Un espejismo, pero resulta tan endiabladamente bonito…

No es la primera vez que acudo a la Semana Negra de Gijón aunque sí que es la segunda. Motivos por aquel entonces laborales y mi santa paciencia rusa impidieron que acudiera a este encuentro de otra manera, o lo que es lo mismo, con la tropa de periodistas que acompaña a festivales de estas caracterísitcas, por lo que tengo una doble visión (como espectador y ahora como ojeador meridianamente privilegiado) de una fiesta de esas que tienes que vivir para que te hagas una idea.

Personalmente, lo que me atrae de la Semana Negra al margen de las innumerables conferencias, los escritores y otros actos luminarios, fue siempre la de pasear por esa feria de libros que se instala justo al lado de barracas donde se asan pulpos y costillas, se preparan quebabs y perritos calientes chilenos, gofres y helados, compartiendo espacio además con una verbena donde tienes coches de choque, norias y martillos de pesadilla entre otras atracciones. Es decir, que el atractivo de esta empresa, a mi juicio, es cómo se mezcla cultura con gastronomía y parque de atracciones con narradores, la mayoría de ellos es verdad que muy despistados pero también alucinados con esta especie de carnaval donde no hace falta que se disfrace la gente. Además, prácticamente está abierta de sol a sol, así que Gijón –esta recoleta y amable ciudad a orillas del Cantábrico– se llena de gente, de gritos que se mezclan con ese croar musical que tienen las gaviotas (son las aves que más ves volando por los cielos de Gijón, lo que amplifica el carácter marinero de esta también luchadora ciudad del norte de España).

Viniendo como vengo del sur y con ese acento tan raro que nos caracteriza, a los asturianos les descoloco un poco, pero como la city está llena por estas mismas fechas de argentinos, cubanos, chilenos, colombianos, mejicanos, pienso que deben de pensar que soy de un lugar indeterminado de latinoamérica. Y casi. De todas formas, cuando alguien me pregunta, les suelo responder que vengo de colonias. ¿De qué colonias?

De Canarias, naturalmente. Sólo que después alzo mi vaso de sidra y trincho mi pedazo de pulpo y grito lo de que bueno es sentirse español. Un país que sólo se arregla si tiene el estómago lleno. Como debe de ser.

En la Semana Negra se mezcla todo. Escritores y periodistas, oficinistas con carniceros, parados con banqueros, un puchero a fuego lento que casi parece que nos hace poner a todos, gijoneses y foráneos, en estado de tregua con las maldades de nuestro tiempo. Tienes la oportunidad, además, de participar en animadas charlas tomando un café. Ayer mismo, en una parada del ya popular tren negro en Mieres para presentar un libro sobre Tomás Berlarmino, el último presidente de Asturias durante la II República, el escritor argentino Guillermo Saccomanno hablaba con su homónimo mejicano Jorge Moch sobre la realidad de ambos países e Hispanoamérica. Un debate interesante, donde Moch concluyó que toda esa derrota salvaje que llevan los que son de esta parte del mundo es uno de los atractivos mayores para los europeos. No sé, pensé entonces, porque todo ese gazpacho en lo que se ha transformado Iberoamérica no deja de recordarme a la convulsa Europa de entreguerras. Sólo que donde había fascistas y comunistas, lo que hay allá son ahora narcotraficantes y extrema izquierda y derecha, así como esa manía innata (y quizá tan española y/o europea) de seguir en tiempos de crisis a caudillos populistas que quieren perpetuarse en el poder.

En fin, una fiesta donde además de comer y beber, de comprar libros de ocasión al simbólico precio de un euro (tengo por fin la autobiografía de Chester Himes y de mi admirada Ava Gardner entre otras rarezas policiales y cinematográficas) del género que más me gusta, compartes pensamientos, intercambias ideas y te crees hasta el cuento de que llegarás a tu tierra más inteligente y seguro de ti mismo.

Un espejismo. Vale, pero un espejismo que al menos sirve para oxigenar las neuronas y celebrar encuentros como este. Encuentros, no lo había dicho, que cumple los dos famosos patitos: 22 años. Toma ya.

Saludos negrocriminales desde lado del ordenador. 

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