El abuelo se nos pone otra vez nostálgico: ¡¡¡Qué viva el Vampus!!!

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Me apetece ponerme nostálgico. Debe ser cosa de la edad. Ahh, la edad. Si yo les hablara…

¿Qué edad tendría? No lo recuerdo bien, es probable que nueve o quizá diez tiernos añitos… El lugar si que permanece relativamente fresco en mi traicionera memoria: la rambla. La rambla que forma parte de mi vida como la de tantos santacruceros de toda la vida. Me refiero al tramo que va desde el kiosco La Paz hasta la hoy polémica plaza de Toros, que era un territorio donde podía moverme a mis anchas porque mientras mis padres se tomaban un café  yo podía caminar de arriba-abajo mirando los tebeos que colgaban en los carritos.

Eran tiempos, infantes míos, difíciles para un chaval con ganas de leer tebeos. Es verdad que estaban los de toda la vida, incluso los de Pumby que no me hacía puñetera gracia, pero yo aspiraba a otra cosa. Ya por aquellos tiempos me volvían loco las historias de espectros, mucho más que las de los súper héroes de la Marvel que editaba Vértice en aquellas odiosas (aunque hoy se han convertido de culto) ediciones en formato libro. Yo creo que por culpa de Vértice me hice más de los súper héroes de la DC gracias a los tebeos mejicanos de Novaro. Con Superman y su álter ego, Clark Kent, y su novia, Luisa Lane, y su amigo, el fotógrafo Jaime Olsen, y el director del diario El Planeta, Pedro White. Si los colorines eran de Batman, te partías de la risa con Bruno Díaz (¡Bruce Wayne!) y su discípulo Robín, que no era otro que Ricardo Tapia. No puedo olvidar al señor Alfredo su fiel mayordomo… Pero perdonad sobrinitos míos, porque me voy por la tangente…

Hablaba de mis paseos por la rambla, y de cómo contemplaba fascinado las portadas de los tebeos para adultos tipo Vampus, Rufus o Vampirella. El descubrimiento de Vampus fue para este que les escribe un punto y aparte. De hecho, todavía no sé como logré reunir las 40 pesetas que costaba el ejemplar para con manos temblorosas intentar que el kiosquero me lo vendiera. Y digo lo de intentar porque, generalmente, el kiosquero no aceptaba mi dinero porque ¡¡¡era menor de edad!!!

¡¡¡Eso sí que eran otros tiempos!!! Y ahora que lo pienso, parece lógico que saliera tanto tarado entre los compañeros de generación. Era frustrante iniciarte en cualquier cosa: las películas que te gustarían ver eran para mayores de 18 años, los tebeos que querías leer eran para adultos… En casa te mandaban a la cama justo cuando ponían las series que te gustaban… Uno tenía que hacer auténticos malabarismos para ver una película (¡ah mis añorados cines de barrio!), comprar un tebeo (se los pedías casi de rodillas a tu hermano mayor) o ver una serie por la tele, escondiéndote debajo del sofá, por ejemplo, aunque al final cayeras rendido por el sueño y te descubriera la familia por tus ronquidos en plan sensurround.

Pero no sé cómo, sobrinos (es cosa del alzheimer, de verdad), pude hacerme con un Vampus, que no era otra cosa que la versión en español de Creepy de la Warren. Y ví la estrellas.  Más tarde me hice con otras publicaciones de la misma editorial (Garbo), como el Rufus y Vampirella. También con algún Dossier Negro, pero ninguna me llenó tanto como la mítica Vampus.

Las historias se salían, sencillamente. Y ahí descubrí a maestros como John Severin, Joe Orlando, Richard Corben, José Ortiz, Esteban Maroto, Beá, Russ Heath, Álex Niño, ilustrando pesadillas que la mayor parte de las veces las firmaba el gran Archie Goodwin.

Mucho tiempo después, siendo ya un adolescente hecho y derecho, conseguí hacerme con otros números del Vampus en tiendas de viejo, hermanos de amigos a los que ya no les interesaban aquellas revistas y rastros por donde caía siempre buscando. Siempre buscando con la paciencia del mismísimo santo Job.

Hasta que me hice con  todos los números. Y saben una cosa, ahora que estoy viejo y achacoso no me canso de releer las mismas historietas cuando me encuentro en una de mis habituales bajonas. Y si bien la dichosa edad ya no hace que me sumerja en cada una de sus historias con la pasión con las que me sumergía cuando era un chiquillo, todavía me parecen la mayor parte de ellas sobresalientes aventuras terroríficas…

En fin, queridos míos, no hagan caso de lo que diga el viejo, pero diablos que los del Vampus me enseñaron por lo menos el camino que debía tomar a la hora de iniciarme en los tenebrosos mundos de la fantasía.

Y se acabó, leñe. Otro día rindo pleitesía al maestro Luis Vigil y sus artículos sobre cine que incluía en la revista objeto de mi devoción.

Un artículo nostálgico más de vuestro querido tío… Vampus.   

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