Decir adiós es morir un poco

Mientras hago la maleta repaso estos casi nueves días de Semana Negra, cruzándose por mi cabeza los rostros de aquellas personas con las que me he detenido un momento para convensar sobre libros y películas, música y política con independencia de nuestros acentos. Gijón se ha convertido así –sin ningún lugar a dudas, creánme– en una de mis Mecas particulares que hago extensiva a todos aquellos y aquellas que quieran vivir un fiesta de y por la CULTURA con absolutas mayúsculas. Estoy convencido que si dejas fueras todos los prejuicios culturetas que tanto mal han hecho a nuestra tierra (Canarias bandera tricolor), pienso que nos acercaríamos sin miedo ni recelos a lo que envuelve esta palabreja: debate, reunión, intercambio, música, libros, política porque son cuestiones patrimonio de todos y no de unos pocos.

Me voy con esa sensación de vaga tristeza que te envuelve cuando te despides de un buen amigo a quien no volverás a ver hasta dentro de un año (espero, por lo que ya comienzo a  rezarle a los dioses), pero también satisfecho porque he cargado de munición suficiente una bolsa recién comprada en esta generosa tierra, cargada de un montón de libros. Entre ellos, un ejemplar excelente que ayer sábado regaló la Semana al público y en el que casi medio centenar de escritores, poetas e ilustradores dan su peculiar versión del libro de los libros. Ese que llaman la Biblia.

Regreso con la batería cargada aunque consciente de que se me gastará en cuestión de horas cuando vuelva a pasear por las calles y plazas de Santa Cruz de Tenerife. Tengo al menos la esperanza de recuperar cierto entusiasmo porque mi llegada coincide con el inicio de Fimucité, cuya edición puede también leerse como la última bengala cultural que nos queda a los isleños antes de que se nos venga agosto encima. Un mes para que disfruten de vacaciones los que todavía tienen trabajo y otro para tachar en el calendario para los que forman parte de esa cada día más amplia legión de parados de la que, mucho me temo, dentro de nada vamos a militar casi todos.

No tengo un regusto amargo por el regreso. De hecho escribo regreso y no exilio porque sumergirme en esta fantástica vorágine festivalera me ha hecho recobrar fuerzas y ciertas esperanzas. No obstante, sé que será difícil porque en esa isla de imbéciles en la que vivimos no hay cosa que moleste más que la de tener a un canario que quiere volar por libre.

En fin, que voy a notar en falta esta calidez cultural –y no cultureta– festivalera. Ese buen rollismo sin segundas intenciones y mis visitas diarias al recinto ferial para bucear en las carpas títulos descatalogados o dificílisimos de conseguir, así como para escuchar coloquios donde se habla de la dictadura argentina y la novela negra o el narcotráfico en México y tantas y tantas charlas que me han acercado a través de la voz de narradores privilegiados a otras realidades que sin ser la nuestra sí que son nuestras también. 

Ya que este es el último día de la Semana, me gustaría despederdime de estos nueves días que han conmovido mi mundo con una frase del gran Raymond Chandler: “decir adiós es morir un poco”.

Bueno, yo… saludos emocionados y emocionales desde este lado del ordenador.

2 Responses to “Decir adiós es morir un poco”

  1. CH Says:

    Pásate el próximo año por el festival de cine de las palmas, que es un buen sitio para encontrarte con alguna gente a la que le gusta lo que te gusta y, si no bucear en montañas de libros, sí ver montañas de películas.
    salud

  2. editorescobillon Says:

    No será lo mismo, no será lo mismo. ¿Y sabes por qué?, porque lo mío (en tiempos de crisis) es leer. Y leer. Y leer.
    Gracias, no obstante, por el consejo.

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