Domingo Luis Hernández: “No existen muchos Borges; Borges se lo prohibía”
Este jueves, 24 de agosto, se cumple el 124 aniversario del nacimiento del escritor argentino Jorge Luis Borges. Aprovechando la cercanía de la fecha, conversamos con el profesor, escritor, poeta y ensayista tinerfeño Domingo Luis Hernández sobre Un otro Borges (Editorial Montesinos, 2023), trabajo en el que estudia la vida y la obra de un escritor universal cuya producción resiste el paso del tiempo.
- ¿Quién es el otro Borges?, ¿cuántos Borges existen?
“El título del libro, Un otro Borges, tiene enjundia como usted acaba de señalar. No es solo un juego, es una reivindicación frente a la crítica que solo prima una cosa de Borges, el carácter cosmopolita. ¿Hay otro Borges? Después del exhaustivo análisis ha de contestarse que no, que Borges es único. Borges es el ser que se comparte entre los libros (la gran biblioteca de libros ingleses en el que lo encerró su padre) y la vida, y la proyección vital que lo atoraba. No existen muchos Borges; Borges se lo prohibía. Existe un único Borges que se mueve con contundencia ética entre lo que ha aprendido y sabe (los libros) y lo que proyecta de sí (sus otros, la historia, la heroicidad de sus mayores, la heroicidad que añora para sí…) En este caso el libro surge como un conciso homenaje personal a Borges. De ahí el deslizamiento en él por su vida, que me parece una vida ejemplar. Y lo que señala es el ajuste de perspectivas que Borges señaló en su momento, el modo en el que Borges quiso que fuera leída su obra”.
- ¿Y cómo cree que quería que fuera leída su obra?
“ Detestaba las lecturas académicas y formalistas. Recuerdo un caso, un profesor que no cito y que accedió al escritor argentino para entrevistarlo. Las preguntas seguían la senda de esa retahíla funcional e inconsecuente. Entonces Borges respondió con una contundencia tajante en contra del señalado. “Aprenda a leer”, le dijo, y especificó: por lo general los hombres matan lo que aman y eso no nos define: los hombres de verdad morimos por lo que amamos. Este libro está consagrado al amor que hace morir a Borges. Aquí la parte nacionalista del Borges que se enfrenta contundentemente a Perón y que precisa construir la patria, el Borges que define el tango en su función nacional y no inmigrante, el Borges que siente el alarido romántico de su abuelo Francisco Isidro Borges Lafinur que se suicidó por honor y patria, la persecución en valentía y coraje del cuchillo (frente a la espada) de los compadritos que conoció en su estancia en Palermo. Y está la relación Borges-padre en formación (la biblioteca) y su disfunción sexual (represión, complejo de Edipo). También la condición del mortal frente a la muerte, cuando se le diagnosticó el cáncer que lo mató y decidió concluir en Ginebra, Suiza. Y se encuentra aquí la resolución del gran escritor. Por ejemplo, la construcción que da al cuentista que fue y logra con dos libros portentosos: Ficciones y El Aleph; o que se expande por cuentos maravillosos que se analizan en el libro como Hombre de la esquina rosada, El Sur, El inmortal, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, Emma Zunz, etc”.
- ¿Se puede separar al Borges escritor del Borges de todos los días?
“Esa es una de las grandes luchas de Borges frente a los que lo leían. Lo que Borges proclamaba (y de eso escribió, por ejemplo, Borges y yo) es que el autor es y está en la escritura, que el autor puede construir a otros, puede sumergirse en la alternativa pero que es el escritor preciso el que los construye en relación a sí mismo. Y eso da igual en las muestras policiacas, históricas o fantásticas de sus escritos. Por eso Borges, Jorge Luis Borges, aparece tantas veces en sus escritos como personaje. Y por eso atina a afirmarse a sí mismo, como personaje de la escritura en relación a la ejemplaridad del romanticismo, en un cuento ejemplar que se llama El Sur”.
- ¿Qué aporta de nuevo su trabajo sobre el escritor argentino?
“Yo creo que lo que aporta mi libro (al lado de Borges) es eso que la crítica al uso llama la lateralidad de Borges pero que yo creo (con él) que es la centralidad, su centralidad. Es eso que lo hizo construir ideológicamente un libro en el año 1933 (y que reedita con variantes fundamentales en el 54), Evaristo Carriego, sobre un poeta popular que tuvo como misión retratar al Buenos Aires que Borges amó y que perdurará y que salvará a lo largo de toda su vida, ese Buenos Aires en el que Borges siempre vivió y no en el moderno Buenos Aires; es el Borges que refuta con precisión el tango moderno marcado por la inmigración y su legado, por ejemplo, el lunfardo, y lo que él llama la sentimentalidad del tango moderno frente al tango-milonga aguerrido de los inicios; es el Borges que enuncia para sí y para su conciencia la responsabilidad del abuelo que se hizo matar por responsabilidad y que ondea en páginas de El Sur; el Borges que alarma el retrato de los compadritos de Buenos Aires a los que conoció y fue amigo de alguno de ellos y elevó a la categoría de héroes por su ley, el valor, la pelea a cuchillo que es fiesta, el coraje…; es el Borges que precisa asentar el principio de la fecundidad de los códigos y que hace que un parco compadrito se comprometa con la pelea cuando el garante de ese orden no quiere luchar (Hombre de la esquina rosada); es el Borges que se compromete consigo mismo y estampa una de las historias más conmovedoras sobre la disfunción sexual en este mundo (Emma Zunz). Es el Borges al que no solo atora la lectura sino que lo atora el vivir y vivir del modo en el que su padre no lo dejó vivir. Y ese Borges se expande en toda su obra. No solo en la obra nacionalista de los años 30-50. Por eso Borges remata un libro esencial suyo, La cifra, del año 1981, con 82 años de edad, tres antes de morir, con un poema excepcional sobre un compadrito que se llama Milonga de Juan Muraña.”
- ¿Qué mitos encuentra en su literatura?
“Yo creo que el gran mito que se encuentra en la literatura de Borges es al gran Jorge Luis Borges que vive y que escribe, al Borges que por vivir está condenado a la muerte y al Borges que por escribir acaso obtenga algún futuro, alguna permanencia, incluso la permanencia de la eternidad. Y después de esto Borges alcanza todos los mitos de la literatura que lo conmocionaron. Uno en especial: el deseo de perfección, el deseo de ajustar su escritura hasta la más absoluta perfección. Eso que consiguió después de vencer la disfunción entre su inglés (que era el idioma de la literatura) y el español que hablaba y que por responsabilidad con los suyos se convirtió en el idioma de su escritura. Cuando eso ocurrió Borges se convirtió en el mejor escritor (que no autor) de la literatura en lengua española. Y atoran en él las instancias del juego, del juego literario; la disfunción y complementariedad entre la ficción y la realidad. Y luego la temática extensa de su obra: la invención, la fantasía, la responsabilidad personal y nacional, el amor, la pasión, la muerte, el tiempo… Y una cuestión fundamental: la pericia constructiva de Borges, el modo en que apaña la verosimilitud en su obra de manera excepcional, desde la secta que crea un planeta en Tlön a la del inmortal que recorre el tiempo en busca de su destino de mortal o la del compadrito que se lanza a aprender el oficio del ser hasta la muerte (El muerto) o el del policía que prejuzga resolver el dilema del mundo y lo que encuentra es que ha sido conducido por el malvado hasta el rincón de su muerte. En eso Borges no es solo sustancial, es perfecto, uno de los cuentistas más perfectos de la historia de la literatura mundial. Y como escritor, el gran maestro, el gran maestro de la escritura del idioma”.
- ¿Cómo fue la relación del escritor con Argentina y con la muerte?
“La relación de Borges con Argentina fue fructífera, extremadamente fructífera y responsable. En Borges pesaba una cuestión (frente al inmigrante Roberto Arlt): la patria era una propiedad. Además, Borges era historia por sus mayores: su bisabuelo y sus abuelos fueron los que crearon las fronteras de la patria. Y él nunca contradijo (como su padre que se negó a ser militar) la iniciativa de sus ancestros; al contrario, la apreció y la guardó para sí. Y por eso fue resolutivo. Eso da el extraordinario cuento El Sur. Lo que plantea Borges ahí es que el protagonista Juan Dahlmann es Jorge Luis Borges, que lo que le ocurre al protagonista Juan Dahlmann le ocurrió a Borges. Y en todos los extremos, incluso los ficcionales, así es. Lo que plantea Borges ahí es que ese es un tranco de su biografía novelable, y lo es por ejemplo, en tanto solo lo ejemplar se compromete con la escritura. ¿Qué? Un individuo que vive al amparo de sentirse argentino a raíz de un incidente (real), un golpe en la cabeza que le produce la septicemia, la voluntad lo visita y lo empuja al ser. Ese es el final del cuento. Dahlmann/Borges viaja hacia su casa del Sur. Para antes de la estación acreditada y se interna en una taberna de la llanura. Unos jóvenes gauchos lo retan. Él oculto tras las hojas de Las mil y una noches. Tras las reiteraciones decide salir y el bodeguero lo reconoce, dice su nombre. Imposible huir de la voluntad. Toma el cuchillo que el viejo personaje (su heroico abuelo muerto) le tira por el suelo y enfermo se dispone a luchar en la noche con los jóvenes como un argentino. Esa condición Borges la guardó para sí durante toda su existencia”.
- ¿Y su relación con la muerte?
“Sobre la muerte hemos de decir que lo que Borges hace es aupar hasta centro la cabalidad de su abuelo Francisco Isidro Borges Lafinur. Su abuelo no renunció al honor y a la responsabilidad por más que lo esperara una mujer que lo quería (la inglesa Fanny Haslam), sus hijos, una vida acomodada… Se debía a la patria, falló y habría de pagar. Así que enfrentó su pecho enfundado en su poncho blanco y sobre su caballo blanco se enfrentó a los enemigos que lo mataron. Y esa es la disposición de Borges ante la muerte, el cáncer que lo consumía a su alcance. En primer lugar, se despidió de Buenos Aires. La muerte se sufre en soledad. En Ginebra padeció el final solo (la compañía de María Kodama es solo condicional), con mansedumbre, sin queja, en responsabilidad consigo mismo, en honor. Iba a morir, a desaparecer del todo de este mundo. Luego de ese acto solo quedarían las hojas que escribió, nada más. Y eso es lo que habría de acordar, lo que cuenta su lápida: los siete guerreros nórdicos que la rematan. Una vida singular de compromiso y una muerte igual de rigurosa”.
- ¿Y su singular relación con el padre?
“La relación de Borges con su padre es singular. Primero cabe la relación de afecto y de cariño que como hijo lo distinguió. Pero los padres pesan y eso lo supo Borges. Por ejemplo, el padre decidió por él: no ser militar, no ser abogado, no ser físico, no ser profesor de inglés… se escritor. Y por eso lo encerró en la basta biblioteca de libros ingleses. Eso no solo forma a Borges (y hasta el extremo) sino que recluye a Borges. Y desde entonces la figura que explica con detención en El Sur por Las mil y una noches: ¿la extrema belleza de la literatura frente al vivir? Esa es la pregunta que encarna el encierro de Borges en la biblioteca de su padre. Y que lo hizo proyectarse fuera de sí. Por ejemplo, hacia la ejemplaridad de su abuelo Borges Lafinur o hacia los compadritos y su coraje.
Concuerda otra cosa, además, de Borges con su padre: su padre quiso ser escritor y parcamente lo fue. Borges habla de sonetos muy buenos que no se encuentran. Y habla de una novela que publicó su padre en Mallorca: El caudillo. Su padre le pidió amparo a Borges para que lo ayudara a convertirla en una novela meritoria. Borges no lo ayudó. Y una última cosa: el padre fue el causante de la represión sexual, de la inestabilidad sexual del hijo. Se cuenta una historia para el caso. Vivían en Ginebra cuando Borges cumplió 18 años. Su padre se enteró de que su hijo no había tenido trato alguno con mujer. Y como macho argentino que era se dispuso a poner remedio. Eligió a la mujer (su amante, se dijo) y concertó la cita. La experiencia para Borges se convirtió en uno de los traumas más ingentes de su vida. No hubo encuentro, no hubo experiencia; Borges se negó o no pudo penetrar a la mujer. Y eso (cuentan los expertos) se convirtió en el núcleo de la disfunción sexual de Borges”.
- ¿Y con la madre?
“Una de las cosas que se cuentan de Borges, y es cosa que se estudia, yo lo analizo parcamente, es el complejo de Edipo. Se sustancia. La madre para Borges era un todo. Desde muy pronto se compartieron. Por ejemplo, lecturas o una de las labores que los unió a lo largo del tiempo: traducir juntos todas las noches del inglés. Su madre se convirtió en compañera, secretaria, promotora, lectora, crítica… Siempre viajó junto con ella. Y su madre (aparte de los cuidados específicos para con el hijo, por ejemplo, sus relaciones con las chicas) se trocó en su sostén. Cuando su madre murió, Borges pronunció una conferencia sobre ella en Montevideo. Ahí la definió: la bondad, la paciencia, la capacidad para escuchar, la argentinidad, no tener enemigos, haberle siempre perdonado. Por eso para Borges su madre siempre en presencia. Por ejemplo, una cosa que le extraño a los visitantes a su casa: la habitación de su madre, en la que debió montar su estudio después de muerta, siempre permaneció exactamente igual a como ella la tenía mientras vivió”.
- Se habla mucho del Borges autor de cuentos pero ¿qué opina usted del Borges poeta?
“En algunos casos Borges me parece un poeta excepcional. Primero por lo que experimentó y después por lo que proyectó. Por ejemplo, sus absolutas ensoñaciones, como el Buenos Aires que feneció y el conservó, los reductos de la historia, los antepasados, los seres queridos, los autores y libros que amó. Borges dijo que era un poeta del pensamiento. No tanto; también de la concisión cuando eligió el barroco (Quevedo) para expandirse o cuando eligió los tankas o el soneto. Lo sustancial al respecto es constatar: un libro excepcional, uno de los mejores libros del idioma, El hacedor. Y el libro que cierra sus delirios poéticos y se convierte en su testamento férreo sobre la poesía: La cifra. Y hemos de citar que Borges asimismo discutió sobre la esencia misma de la poesía; dio clases al respecto en Harvard en inglés, durante el curso 1967-1968. Allí habló, entre otras cosas, del enigma de la poesía, de la metáfora, de la música de las palabras y de la traducción. Borges tenía muy claro y en alta estima a que se dedicaba y por eso se dedicó del modo en que se dedicó”.
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