Palabra de boy scout

Puedo presumir (y presumo) que tengo casi todas las novelas de Graham Greene. Así soy cuando me toca la obra de un escritor. Intento procurarme casi todo lo que ha escrito. Eso me obliga a tarea de rastreos para nada penosas, y mucho menos en el caso de Greene, a quien se le sigue editado periódicamente pero sus historias más famosas y por lo tanto celebradas: El americano impasible, Nuestro hombre en La Habana, El revés de la trama y con mucha menos frecuencia, clásicos para mi tan personales como Los comediantes, Un caso acabado, El fin del romance, El poder y la gloria, El cónsul honorario y El factor humano, entre otras.

Graham Greene reúne casi todas las cualidades que me agradan de un escritor nacido en la pérfida Albión, un conmovedor desprecio a su país. Y un cinismo, que algunos han confundido como tonta ironía, acerca de las dobleces de la naturaleza humana. La mayoría de sus grandes historias han sido llevadas al cine con mayor o peor fortuna, y una de esas adaptaciones es uno de esos títulos que no dudaría en colocar en la lista de las 100 mejores películas de la Historia del Cine porque, lo cojas por donde lo cojas, es una obra redonda, tan redonda que incluso llegó a eclipsar el material literario que le dio base: El tercer hombre.

Pero no quería hablarles hoy de este clásico del cine de espías ni del conjunto de la obra de Greene sino de una novela corta (o un cuento largo según se mire) que conseguí –cómo no—el domingo pasado en el Rastro de Santa Cruz de Tenerife. Título que faltaba en mi biblioteca del escritor, y cuyos ejemplares están colocados al lado de los de otro maestro, Eric Ambler (“sin ninguna duda, el mejor escritor del género de intriga”, Graham dixit); John le Carre y mi reivindicado Len Deighton.

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La novela corta de Greene a la que hago referencia es El doctor Fischer de Ginebra, una de esas historias geniales que en apenas unas 150 páginas te sacude, te conmueve, te aterra como casi solo sabía hacerlo el autor de El ministerio del miedo.

Me ha extrañada bastante que entre los seguidores de este irreverente escritor apenas hayan voces que destaquen este título en su impresionante carrera. Y me sorprende porque se trata de una novela escrita con sencillez pero de una notable complejidad en sus entrañas, que me ha servido en estos tiempos sin colores de ira, de incómoda reflexión sobre todos nosotros.

La historia es más o menos sencilla, y vendría a contarnos la historia de un hombre maduro, que perdió una de sus manos siendo niño durante los bombarderos nazis sobre Londres durante la II Guerra Mundial, que se enamora de la hija de un multimillonario, unos veinte años menor que él. Este millonario, el doctor Fischer, es un excéntrico personaje que organiza cenas con un grupo de conocidos igual de multimillonarios y a los que su hija denomina “los pelotas” para reírse de ellos. Todos estos potentados aceptan con estoicismo las pesadas bromas del viejo porque al final recibirán regalos de precios astronómicos. Sólo que la última fiesta se sale, digamos, del tiesto.

Tiene, no obstante, un pequeño problema El doctor Fischer en Ginebra o La reunión de la bomba, y es que se lee demasiado rápido. O se devora con demasiada facilidad pese a que su digestión tarde días en diluirse en tu memoria. Es de esos libros que cuando lees te sientes parte de él, como si el escritor te estuviera contando el relato de tu vida aunque no sea tu vida. Es la descripción de esos caracteres, la trágica frialdad con la que su personaje protagonista recibe la tragedia o la tremenda perplejidad que respira cada una de las páginas del libro, la que al menos a un lector de mi mestizaje sabe meter en el bolsillo.

En fin, que deben de leerlo.

Palabra de boy scout.

Saludos a lo ¡¡¡Graham Greene veinte premios Nobel!!! desde este lado del ordenador.

One Response to “Palabra de boy scout”

  1. José Garcés Says:

    Todo lo que escribió el señor Greene fue bueno. Hay novelas mejores y otras peores, pero por norma general, casi siempre excelentes. Guardo muy grato recuerdo de El doctor Fischer en Ginebra, aunque muchísimo más de la que para mi es su mejor libro: Una pistola en venta. Buena literatura, sí señor.

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