En busca del ‘grial’ cinematográfico

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Todo aficionado al cine que se precie tiene su peculiar grial cinematográfico. O esa película que conoce sólo de oídas o por referencias y que por una u otra razón cuando está a punto de verla se le escapa. No la ve, se queda con un palmo en las narices. Pasa el dichoso tiempo y no hay manera de encontrar ese título, no lo estrenan. No se edita en dvd, y como es uno de esos trogloditas que desconoce las millones de posibilidades de la red, es incapaz de bajarla para satisfacer sus expectativas cinematográficas.

Hay un puñado de películas que considero grial en mi memoria cinéfila, pero entre todas ellas la copa dorada de mi imaginación la colma Matar o no matar: Éste es el problema (Theater of Blood, 1973), de Douglas Hickox (director de la más que estimable Amanecer zulú) y protagonizada por una leyenda del cine fantástico y de terror de todos los tiempos: Vincent Price.

Era muy pequeño cuando Matar o no matar llegó a las salas de un Santa Cruz de Tenerife setentero y poco bullanguero. Han cambiado mucho las cosas desde entonces, aunque la ciudad sigue  igual de tranquila y provinciana por mucho que se empeñen unos cuantos. Como era lo que se dice un renacuajo e iba con los dichosos pantalones cortos a todos sitios, los porteros de las salas de estreno no me dejaban ver ésta y otras películas porque eran rigurosamente para mayores de 18 años y yo en aquel tiempo tendría tres menos o algo así. Después de su estreno, la película circuló por varias salas de cine de barrio pero por una u otra razón no se dieron las circunstancias para que pudiera verla lo que fue alimentando mi obsesión, así que cual caballero de la mesa redonda (o retonta) del tres al cuarto, cuando me enteré que la reponían en el Cine Somosierra no me cansé de darle la lata a uno de mis hermanos mayores para que me acompañara a verla.

Y así, tras años de infatigable batallar contra los porteros que me negaron el paso al paraíso, en aquel inolvidable Cine Somosierra se me abrió las puertas del cielo y disfruté de un espectáculo grotesco orquestado a la mayor gloria del gran Vincet Price.

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Para muchos Price es el actor de Corman, para otros el delicioso Doctor Phibes pero para mi siempre será el torturado actor Edward Lionheart de Matar o no matar. No he vuelto a ver la película desde entonces, y es poco probable que la vuelva a ver tras leer críticas incendiarias sobre este título que ocupa tan alto lugar en mi panteón de filmes que me dejaron huella. O que me marcaron. Sí que recuerdo, sin embargo, fragmentos muy aislados, como el toque británico y 70 que destila la cinta y un excelente secundario, Robert Morley como uno de los críticos que condena a la perdición a la vieja gloria shakesperiana que protagoniza Price. Porque el meollo del asunto, lo que dispara la trama de esta película estrambótica y poco recordada es que Vicent Price en el filme, tras desaparecer misteriosamente en las aguas del Támesis cuando una serie de críticos pulveriza su carrera, renace de la tumba para irlos eliminando uno a uno según cómo Shakespeare asesina en sus obras más conocidas a sus héroes y villanos.

Admito que la película sea ramplona, poco creíble y todas esas cosas que escriben los críticos con y sin caspa, pero junto a otras naderías de mi más tierna adolescencia reitero que es uno de mis griales cinematográficos y que como tal lo reivindico. Esa es la principal razón por la que no quiero verla de nuevo. Soy consciente que la edad te hace más sabio pero también más idiota y que no tendré la cabeza para disfrutar con lo que antaño me quitó el aliento. Algún día, espero, hablaré casi de lo mismo con respecto (y mucho respeto) de  la serie Godzilla. La original japonesa, no al refrito norteamericano que se estrenó hace unos años.

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