El deporte es perjudicial para la salud

deathrace2000to7.jpg En mi más tierna adolescencia había una serie de dibujos animados que seguía con devoción casi religiosa, se llamaba los Autos Locos y estaba producida por los hoy ya míticos Hanna & Barbera. En aquella serie estaban los buenos y también los malos, que encarnaba un villano fracasado que respondía en español al nombre de Pierre No Doy Una, acompañado siempre de su perro Pulgoso. ¿O quizá no era Pulgoso? Lo que tengo claro es que todavía recuerdo con una sonrisa la risilla perruna que exhalaba más que lanzaba cuando su patrón no dada ni una… A la sombra de esta serie se cocería años más tarde una de esas películas que permanecen imborrables en la memoria de todo cinéfilo curtido en los cines de barrio: La carrera de la muerte del año 2000, dirigida por Paul Bartel, un cineasta curioso y yo diría que hasta extraño en el Hollywood de todos los tiempos.

La cinta, como la serie de dibujos, está ambientada en una gran competición automovilística que recorre de costa a costa el mapa de los Estados Unidos, país sacudido por una grave crisis económica que respira gracias a esa carrera en la que no basta con llegar el primero a la meta sino también en puntuar a lo largo del recorrido atropellando a peatones. Los de la tercera edad son los que puntúan menos por fáciles, nos informa el locutor de la competición, mientras los adultos y los niños reparten puntos millonarios a los cafres del volante.

Producida por Roger Corman con dos euros y protagonizada por el hoy felizmente recuperado David Carradine como protagonista principal, la cinta cuenta también con su peculiar Pierre No Doy Una, un Sylvester Stallone que en aquellos tiempos (1975) no pensaba todavía ni en Rocky ni en Rambo.

Carradine es Frankestein, un siniestro conductor que lleva una granada pegada en una de sus manos. Nadie sabe muy bien por qué lleva esa dichosa granada pegada en una de sus manos aunque al final lo sabremos los entusiasmados espectadores que tuvimos la suerte de disfrutar de esta película cuando el cine todavía era cine.

Ignoro si la cinta de Bartel ha sido editada en dvd o si los piratas consumistas culturales la pueden bajar de Internet, pero es un título que recomiendo sobre todo a los aficionados al cine con imaginación. Es más que probable, de todas formas, que la película haya quedado muy envejecida por el paso del tiempo (el título del filme ya lo anuncia) pero tiene una mirada agradecida, sobre todo porque derrama toneladas de mala guasa y una visión cínica y me atrevería incluso a escribir descarnada del mundo que nos rodea. Entonces y ahora.

La película es en este sentido bastante actual, ya que se rodó en plena crisis de los años 70 cuando comenzó a escasear el petróleo, panorama que no se diferencia del actual, donde los sabios que no son sabios nos advierten de los malos tiempos que nos van a tocar vivir precisamente por lo mismo. Espero, de todas formas, que el futuro delirante que proponía esta película no se reproduzca en la realidad aunque quién sabe: a veces la vida imita al arte.   

Escribe una respuesta