Y me dio por recordar a Carlos Puebla, lo que demuestra que cualquier tiempo pasado no tuvo que ser mejor… ni peor

No creo que hoy se acuerde mucha gente de Carlos Puebla y Los Tradicionales (Santiago Martínez, Pedro Sosa y Rafael Lorenzo) pero lo crean o no estuvieron muy moda en este país llamado España en los años 80, aquel tiempo en el que unos y otros pensábamos que íbamos a ser un poquito más felices. Carlos Puebla se hizo famoso en la España de la Transición cantando las glorias de la revolución cubana. Una de sus canciones más famosas, Hasta siempre, comandante, me viene como anillo al dedo porque con el estreno de Che, el argentino, es probable que a más de uno le haya venido retazos de su letra mientras contemplaba en pantalla grande las hazañas del autor de La guerra de guerrillas y Pasajes de la guerra revolucionaria. Francamente, y dicho de paso, terminé por odiar esta canción en una visita a Cuba. Era la canción que pedían a todas horas los turistas “revolucionarios”, que son todos aquellos hombres y mujeres de izquierdas que van a Cuba en busca del Dorado socialista. Con la cartera llena de dinero, fueran dólares antaño (la moneda del enemigo, que le decían) o del nuevo peso convertible que circula hoy por esa tierra tan hermosa.

Pero en fin, les hablaba de Carlos Puebla y Los Tradicionales (que eran tres músicos de la tercera edad que lo acompañaban en cada uno de sus conciertos) y los recitales que ofreció en Tenerife en aquellos días sin llamas. Yo vi a Carlos Puebla, podría ser el título de este comentario. Pues sí, lo vi en la Plaza de Toros y en el teatro Guimerá si no me falla mi memoria, cada día más tramposa. Y en cada uno de esos conciertos era casi una obligación pedir al cantante que volviera a darnos la lata con su Hasta siempre, comandante, el título más popular de su producción artística, entre las que se encuentran otras canciones como Siempre es 26, La OEA es cosa de risa, El son de la alfabetización, Yanquis go home, Soy del pueblo y, como no, Y en eso llegó Fidel, una canción esta última que si uno oye sin tapones en las orejas produce escalofríos (y se acabó la diversión / llegó el comandante y mandó a parar). Y escribo lo de escalofríos porque si hay algo que nos permite soportar esta vida pegajosa y cuajada de pequeñas traiciones es un ratito de diversión; echarse una cana al aire, ser un poco calavera porque total, para vivir dos días… En fin, que nunca estuve muy de acuerdo con la moralina revolucionaria que me cantaba el señor Puebla, me sonaba bastante parecida a la que me dictaban los curas en el colegio.

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Lo cierto es que estaba contando lo de los conciertos que al final se convertían en una fiesta mitinera. Era obligado gritar una vez finalizaban los cantantes lo de Cuba sí, yanquis no, Cuba sí, yanquis no, mientras los músicos esperaban pacientemente mirando al vacío. Recuerdo que ondeaba en  la platea una bandera cubana y dos o tres Canarias con las siete estrellas verdes. A ratos era emocionante, sobre todo porque uno iba a los conciertos no a escuchar a Carlos Puebla y Los Tradicionales sino a gritar consignas como aquella porque era una manera de quitarte veneno de encima. Me pasaba algo parecido cuando iba al fútbol y me desgañitaba contra el pobre del árbitro. Lo que pasa es que dejé muy pronto de ir al estadio, aunque cuando huelo a césped (el del tranvía cuando lo riegan) me recuerda a mis visitas al Heliodoro.

Cubanófilo como soy, afición que le debo a la película Che que malamente dirigió Richard Flesicher y que visioné en el antiguo cine Rex (hoy reconvertido en bolera), guardo gratos recuerdos de aquellos días. Por eso aún está grabado al rojo vivo en mi cerebro deslucido el día en que conocí personalmente a Carlos Puebla.

Fue en la sede de la Asociación de Amistad Canario Cubana José Martí, durante una fiesta de recepción en la  que el por aquel entonces renacuajo que les escribe se coló para que le firmaran unos autógrafos Puebla y sus tradicionales. Recuerdo que el cantante tenía una chispa de campeonato y que farfullaba una retahíla de incoherencia aunque finalmente y como buenamente pudo me firmó un autógrafo que aún tengo en casa. Los tres tradicionales, más o menos como el cantante, me firmaron la hoja estirando mucho las vocales y consonantes por lo que si les enseño ahora el papel apenas se reconoce alguna letra salvo garabatos caprichosos que arrugan su superficie. Superficie que hoy se ha vuelo, como su dueño, amarillenta.

Tuve la oportunidad de preguntarle al que tocaba las maracas durante la fiesta que coño podía hacer para ir a Cuba, a lo que me respondió con la lengua mareada que estudiara mucho. No me dejó convencido, aunque años más tarde viajé a Cuba y peregriné por los lugares sagrados de la revolución. En uno de aquellos museos una funcionaria intentó venderme una moneda con la efigie del Che. Ahora mismo no sé por cuánto, pero no acepté… estaba harto de la imagen del Che. En occidente aparecía por todos sitios (sólo falta ver su careto en un paquete de cereales o en una bebida de refrescos, pero tiempo al tiempo) y en Cuba no es que estuviera en todos lados, era Che por aquí y Che por allá a todas horas. De alguna manera aquello me rompió el alma y la poca cordura ¿revolucionaria? que me quedaba en la cabeza.

Carlos Puebla dejó este mundo en 1989. Está enterrado en Manzanillo, donde se le recuerda con una estatua. No fue un mal cantante pero sí del montón. Su éxito se debe a que cantó las excelencias de la revolución cubana a ritmo de guaracha y a denunciar en nombre del socialismo cubano el golpe de Pinochet en Chile (tuvo lugar un triste 11 de septiembre de 1973) y la guerra de Angola, entre otros temas, en unos tiempos donde la gente estaba sedienta de estas cosas. De sus canciones, por si tuviera que llevarme alguna por obligación una a una isla desierta, escogería Si no fuera por Emiliana. No habla de política, sino de una señora que sabe hacer muy bien el café. Lo que siempre se agradece.

Con el viejo Puebla chocheando irrumpió entonces la nueva trova cubana y eso fue otra cosa. Eran poetas y no militantes con una guitarra. Admito, no obstante, que a mi los de la trova ni fu ni fa. A mi lo que me iba era Quilapayún, los Inti Illimani, Los Calchaquis, Contracanto y por encima de todos ellos el pobrecito de Víctor Jara, entre otros. Algún día igual les hablo de aquellos conciertos, y de las banderas y de los gritos que se daban (Chile vencerá y el pueblo unido jamás será vencido eran como los éxitos populares del momento).

Soy consciente de que a casi nadie le importan estas cosas, pero si presenciaste algunos de aquellos mítines, donde el discurso se mezclaba con la música de cualquiera de estos grupos entenderás el daño que le hizo a este país que TVE emitiera por aquel entonces Vacaciones en el mar. La mayoría salíamos en estampida a la calle, y si lo que podías escoger era entre un mitín con música en directo o las aventuras del Barco del amor la suerte, como dijo don Julio César, estaba echada.     

(*) La imagen muestra a Carlos Puebla y su guitarra en La Bodeguita del Medio, se puede apreciar también en perfil al poeta Nicolás Guillén.

One Response to “Y me dio por recordar a Carlos Puebla, lo que demuestra que cualquier tiempo pasado no tuvo que ser mejor… ni peor”

  1. juan carlos Says:

    Rafael Lorenzo (Felongo). El ultimo integrante sobreviviente de Los Tradicionales de Carlos Puebla, vive en un 4to piso (sotea) al costado izquierdo de la catedral de la Habana.
    En el proximo año 2012, estara cumpliendo sus 90 años.

    Me gustaría que fuese sacado del olvido en que se encuentra.

    juan carlos bermudez barboza Costa Rica

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