Ah, gusanos, recordad ‘Quiero la cabeza de Alfredo García’

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Sam Peckinpah pasará a la historia del cine por un puñado de películas muy viriles y quizá por ello salvajes, también por proponer una nueva lectura de un género gastado como el western, y sobre todo porque fue un cineasta de cabecera para millones de aficionados en unos tiempos donde su nombre se convirtió en sinónimo de buen cine de acción.

Duelo en la alta sierra, Grupo salvaje y Pat Garret y Billy the Kid han terminado por ser títulos de referencia en su filmografía, a los que habría que añadir otras cintas que si bien ¿menores?, respiran el aliento épico de su director como son Mayor Dundee, La balada de Cable Hogue (para Peckinpah su mejor trabajo), Junior Booner y también La huida y Perros de paja. Lo que hizo después, La cruz de hierro, Los aristócratas del crimen, Convoy y Clave Omega son películas que no parecen suyas. Títulos de encargo que ponen de manifiesto, además, el mal momento que atravesaba, su deambular errático por la vida erosionado por el alcohol y las drogas.

El mejor Peckimpah está en las películas del oeste, sin embargo, universo cuyas claves manejaba a la perfección y donde se sentía cómodo. Por eso llevo años reivindicando (a quien quiera escucharme y a quien quiera leerme) que su mejor película es un western. Pero un western atípico, desubicado en el tiempo, donde los caballos han sido sustituidos por automóviles aunque permanezcan más o menos inalterables los grandes escenarios abiertos. Me refiero, claro está, a Quiero la cabeza de Alfredo García, que quizá se trate también de una de sus cintas más sucias y excéntricas. También delirante, y desconocida entre los aficionados. No es una película fácil de ver, y me atrevería a decir que es una de sus historias más violentas y desgarradas, un canto épico a los que fallan y yerran, a los que llevan una vida equivocada, camino (parece querer decirnos el cineasta, muy tocado por el mal vivir) que eligen los que ya no pueden elegir nada más.

Todo en Quiero la cabeza de Alfredo García hace de esta película una película diferente de Peckinpah pero también la más peckinpaniana de su filmografía. Recuerdo que vi la cinta por primera vez en el teatro Baudet, en aquellos tiempos donde era casi misión imposible que el portero de la sala te dejara acceder a ella si no tenían los 18 años reglamentarios. Y yo no tenía los 18 años reglamentarios sino 15 o 16. Ya ni me acuerdo. El caso, sin embargo, es que tuve suerte, tras prometerle al cancerbero que subiría a la parte de arriba y no me dejaría ver cuando tocara el descanso. Descanso que como todos los chicas/os de mi generación sabe, se ponía a mitad de la película (¡!).

Y vi Quiero la cabeza de Alfredo García. Y fue como un subidón de azúcar para un diabético. La cinta me produjo repulsión, miedo, asco y también una fascinación que desde ese día ha hecho historia en mis ideas. Warren Oates, su actor protagonista, se convirtió también en uno de mis actores favoritos (junto al gran Lee Marvin de A Quemarropa), a quien Peckinpah le ofreció la oportunidad de su vida con esta película tras una amplía carrera como secundario de lujo. Uno de esos grandes secundarios de lujo con los que contó (y quizá cuente ahora, aunque no estoy muy seguro) el cine americano.

Oates está que se sale, no obstante, en Quiero la cabeza de Alfredo García, y se sale porque resulta creíble en su papel de alcohólico asesino a sueldo, y en la extraña y necrófila relación que mantiene con la cabeza de Alfredo García, cabeza que lo acompaña en el asiento del pasajero del coche envuelta en harapos y sobre la que sobrevuela un ejército de moscas. En su itinerario existencial por tierra mejicanas y antes de entregar la cabeza a un rico hacendado interpretado con feroz realismo por el gran Indio Fernández, Oates se topa con una mejicana de la que se enamora y a la que violan y matan dos hippies a los que se encuentran en la carretera; una pareja de asesinos homosexuales que resulta de lo más siniestra y otros personajes que parecen salidos de una pesadilla con sabor a mezcal. No voy a contar como termina la cinta aunque sí que hay un acto de heroísmo inútil como en Grupo de salvaje, pero sí que la visión de esta película te deja una sensación de tristeza y vacío en la boca del estómago. Sensación que siempre me acompaña cuando veo las  grandes películas de este cineasta al que hoy casi nadie recuerda, y que según unos no ha sabido pasar la prueba del tiempo. Allá ellos. Porque guste o no guste, Peckinpah fue un autor, un director de CINE con mayúsculas, y por lo tanto un hacedor de clásicos que hacen su obra irrepetible.

No Responses to “Ah, gusanos, recordad ‘Quiero la cabeza de Alfredo García’”

  1. Lectora Says:

    ¡Vaya! otra que se me pasó.
    O peor aún, otra que no recuerdo.

    Cada día nos lo pones más difícil…

    Gracias por eso también.

  2. editorescobillon Says:

    Gracias a tí.

  3. bahamadia Says:

    me ha gustado como hablas de quiero la cabeza de alfredo garcia,a mi tambien me llego hondo.pero te aconsejo que la veas de nuevo porque dices algunas cosas que estan mal(sin animo de ofender)porque a la chica de warren oates no la matan los hipies sino dos asesinos a sueldo que la entierran en la tumba de al garcia .y alguna cosilla mas.

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