlín rodeado por el ejército soviético, estos excesos apenas se observan en la obra de Slocombe porque lo que le interesa al autor es contarnos desde dentro la nueva moral que alimenta a su eficaz y corrupto policía, un tipo que no piensa que haga nada malo al detener a hombres, mujeres e incluso niños y niñas judíos porque así se lo han ordenado sus superiores.
No es una novela cómoda de leer, y no porque el escritor se complique con experimentos literarios sino porque su protagonista, Léon Sadorski, es un perfecto hijo de perra aunque él piense que los perfectos hijos de perra son los que persigue. Solo un problema con esta novela, y es la de esperar a la publicación (espero que pronta) del segundo y tercer volumen de una saga que ya ha hecho historia en las letras francesas. No todo en aquella Francia dividida fue resistencia sino también colaboración.
Saludos, aquí al lado, a la vuelta de la esquina, desde este lado del ordenador