Reivindicando un colorín o tebeo del oeste: Las aventuras de Mac Coy

Hubo un tiempo en que los comics del oeste gozaron de muy buena salud. Sin discusión alguna, el rey de todos estos tebeos fue y sigue siendo las aventuras de El teniente Blueberry, del guinista Jean-Michel Charlier y el dibujante Jean Giraud, también conocido como Moebius, uno de los más grandes dibujantes franceses de tebeos de todos los tiempos, pero ocupando un dignísimo segundo lugar (o al menos para éste que les escribe) se encuentra Mac Coy, de Jean Pierre Gourmelen y Antonio Hernández Palacios, pintor más que dibujante que supo teñir de “realismo” las aventuras de su primero capitán confederado y más tarde sargento mayor del ejército de la Unión al finalizar la guerra de secesión en la veintena de álbumes que componen la colección. Ilustrados por el genial Palacios, autor también del impresionante Eloy, con el que pretendió reflejar en viñetas los años oscuros de la Guerra Civil Española, El Cid, Manos Kelly y, episódicamente, de otros cuadernos como la biografía de Bolívar por citar los más conocidos de su interesante y a ratos fascinante producción.

No fue Palacios sin embargo un dibujante reivindicado en demasía en los años del boom comiquero en este país. Para los especialistas se trata de un artista más preocupado por la pintura que por la narración gráfica. Para otros, sin embargo, nos cautivó y sedujo desde un principio por su “aparente” facilidad para la ilustración, enriqueciendo historietas con malos guiones gracias a su discutible (insisto para algunos) talento.

Considero las aventuras de Mac Coy una excelente oportunidad para que el lector interesado en las historias ambientadas en lejano oeste americano conozca de cerca las campañas que el ejército de la Unión realizó contra los indios en la segunda mitad del siglo XIX; también una buena ocasión para entender la guerra que al sur de la frontera libró el cuerpo expedicionario francés contra los partidarios de Benito Juárez, enemigos declarados del emperador títere de origen austriaco Maximiliano que ocupaba por aquellos años el poder en México. Dos álbumes de la serie están dedicados de hecho a dos grandes batallas libradas a un lado y al otro de la frontera que marca el ya legendario Río Grande: Little Big Horn, donde fue aniquilado el Séptimo de Caballería al mando del coronel Custer y el sitio de Camerone, donde un grupo de legionarios franceses defendieron valerosamente la plaza contra las fuerzas revolucionarias de Benito Juárez.

En estas dos historietas, Mac Coy asiste como testigo casi accidental a ambos encuentros bélicos, actuando como un soldado profesional que ajeno a las banderas combate con oficio para salvar la vida. Junto a él, le acompaña el sargento Charlie, un soldado confederado que también ha terminado vistiendo la casaca azul al finalizar al Guerra Civil, y Maxi, personaje que sirve de contrapunto cómico a todas las historias donde aparece como leal compañero de armas de Mac Coy.

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Los escenarios de los cuadernos, editados en su día por Dargaud España, son sobre todo en los primeros diez números de la serie asombrosas recreaciones geográfica que muestran desde las desérticas planicies de Nuevo México y Texas a los paisajes nevados de los territorios del norte con exquisito realismo. Se le puede criticar, no obstante, a estas historietas su tono en ocasiones humorístico, pero creo que su guionista supo dosificarlo a lo largo de las diferentes entregas.

Como curiosidad destacar que si El teniente Blueberry tenía un vago parecido con el actor galo Jean Paul Belmondo, Mac Coy es casi un reflejo dibujado de Robert Redford. Eso sí, bronco y del montón.

El lector iniciado en el que muchos consideran el género cinematográfico por excelencia, el oeste, apreciará además continúas referencias en las historias de Mac Coy a los grandes clásicos cinematográficos del western, y verá reflejado en las viñetas paisajes claramente inspirados en las grandes películas que todo aficionado llevamos bien guardadas en el disco duro de nuestra memoria. No es aventurado afirmar por ello que las historia de Mac Coy respiran en ocasiones cierto hálito épico fordiano (la caballería cabalgando por las praderas infestadas de indios); así como del Veracruz de Aldrich o El mayor Dundee de Peckinpah al desarrollarse varias de las aventuras, como se ha dicho, en el Méjico del emperador Maximiliano.

Resumiendo, un tebeo, colorín, historieta, cómic muy recomendable. De hecho, no me canso de releerlo una y otra vez. Con el paso del tiempo Mac Coy se ha convertido en apuesta segura, como Tintín o Astérix. Es decir, que nunca te cansas de visitarlos aunque ya conozcas el final.

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