… No corta el mar, sino vuela…

Hay ocasiones en que una película, un disco, un libro, una pintura o una escultura significa no sé si racional o irracionalmente un antes y un después en tu existencia. Será porque marca a partir de ese momento tu forma de ver las cosas. O contribuye a que abras los ojos y mires (eso ya no lo tengo tan claro) en la dirección adecuada.

Confieso que le tengo cierto aprecio a todas esas novelas que tienen protagonista fijo. La cosa comenzó siendo muy pequeño leyendo (no todas) las aventuras de Tarzán de los monos y John Carter en el planeta Marte de Edgar Rice Burroughs; más tarde las novelas de espionaje cafre de Ian Fleming (tengo los nueve volúmenes que en su día editó Bruguera. Por uno de los cuales, Solo se vive dos veces, llegué a pagar en aquella época en la que tenía dinero 5.000 pesetas ¿irayos y centellas si serás diota!?); las de Conan de Robert E. Howard y las Horatio Hornblower de C. S. Forester, entre otras muchas. Constituyen estas piezas literarias que algún cabestro podría calificar de caza menor, uno de esos tesoros que soy consciente que me llevaré a la tumba. Y si bien he omitido otros personajes como Sherlock Holmes y el profesor Challenger de sir Arthur Conan Doyle, y ya más recientemente las satíricas y documentadísimas historias de Harry Flahsman (ya le dediqué un espero que emocionado post a su autor George MacDonald Fraser) es porque hoy me ha dado por contarles lo que supuso para un corazón tan poco marinero como es el que tiene quien les escribe, descubrir las aventuras de Horatio Hornblower, personaje literario que descubrí gracias a una de esas películas que no me canso de ver desde que tengo catorce años: El hidalgo de los mares de Raoul Walsh.

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Mis primeras lecturas del personaje recreado por C. S. Forester (autor también de la novela La reina de África, llevada al cine por John Huston) fueron desordenadas porque las fui adquiriendo cuando el instinto del lector me sorprendía revolviendo en la pila de libros usados de la ya homenejada en este mismo blog librería Sonora. Así, me fui adentrando en el universo del marinero que encarnó en pantalla grande Gregory Peck sin seguir cronología alguna. Conservo todavía algunos títulos como El retorno de Hornblower y El comodoro publicados en la ya desaparecida Ediciones G. P. y que datan de 1957. Se tratan de libros de bolsillo que se editaban con letra minúscula y que gracias a una fe capaz de mover montañas fui leyendo pese a que fuera consciente de cómo iba perdiendo la vista a medida que pasaba aquellas páginas hoy amarillentas y casi acartonadas.

Cuando la novela histórica se puso de moda en este país llamado España, Edhasa tuvo el acierto de editar todas las novelas de Hornblower en ediciones más que presentables, lo que me hizo adquirirlas y leer las aventuras de este hombre de mar desde sus inicios como guardamarina. No fue dinero malgastado. En esta nueva etapa releí los volúmenes que había ido adquiriendo por casualidad en Sonora así como todos aquellos que desconocía entregándome a su universo de no corta el mar, sino vuela.

Y aquí entra el debate entre lectores. Que es más o menos el debate que surge entre musiqueros y cinéfilos. Los que descubrimos a Hornblower se nos hizo muy difícil por no decir que casi imposible adentrarnos en el mundo naval que propuso años después Patrick O’Brian, creador de Jack Aubrey (personaje también llevado al cine por Peter Weir en la estupenda Capitán de mar y tierra) y eso pese a que sus historias transcurren en la misma época en que se desarrolla la acción de las de Hornblower: las guerras napoleónicas. Eso me hizo llegar a la conclusión (posiblemente apresurada) de que las historias de O’Brian me resultaban demasiado densas por técnicas marineras mientras que las de Hornblower me parecían más de secano. O para un marinero de agua dulce. Y todo ello pese a que Forester nos describe a un personaje demasiado estirado y seco, antipático casi, anclado a eso que llaman orden y por lo tanto  capaz de asesinar “por accidente” a un superior porque considera que sus órdenes son un desastre para la buena gobernabilidad del barco…

Recuerdo ahora con un asomo de nostalgia las conversaciones que mantenía con el gran periodista y escritor Apeles Rafael Ortega Pérez, que ya no está entre nosotros, si las novelas de Hornblower o las de Jack Aubrey eran mejores o peores. Pasado el tiempo me doy cuenta que ninguno logró convencer al contrario pero no había día en que no sacáramos a colación esa disputa quién sabe con que propósito. En todo caso, recuerdo esas charlas como amables e intrascendentes divertimentos entre aficionados. Un intercambio de opiniones entre dos amigos que lo mismo podían haber discutido sobre si los Beatles fueron mejores o peores que los Rolling Stones.

Les cuento todo esto porque en estos días de lecturas hambrientas he vuelto a releer las novelas de Hornblower. Y a caminar una vez más sobre un navío de guerra cuyo suelo tiembla bajos mis pies. También porque he decidido leer sin prejuicios la serie de O’Brian con la esperanza de decirle al entrañable Apeles que tenía razón. O no, porque allá donde esté seguro que ya forma parte para toda la eternidad de la tripulación de H.M.S. Surprise.

Y que mientras tanto, los que todavía quedamos en tierra, esperamos a que nos busque un hueco en tan gloriosa tripulación.

Saludos, con diez cañones por banda, desde este lado del ordenador.

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