“Mi caaasa, teléééfono”

Me imagino que como a muchas personas mi profundo amor al cine se lo debo al hecho de nacer en una familia donde se amaba mucho al cine. En este sentido, no había  momento más emocionante en mi niñez que la de ir al cine con mi padre.

Por varias razones: primero porque iba al cine con mi padre, que fue una de esas personas que me marcaron para los restos por su cáustico humor, generosidad y defensa de los suyos. Segundo, porque normalmente con él si que podía colarme en las sesiones para adultos. Ya conté la vez en que le montó un justificadísimos número a uno de los porteros del Víctor porque no quería dejarme entrar a ver Forajidos de leyenda, (para 18 años). Si bien al final entré gracias a los aplastantes razonamientos de mi padre. “Es mi hijo, y si viene conmigo puede ver lo que le salga de la gana”.

Sin embargo, hoy me apetece evocarles una de esas vivencias que me hacen todavía más entrañables ese gran caballero que fue mi padre cuando lo acompañé a ver ET.

A mi padre no le gustaba mucho el género de la fantasía y mucho menos el de la ciencia ficción, era más de películas de acción y musicales. Vibraba con los musicales, entusiasmo que supo transmitirle al resto de la familia porque una de sus debilidades además del cine y su afición a los libros (posiblemente tuvo la mejor biblioteca sobre la Guerra Civil de Canarias, y no creo que exagere) resultaba toda una gozada verlo escuchar un disco de jazz. Contaba, y cuenta todavía porque están en casa de mi santa madre, con una discoteca jazzística de esas que abrirían los oídos hasta un sordo, marcando el ritmo con los dedos de su mano, sonriendo embebido en aquella música mientras probablemente recordaba como uno de los mejores momentos de su vida como aficionado cuando vio junto a mi abuelo (a quien no conocí pero por el que siempre sentí enorme respeto por aquello de que había sido Maestro Masón en unos tiempos donde los masones y mucho más los maestros masones sonaba a gente peligrosa) a su admiradísimo Lois Amstrong.

et.jpg

Pero me voy, una vez más, por las ramas. Les contaba que a mi padre no le hacía puñetera gracia las películas de ciencia ficción mientras que a quien le escribe le volvían loco. Por eso, cuando en el cine Greco (siendo cine Greco y no multicines Greco) estrenaron ET, me sorprendió sobremanera que me invitara un día a verla con él.

Un pequeño inciso, mi errática relación con Steven Spielberg está marcada por el cine Greco. Todavía tengo muy presente en mi memoria la vez que fui con uno de mis hermanos a ver Tiburón y como se me cayó el alma al suelo al contemplar como la cola para adquirir la entrada llegaba hasta el puente de las Asuncionistas. Pero había localidades para todos. Vi Tiburón con el cine a tope, gritando con los espectadores lo de “muere hijo de puta” cuando Roy Scheider lo manda al séptimo infierno…

Pero volvamos a ET.

Con un Greco casi lleno también.

Mi padre y yo sentado en la parte de arriba (porque en aquellos tiempos había parte de arriba en algunos cines de esta capital) viendo la película.

Confieso, pobre de mí, que no tengo buenos recuerdos de ET. La razón, como se la explicaba el otro día a unos amigos, es que para mi cuando aparecen extraterrestres en pantalla tienen que ser los malos de la película, y no un desvalido bicho que solo sabe decir mi casaaaa. Además, detestaba a ese gnomo dando la lata y correteando como un pato por la casa del tal Elliot.

Vale, sí, está bien la escena de la bicicleta volando y la silueta recortada en la luna llena, pero no, no me hizo puñetera gracia el ET. Así que cuando apareció el The End que acaba con nuestros sueños cuando tenían forma de celuloide, recuerdo las explicaciones que ya estaba organizando en la cabeza para justificar ante mí padre que aquella, pensaba yo tontería que habíamos visto, no era una de extraterrestres invasores de verdad…

Y ahora viene uno de esos momentos más conmovedores de mi vida. Conmovedores y probablemente para muchos de ustedes idiota de una vida marcada por idioteces como ésta.

Vi a mi padre llorar.

Estaba llorando de emoción.

Aquello, como es natural, me desarmó por completo. De hecho, creo que fue la primera vez en las que nos quedamos hasta el final de los títulos de crédito.

Cuando salimos a la calle, rumbo al Imperial a tomarnos uno de sus excelentes bocadillos de pollo, me preguntó que qué me había parecido. ¿Y saben ustedes lo que le contesté?
“Una gran película, papá.”

Esta no fue ni la primera ni la última mentira que le solté a mi padre a lo largo de los años que tuve la suerte de tenerlo conmigo, pero créanme si les digo que sí que fue una de las más dolorosas.

Cosa extraña. Nunca he querido volver a ver ET.

Me trae demasiados recuerdos.

Saludos, una vez más nostálgicos, desde este lado del ordenador.

7 Responses to ““Mi caaasa, teléééfono””

  1. Elena García Says:

    Me ha emocionado tu texto, quizá porque nunca tuve la suerte de ir al cine con mi padre (murió cuando apenas era un bebé), pero eso de las lágrimas que cuentas… me ha tocado. Gracias por esta ahí.

  2. editorescobillon Says:

    Gracias por tus amables palabras, Elena, en un día como hoy me han llegado directas al corazón. Un fuerte abrazo.

  3. jorge Says:

    Sabes que lo conocí y lo quise, daba gusto hablar con él…

  4. editorescobillon Says:

    Lo sé Jorge. Nuestros padres, como se suele decir, eran de otra pasta.

  5. Bruno Says:

    Excelente texto, Eduardo. Me temo que yo, aunque era un niño, me emocioné como tu padre la primera vez que vi ET. Uno es un sentimental sin remedio. Tu padre tuvo suerte de tenerte como hijo. Un abrazo.

  6. editorescobillon Says:

    Gracias Bruno. Añadir, solo, que fui yo quien tuvo la suerte de tenerlo como padre.

  7. Cautivo y desarmado Says:

    Muy emotivo. Espero que colecciones algunas de estas piezas para regalarnos un libro a tu altura. Estos textos mágicos no se los puede llevar la cybermarea.

Escribe una respuesta