En la fragua del viento, una novela de Manuel Vílchez López
Leo con interés En la fragua del viento (Aguere/Idea, 2023) aunque a medida que devoro las páginas me entra el efecto de la cámara lenta que es algo así como que el empuje inicial va perdiendo fuerza a medida que se avanza en una novela que, a mi juicio, le sobra un puñado de páginas. Con todo, se trata de un título diferente a lo que habitualmente se encuentra uno en las literaturas que se escriben a este lado del océano.
Además de voluntad de entretener, su autor, Manuel Vílchez López, concibe un curioso universo en el que convoca con mesura elementos fantásticos. A mi me sugiere de hecho la primera parte, la que se desarrolla durante un verano de 1990 en el Médano (Tenerife), al primer Stephen King, aquel que parecía que solo sabía escribir sobre adolescentes que miran con cierto recelo el futuro nada prometedor que les espera. Como escribió Calderón, ¿qué es la vida? ¿Una sombra? ¿Una ficción?
En la fragua del viento se lee bastante bien, está escrita con oficio y evita piruetas estilísticas pero su lastre, el peso que arrastra, es su desmedido grosor, sobrepasa las 450 páginas. Una pena, porque más meditada, acortando capítulos y puliendo otros, uno piensa que la obra resultante hubiera sido otra porque no es fácil mantener la atención del lector ante un relato tan largo ya que hay que saber diseminar claves que atrapen el interés con el fin de que no atrape el aburrimiento a quien lo lee.
Es una tarea difícil, muy compleja, que exige mucha atención sobre lo que se escribe y, sobre todo, mucha fuerza para plantar cara a la siempre tentadora improvisación y a esos personajes que nacieron como secundarios y que por los milagros de la creación adoptan más y más protagonismo a medida que se escribe. Es como si adquirieran vida propia. Esa sensación me asalta con La fragua del viento, que se trata de un libro con ambiciones y ante el cual hay que quitarse simbólicamente el sombrero porque sabe sobre todo recrear atmósferas y que quien las lea las imagine dentro de su cabeza.
Esta capacidad de dar lustre a los escenarios es donde Manuel Vílchez López se crece como escritor porque lo que consigue no lo consiguen demasiados escritores con independencia de su sexo. Tiene garra y sus descripciones de ambientes son realmente eficaces, lo que traslada a la galería de personajes que aparecen y desaparecen en esta obra que con sus picos y bajadas me deja un extraño sabor de boca. Provocado, probablemente, porque tengo la sensación de que el escritor no terminó de controlar demasiado la historia que tenía entre las manos y que lo que comenzó más o menos con un plan terminó por otros derroteros.
Pero con todo, En la fragua del viento me resulta interesante y la leo con la misma sed que otras novelas que se publican con iguales o mayores ambiciones literarias. La parte que transcurre en aquel verano de 1990 en el Médano, con visita a una casa misteriosa que sirve de lugar de encuentro de una extraña hermandad, reúne una potencia sobresaliente y pone de manifiesto que estamos ante un escritor atento, que disfruta con las escenas y los escenarios y que a veces, solo a veces, consigue que me haga cómplice de lo que narra mientras despierta preguntas del tipo ¿qué es lo que está pasando?
Tiene algo de It este libro que viene a contarnos, como nos cuentan muchos libros, una historia de iniciación, de aprendizaje, de ir hacia adelante aunque los elementos se manifiesten en nuestra contra.
Para escribir este relato de misterio con trasfondo gótico por el que asoman la cabeza inquietantes rasgos fantásticos, Vílchez López recurre y da dinamismo a los diálogos pero sobre todo a la descripción de ambientes que, como se dijo con anterioridad, están muy bien representados en esta novela. Se aprecia que detrás hay un escritor que sabe cómo contar historias aunque la historia parezca que lo devora en ocasiones. Pero ahí está el riesgo de la literatura, sobre todo cuando se aprecia que el primero que se divirtió con ella fue el escritor cuando acometió la tarea de escribirla. Con todos los giros que brotan a medida que se avanza en su lectura.
Así que si en un principio parece que la novela va por un lado no es raro que termine yendo por otro. Se destaca además el uso que hace de la poesía el escritor para dar mayor densidad dramática a un libro de aventuras que se desarrolla en la isla de Tenerife y en el que se observa con una nostalgia razonable la adolescencia y juventud de su protagonista, Joaquín López, cuando veraneaba en el Médano, retrato en el que se aprecia el pensamiento inevitable de que cualquier tiempo pasado fue mejor precisamente porque entonces éramos jóvenes pero no sé si más felices.
LO MEJOR: La capacidad que tiene el autor de recrear atmósferas, todas ellas notablemente descritas y que ponen en situación al lector
LO PEOR: La sensación, provocada por el número de páginas que hacen posible el libro, que la historia se le va de las manos
Saludos, lean, carajo, desde este lado del oridenador