Un escritor al margen
La biografía de Giuseppe Lo Presti tiene peso de novela y también tremendamente cinematográficos. Nacido en Sicilia pero formado en Turín, Lo Presti fue un delincuente juvenil que terminó formando parte de varias organizaciones de ultra derecha italianas que lo vincularon a actos terrorista y que pasará más de diez años en la cárcel donde se hace cargo de la biblioteca e invierte los que le queda de condena en leer y leer libros.
Es ahí, entre rejas, cuando se despierta en él la vocación de escribir. Y escribe El cazador recubierto de cascabeles, novela que publican los suyos para convertirse en un título de culto en esos círculos extremistas hasta que es descubierto por el escritor italiano Aldo Busi, quien convence a la editorial Mondadori que la edite. La fama dura poco, Lo Presti, enfermo, vuelve a robar para pagarse los gastos médicos de su pareja y suyo propios, siendo detenido por la policía. Así que de vuelta a prisión. Y parte de esa rabia de estar encerrado se transmite en su libro mayor, dice Busi, El cazador recubierto de cascabeles, que puede ser leído como una confesión no de su trayectoria como agente del terror, de hombre que contribuyó a los tristemente célebres años del plomo, sino al relato de un hombre que justifica sus acciones (quedan desdibujadas en la historia) por su entrega a la causa no de la derecha ultra, reaccionaria y casposa. La que suscita violencia para generar miedo, sino a la del amor. Escrito así casi suena a ironía, pero no lo es si uno se entrega a esta novela sin prejuicios ideológicos pese a que la biografía del autor resulte, se insiste, mucho más interesante que lo que dejó registrado literariamente.
Uno intenta hacer comparaciones entre lo que escribe Lo Presti con lo que escribieron otros autores de su mismo signo ideológico y encuentro un eco, pero muy débil, escasamente revelador por esa misma debilidad, con la obra del escritor francés Pierre Drieu de La Rochelle, autor de una obra maestra, El fuego fatuo, que fue llevada al cine por Louis Mallé; y Céline. En este último caso porque la novela de Giuseppe Lo Presti mantiene un aparente desorden similar al que caracterizó la literatura del autor de Viaje al fin de la noche. Un aparente caos narrativo en el caso Lo Presti que está escrito además con un lenguaje sencillo, libre de sintaxis complejas y en primera persona que revela a un protagonista que duda de todo el mundo menos de sí mismo; y de una compañera imaginaria con la que comparte la soledad de un encierro que no es una cárcel pero sí un centro psiquiátrico aunque esto último no lo deja muy claro.
En este centro y por mediación de su madre, con la que mantiene una relación desconcertante, habla con un médico que debe ser psiquiatra, y el resultado de esa conversación da para que Lo Presti le dedique más de la mitad de las páginas en una novela, El cazador recubierto de cascabeles (el título es clarificador), que no da otras pistas. No se trata de dejar puertas abiertas, que también, sino de indicar que el protagonista de esta confesión, de esa sucesión de recuerdos que deforma con reflexiones sobre el amor, la vida y la muerte, también el ser humano, descubra finalmente cuál es su verdadero misión en el mundo.
Escrita con treinta y tantos años, El cazador recubierto de cascabeles no revela una manera de pensar, oscura y trágica, perversa y violenta, sino una manera de ir por la vida, aunque esta manera y lo esconde el escritor, resulte tan triste. Tan dramática. Tan solitaria cuando uno percibe que los pensamientos que va diseminando a lo largo del libro se tambalean por dispersos.
Según la red, el escritor italiano dejó antes de morir en los años 90 del pasado siglo, otras novelas que no creo que hayan sido traducidas al español. El único libro que se puede leer en nuestra lengua es El cazador recubierto de cascabeles en una edición que publicó Mondadori en 1994 y con traducción de Pilar González Rodríguez, cuyo trabajo, por cierto, es impecable como implacable quiere ser a veces la novela de Lo Presti, que se pasa la mitad del tiempo afirmando que él solo ama a la humanidad, y que ese amor por la humanidad es lo que lo lleva a veces a propiciar el desorden.
No termino de asumirlo, aunque la novela cuenta con momentos de una plasticidad que desarma. También de reflexiones que podrían haber perturbado hace unos treinta años pero no a estas alturas del siglo XXI, que por si algo se ha caracterizado en por normalizar conductas que antaño no merecían ninguna clase de respeto.
El cazador recubierto de cascabeles no va a engendrar futuros militantes de la extrema derecha, pero sí que debería ser un libro que tendrían que leer los que forman parte de estas organizaciones que defienden discursos tan grises. La invitación a refugiarse en sus páginas la hago extensiva a los que forman parte del mosaico de la extrema izquierda pero sobre todo recomendaría que la leyeran aquel lector que ha superado los extremismos. Al margen de cualquier asomo “fascista” que asome en las páginas del libro, el resto es solo pensamiento individualista, la fatiga de un hombre convencido que van a por él.
LO MEJOR: Algunas de las reflexiones que deja dispersas por el libro
LO PEOR: Que no termine de encontrar un término medio entre la ficción, lo puramente imaginativo, con la realidad
Saludos, se dijo, desde este lado del ordenador