Librerías, librerías, librerías…

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Será porque eran otros tiempos pero recuerdo que en Santa Cruz de Tenerife había más librerías que ahora. Ahora, tiempos malos, de recesión, de veneno, de miedo y por lo tanto fantasmas. Espectros.

Y digo yo que había más librerías porque el otro día que quizá fuera ayer jugaba con un amigo a esos juegos idiotas que se basan en recordar…

Durante la charla surgieron nombres: las míticas Goya, Jarama, Rodín y una que se ubicaba al principio de la calle de El Pilar, nada más bajando el Parque García Sanabria y que fue la primera librería donde recuerdo que el dueño, pese a mi edad, me dejaba a sus anchas, a que libremente recorriera las estanterías atestadas de sus tesoros sin tener la sensación de que te clavaban la mirada en la espalda.

Íbamos mucho un amigo y yo a esta librería de cuyo nombre no me acuerdo, pese a que el librero era un Librero. Nunca he vuelto a encontrarme en Tenerife ni en esos mundos de Dios (excepto en Sevilla, en la Antonio Machado) con un Librero como aquel. Te dejaba que miraras. Que perdieras el tiempo acariciando los lomos de los libros; que los olieras, que pasaras delicadamente las manos por sus páginas… ¡Hasta te recomendaba ese o aquel título para que te lo llevaras!

Y lo mejor, si no tenías dinero porque la paga familiar había desaparecido misteriosamente en cines y golosinas, lo dejaba fiado. “Ya me lo pagarás” decía aquel buen hombre que me descubrió a Bradbury y que tenía un cierto parecido con (decíamos mi amigo y yo) Julio Cortázar.

¿Cómo se llamaba por Dios?

En aquellos tiempos de aprendices lectores recuerdo que si había una librería que detestáramos con toda la cordialidad del universo mundo era Rexachs (hoy La Isla).

Las razones son objetivas.

La mitad del tiempo que nos pasábamos en sus tripas ojeando libros sentíamos la molesta y desconfiada mirada del dependiente clavada como un puñal en nuestras espaldas.

Te movías a un lado y el dependiente se movía a un lado. Dabas un pasito para atrás y el tipo daba un pasito para atrás. Uno para adelante e ídem de ídem.

Les confieso que son pocos los libros que he robado de una librería. No sirvo para ladrón, pero sí revelo el malévolo deseo que siempre quise robar un libro de aquella maldita librería. Al ser sometido a tal férrea vigilancia, uno de mis sueños más acariciados y nunca realizados fue la de deslizarme en el bolsillo cualquier ejemplar de Bruguera, Espasa o Alianza editorial (con aquellas formidables portadas de Daniel Gil) con el único fin de burlar el acoso del vigilante. O los vigilantes.

Todo lo contrario a aquella librería pequeña y modesta del Pilar. Donde el Librero nos dejaba a solas para aprovechar y tomarse un cafecito en el bar de al lado. Así que recuerdo como uno de los días más amargos y tristes de mi adolescencia cuando una tarde bajamos y nos encontramos con que la había cerrado. Para siempre. Tuve la sensación entonces de que me habían arrancado de cuajo una buena parte de mi corazón. No he vuelto a ver a su dueño, aunque a veces tengo la sensación de que me lo encuentro por las calles de este Santa Cruz raro que me están construyendo y siento deseos de acercarme y estrecharle la mano y decirle simplemente “muchas gracias”. Gracias de verdad, y no esa palabra que hoy se ha convertido en pútrida palabreja.

Cerraron míticas librerías en mi imaginario particular y más tarde abrieron otras. Pero ya era un poco mayor. Así que nunca he vuelto a vivir esa sensación tan placentera como es la de invitarte a una fiesta (la de los libros, que también es una fiesta) sin que necesitara tarjeta de presentación. O cuenta en el banco.

No sé si fue por causa de aquel cierre para mi no anunciado que de repente me volví un poco más malcriado. Recuerdo así que iba a la librería de los vigilantes, Rexachs, y pedía un libro de un tal Lampert, un escritor inventado, y me reía en silencio cuando el dependiente con aficiones a gran hermano me contestaba que todavía no había llegado.

“¿Cuándo llegará?” le preguntaba mordiéndome la lengua para no escupir la risa. “El mes que viene. Sí, lo más probable es que el mes que viene”. Como es natural, el libro nunca llegaba aunque no me cansaba en preguntar ”cuándo” por el dichoso volumen.

Cosa de críos. Ya saben. Si por mucho que lo intento procuro demostrarle a los mostrencos que esto de los libros tiene su lado de risa. De comedia. A veces trágica porque un lector es un individuo que, como me dijo una amiga sobrada, necesita de otras vivencias para ser él  mismo. Ahora que lo pienso: pobrecita y bendita amiga, a quien le regalé la biografía de Fouché escrita por el gran Stefan Zweig. Si lo leyó o no eso, como decía el maestro Kipling, es otra historia.

Otro día les cuento las excursiones que hacíamos a las librerías de La Laguna. Excursiones que aún hoy hago aunque con menos entusiasmo que en el pasado. Allí estaba Lemus, que todavía sigue, pero ya no es lo mismo. Ese es el problema. Que ya nada es lo mismo.

Cambias tú, cambian los amigos y cambian hasta las librerías… Es decir, que ya no siento miradas clavadas en la espalda por mucho que haga para que piensen que voy a robar un libro…

Decididamente, ya nada es lo mismo.

Saludos, una vez más nostálgicamente adolescentes, desde este lado del ordenador. 
 
 

12 Responses to “Librerías, librerías, librerías…”

  1. Lector Says:

    ¡Bravo!, ¡Bravo!, ¡Bravo!

  2. editorescobillon Says:

    Gracias. Gracias. Gracias.

  3. Ezelector Says:

    Ah, nostalgia, melancolía positiva al recordar libros y librerías, las portadas
    de Daniel Gil, ahora en tapa dura y libros bien cosidos y encuadernados, como “Ficciones”, “El mito de Sísifo”, “El corazón de las tinieblas”, “La tregua”, “La señora del perrito y otros cuentos”. Obras que nos incitan a procurar que todo siga siendo más o menos igual. Oh, los libros, el poder evocativo de tus palabras de hoy son una invitación a una vida más agradadable, estimado amigo.

  4. editorescobillon Says:

    La verdad es que no sé si es porque eran otros tiempos… pero el libro era el libro. Sobre todo de bolsillo.

  5. Calandraca Says:

    Yo también sufrí a la “Librería Rexachs”, y no pocas veces, entre finales de los 70 y principios de los 80.

    La vigilancia era, en efecto, férrea y desvergonzada. Cuerpo a cuerpo.
    Con frecuencia, la malhumorada señora que atendía el negocio invitaba a algún cliente a abandonar el local si no iba a realizar una compra.
    A veces, mientras atendía el mostrador y no podía afinar la vigilancia le podía la paranoia y gritaba a alguien que curioseaba en un estante: “Dime lo que buscas o sal ahora mismo de la tienda”.

    Un sitio desagradable, en verdad.

  6. Cautivo y desarmado Says:

    Rexachs sigue siendo muy desagradable. Fui recientemente, y tras comprar una enorme cantidad de libros, me despacharon deprisa y corriendo y sin darme siquiera marcadores de promoción. Ya no te vigila un guardia personal, pero creo que es porque han instalado cámaras. La verdad es que es curioso que las librerías amables se van a la mierda y en cambio los desagradables sobreviven y se multiplican. ¿Recuerdas aquella grande y bonita que había en la Rambla, frente a la plaza de toros? También cerró. Esta claro que para triunfar hay que ser desagradable: “Dime lo que buscas o sal ahora mismo de la tienda”. Marketing a la Rexachs. Y funciona… Lo mismo ocurre con los restaurantes y los pubs. Cuanto más bordes, más éxito.

  7. editorescobillon Says:

    La librería a la que te refieres se llamaba Rodín (su logo era el Pensador del susodicho), y además de dejarte a tus anchas recuerdo con sumo agrado que tenían en el mostrador una fuente de caramelos. Respecto a Rexachs, hombre, creo que las cosas han cambiado para mejor. Imagino.

  8. Jorge Says:

    Juraría que se llamaba Librería Internacional. Su rótulo luminoso era blanco con letras rojas y había bastantes libros extranjeros.
    Desgraciadamente no recuerdo al librero, pero sí algunos libros que compré allí como “Los tres mosqueteros”, “Veinte años después”, Tartarín de Tarascón”…
    Respecto a Rexachs afortunadamente no me acuerdo a esa señora; siempre los he recordado como son ahora, unos profesionales estupendos y amables.

  9. editorescobillon Says:

    Creo que tienes razón. Hoy se me iluminó la cabeza y apareció Librería La Internacional. Respecto a Rexachs tuviste suerte o ibas con enchufe, lo del acoso al comprador adolescente (y por lo que leo en los comentarios no es único mi caso) era tan real como que existe La muerte de Liberty Valance. Es verdad, no obstante, y ahora que no tengo pelo y sí una preocupante curvatura de la felicidad, que el trato actual de sus empleados ya no es el mismo. ¡Faltaría plus!

  10. David D. Says:

    Joder, con perdón, que artículo tan bueno Eduardo. Aunque lo que cuentas no transcurre en mi ciudad natal me siento hasta cierto identificado. Desconozco si en algún blog vinculado con la oferta cultural de Las Palmas capital, de la isla o de la provincia, se hacen estos desmenuces tan lúcidos y lúdicos que tú haces sobre aspectos de la memoria, pero echo en falta por aquí gente así de osada, informada y apasionada. Hablando de librerías, actualmente hay muy pocas en Las Palmas, o muchas, según se mire, pero si hago una recopilación mental creo que no pasan de 15 las librerías que merecen ese calificativo. Ahora, bares si quieres uno te los encuentras hasta dormido. Por cierto, la librería Lemus también está en mi memoria, no por haber estado físicamente en ella, sino por la cantidad de libros que llegaban a mis manos con la etiquetita en su primera página, muchos de ellos prestados por amigos privilegiados que pudieron ir a estudiar a La laguna cuando por aquí aún no había Universidad (si lo piensas ahora y en frío, te espantas). Pero es verdad, las cosas han cambiado, o quizás sea uno el que cambia, la perspectiva de nuestro propio mundo, con sus sabores o sin sabores, olores y visiones. No obstante, sigo prefiriendo entrar en una librería medianamente surtida que en un estadio de fútbol o en un pabellón de baloncesto. Cosas de uno.

  11. David D. Says:

    Perdón por las dos faltas de ortografía, o la omisión y la falta: “hasta cierto punto…” y La Laguna.
    Salud

  12. editorescobillon Says:

    David no somos tan raros. Me siento como pez fuera del agua en un estadio como en una tienda de ropa. Por lo menos ya somos dos, y esos son muchos.

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