Horacio Castellanos Moya: “Son malos tiempos para el periodismo porque son malos tiempos para la democracia”
Horacio Castellanos Moya nace en Tegucigalpa, Honduras, en noviembre de 1957 pero la familia se traslada pronto a El Salvador, país en el que permanece hasta iniciar sus estudios universitarios que no termina porque viaja al extranjero. Periodista en su juventud y escritor en su madurez, Horacio Castellanos es autor de una obra en la que se mezcla la poesía con la prosa, y un ciclo de novelas que protagoniza la familia Aragón en la que toma el pulso de los personajes y también del territorio que ocupan. Castellanos Moya es uno de los invitados del V Festival Hispanoamericano de Escritores, que acoge Los Llanos de Aridane del 25 al 30 de septiembre.
-Su nomadismo es ¿voluntario o involuntario?, ¿cómo cree que ha afectado a su literatura y en su manera de ver la vida?
“Me parece que los años de la adolescencia y juventud son muy importantes en la formación de un escritor. Pero nadie escoge las propias condiciones en que se nace y se crece, así como nadie escoge la composición de sus genes. Somos hijos de nuestras circunstancias. Yo he llevado una vida errante no porque lo decidiera, sino porque así me tocó, como a otros les toca la vida sedentaria; de igual forma que soy bajo de estatura y otros son altos, aunque nada tenga que ver nuestra voluntad con ello. El ser humano tiene la superstición de que escoge muchas cosas que determinan su vida, pero yo tengo la impresión contraria: escogemos muy poco y la mayor parte de la vida nos sucede. En cualquier caso, para un escritor, todo lo que le sucede, lo que ve, lo que escucha, lo que siente, lo que sueña, es materia que enriquece su visión de mundo y que nutre su literatura”.
-Lo preguntaba porque la primera novela que publica se titula, precisamente, La diáspora.
“En efecto, escribí La diáspora cuando estaba a medio camino en mi primer exilio mexicano, que duró 10 años (1981-1991), el mismo tiempo que duró la guerra civil en El Salvador. Pero ya antes, el título de mi segundo libro de cuentos, Perfil de prófugo (1987), sugería una forma de estar en el mundo, siempre tratando de escapar, infeliz con el presente y en busca del futuro. Una forma un poco malsana de estar en el planeta, para serle sincero. Pero, a otro nivel, se trata de un fenómeno colectivo y expresa una situación histórica: las migraciones causadas por la violencia y el hambre, por el hecho de pertenecer países convulsionados”.
-Es además de escritor, periodista. ¿Han influido en su estilo sus experiencias como periodista?
“Fui periodista. Hace exactamente 19 años que no ejerzo. Y en mi caso el periodismo no influyó en mi estilo. El periodismo se mueve en la actualidad, tiene mucha prisa, le interesa decir verdades de forma directa con patrones establecidos de lenguaje. La literatura es un arte cuya materia prima es el lenguaje; funciona a partir de otros criterios. El periodismo le puede dar experiencia vital al escritor, ampliar su perspectiva, pero también puede ser nocivo para su estilo precisamente porque el trabajo con el lenguaje es radicalmente distinto. Hice periodismo con una parte del cerebro; escribo literatura con otra. El periodismo significa prisas en la computadora; la ficción la escribo a mano, con lápiz, en libretas que no aceptan ninguna urgencia. Nunca pude ejercer los dos oficios al mismo tiempo”.
-¿Son malos tiempos para el periodismo?, ¿cómo vive esta crisis, a la que se suman secuestros de ediciones y persecuciones a profesionales en algunos países de Centroamérica?
“Así es. Son malos tiempos para el periodismo porque son malos tiempos para la democracia. Y lo preocupante es que cada vez hay más gente, en varios países latinoamericanos, a la que no le interesa la democracia, pues la asocian con violencia, corrupción política y pobreza. La desesperación despierta impulsos autodestructivos en los pueblos. En el horizonte sólo se ven más nubarrones”.
-Creo que su segunda novela es El asco. Thomas Bernhard en El Salvador. La pregunta es ¿Thomas Bernhard en El Salvador?, ¿qué quiso contar en esta obra?
“Mi segunda novela es Baile con serpientes (1996). Un año después fue publicado El asco. ¿Qué quise contar? Pues en esencia lo que está en el libro: la historia de un tipo que regresa a su país luego de dos décadas de ausencia y a quien todo lo que mira y escucha le repugna, un neurasténico parecido a los personajes de Thomas Bernhard que vomita su mala leche sobre lo que le rodea. La comencé a escribir con espíritu lúdico como un ejercicio de imitación de la prosa de Bernhard, una prosa parecida a la víbora cascabel, en su sonido tronante y en su mordedura venenosa. No supuse que se convertiría en un libro ni que tendría las consecuencias que tuvo”.
-En 2003 inicia con Dónde no estén ustedes la saga de la Familia Aragón, cuyo libro más reciente es El hombre amansado, el séptimo de la serie. ¿Qué pretende con este proyecto y qué razón lo empujó a articularlo en forma de saga?
“Las novelas sobre la familia Aragón han ido saliendo muy caprichosamente, en la medida en que los personajes me hablan, es decir, en que se me convierten en obsesión creativa. Es evidente que a través de ellas se ven reflejados periodos claves de la historia salvadoreña, pero nunca escribo con el propósito de ilustrar la historia. La historia me sirve como telón de fondo y siempre la uso a mi antojo, o más bien, de acuerdo con las necesidades de la trama. Quizá esas novelas expresan un deseo de inventar la familia que no tuve”.
-¿Se tratan de novelas independientes o hay que leerlas en orden cronológico?
“Son novelas independientes. Fueron surgiendo sin plan de continuidad. Así han sido concebidas. Tienen vasos comunicantes, claro está: la zona geográfica y los lazos familiares. Pero no hay un orden cronológico y cada historia es cerrada en sí misma. Prefiero pensarlas como un grupo de novelas autónomas más que como una zaga”.
-¿Qué ha aprendido escribiendo sobre esta familia acerca de la realidad centroamericana?
“La realidad es una generalidad. La literatura tiene que ver con particularidades. Podría decirle que la realidad centroamericana es muy compleja (aunque la realidad de cualquier país o zona geográfica sea compleja). Podría hablar de pobreza, violencia, atraso, militarismo, corrupción, autoritarismo, conceptos que ayudan a abordar esa maraña, a tratar de desenredarla, desde las ciencias sociales o la economía. Pero la literatura trabaja con la particularidad humana, el detalle, los claroscuros, lo invisible (los pensamientos y las emociones), la incertidumbre. Y ahí está su magia”.
-¿Qué temas piensa que son recurrentes en su literatura?
“Algunos críticos hablan de la violencia, otros del uso de la oralidad, aquél de la ruptura de la familia, éste del uso de la historia centroamericana. Pero quizá lo que a mí más me interesa son los estados mentales, los estados emocionales; hurgar en la infelicidad del ser humano, en su insatisfacción permanente, en sus fuerzas de autodestrucción. Quiero decir que me interesa el ser humano a merced de fuerzas que no controla, que lo determinan, que lo jalonean, lo cimbran y lo ponen de rodillas, tanto fuerzas externas relacionadas con el acontecer histórico y como fuerzas internas procedentes de su psiquis y de su corazón”.
-¿Reconoce influencia de otros escritores/as?
“Claro. No hay escritor sin influencias. Pero las influencias no siempre son un pilar de mármol fijo, un pedazo de pared inamovible. Las influencias también son cambiantes y en cada etapa de la vida encontramos otros libros que nos solazan. Uno de mis grandes placeres es volver a aquellos libros que algún momento creí que me habían influenciado y descubrir que lo siguen haciendo; y una de mis tristezas es descubrir que ya no me dicen nada”.
-Escribe novela y cuento, ¿qué dificultades implica para usted cultivar uno y otro género?
“Compárelos con una competencia atlética: el cuento es una carrera de 100 o 200 metros libres, un puro sprint sin posibilidad alguna de especular con su energía; la novela es un maratón en el que precisamente necesita administrar sus energías”.
-¿La sombra de Roque Dalton sigue siendo alargada en las letras salvadoreñas?
“Eso es. Aunque cada generación lo recibirá de distinta manera, acorde a los tiempos que le toca vivir. Ahora bien, la mejor poesía de Dalton, aquella irreverente y sarcástica, en la que hace gala de su virtuosismo con el lenguaje, rica en imágenes, subversiva y desmitificadora, sigue muy viva. La otra parte de la sombra de Dalton es su muerte grotesca: el más importante poeta nacional asesinado por sus propios compañeros de lucha bajo el cargo de traición. Para ilustrarlo mejor: a José Martí, a Federico García Lorca, a Rodolfo Walsh o a Víctor Jara, los mataron sus enemigos; pero a Dalton lo asesinaron sus propios camaradas. Es una sombra de la que no sale uno fácilmente”.
-¿Qué otros escritores salvadoreños nos recomendaría?
“El novelista más prominente de la generación de Dalton es Manlio Argueta (1935). En la hornada a la que pertenezco están Jacinta Escudos, Miguel Huezo Mixco, Roger Lindo, y Rafael Menjívar Ochoa (1959-2011), muerto prematuramente, pero que dejó una obra significativa, en especial unos estupendos libros policiacos. En la generación siguiente destacan Claudia Hernández, Jorge Galán y Mauricio Orellana. Por supuesto, hay muchos autores jóvenes que desconozco o a los que no he leído. Quien envejece tiene una mirada sospechosa hacia la novedad”.
-¿Qué elementos son más constantes en su producción literaria?, ¿cuáles son sus preocupaciones como autor a la hora de enfrentarse a su obra?
“Mi principal preocupación es escribir lo mejor posible, llegar hasta a mis límites en la obra en la que estoy trabajando. Sacar lo que tengo que sacar con el único lenguaje posible. Y llevar ese lenguaje a sus últimas posibilidades. Tener la certeza de que hasta donde he llegado es hasta donde puedo llegar, que no hay perfección, sino la satisfacción de la obra realizada”.
-¿Se considera un escritor con o sin raíces?
“Algunas me quedarán por ahí. No hay manera de desprenderse de la memoria y es ahí donde están hundidas las raíces, no importa donde uno se encuentre, las lleva consigo. Pero la verdad es que no me atrae la idea de ser planta o árbol. Preferiría ser pájaro, para ver todo con distancia y dejarme llevar por el viento”.
Saludos, noche, desde este lado del ordenador